martes, 30 de agosto de 2011

Tres motivos para no divorciarte

Autor: Ricardo Ruvalcaba | Fuente: GAMA
Tres motivos para no divorciarte
Hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para evitar una ruptura matrimonial
 
Tres motivos para no divorciarte
1. ¿Estás dispuesto a dar la vida por tu hijo? Si un asesino entra a tu casa para hacer daño a tus hijos, ¿tú qué harías? ¿Darías la vida con tal de salvar a tus hijos? El divorcio es ese asesino que entra a tu casa para dañar a los tuyos. Cuando se presente la tentación del divorcio será el momento de dar la vida por tus hijos. No seas tú ese maleante que lastime a tus seres queridos. El divorcio es el cáncer de la sociedad. Es la bomba atómica de la felicidad familiar y personal. 2. “Haz a los demás lo que quieras que hagan contigo”. Si a ti, como hijo, no te hubiera gustado que tus papás se separaran, no le hagas eso a tus hijos.
3. Cambiar de actitud es la respuesta. No es necesario cambiar de pareja, sino cambiar de actitud. La solución no está en una tercera persona, sino en cambiar tú mismo. Toda convivencia a la larga trae problemas, pero mil problemas nunca deben hacer una duda de perseverar en el compromiso adquirido.
En ocasiones el divorcio es inevitable porque entra en juego la libertad de dos personas; basta que uno quiera marcharse para que la separación sea inevitable. Hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para evitar una ruptura matrimonial. Para perseverar en el amor matrimonial hasta le muerte es preciso el consejo de las “3 des”: Dios, Diálogo y Detalles.
Comentarios al autor: riruvalcaba@legionaries.org

viernes, 26 de agosto de 2011

De las falsas ideas sobre el conocimiento de sí mismo

Boletín 121 de la Comunidad de Psicólogos Católicos
De las falsas ideas sobre el conocimiento de sí mismo
Autor: Catholic.net | Fuente: Catholic.net




De las falsas ideas sobre el conocimiento de sí mismo

Autor: Nelson Medina OP


Es bueno separar lo que buscamos de lo que no buscamos. Tratándose de un asunto complejo, por lo menos en sus inicios, el conocimiento de sí mismo puede fácilmente confundirse con otras cosas que se le parecen pero que no son.
Ante todo, circula a veces la idea de que una persona puede conocer tan perfectamente su pasado que con ese solo conocimiento ya es capaz de sanarse de todos sus males, por lo menos los de orden mental o psicológico. Y aunque nadie negará la importancia de recordar la infancia o hablar abiertamente de los temores o deseos reprimidos, es iluso pensar que uno puede tocar el fondo último del misterio humano.

El modo popular de ver la relación entre paciente y psicólogo es un diván, al estilo del psicoanálisis: el paciente habla y va ahondando en sus propios recuerdos. Guiado por oportunas pero muy breves intervenciones del terapista, escarba en sus propias motivaciones y miedos, confiesa cosas que le hubiera gustado vivir, tener o disfrutar, elabora sus propias teorías y las critica, da rienda a muchos sentimientos que quizá estuvieron allí por años enteros.

Todo esto puede ser tremendamente sanador y de hecho ha traído mucha salud a mucha gente, aunque por supuesto no está exento de reparos.

Es un método largo y a menudo costoso. Además, Freud, su fundador, dio un énfasis casi unilateral a todo lo relacionado con la sexualidad y vino a establecer como un patrón de desarrollo humano que hace depender casi todo del placer físico. Una terapia extensa abordada desde éste ángulo podría terminar creando las mismas realidades que luego diagnostica.

Si comparamos al psicoanálisis con otros caminos de autoconocimiento talvez la objeción más grande sería esa confianza casi ilimitada en el poder de la razón para transformar el propio ser, como si uno pudiera con la sola fuerza de las palabras esclarecerlo todo y curarlo todo.

Ahora bien, si tanto el que escucha como el que habla tienen clara conciencia de los límites del pensamiento humano, y esto es ya empezar a conocerse, la citada objeción puede superarse, por supuesto. Y de hecho, yo pienso que una versión aun cuando sea simplificada del psicoanálisis será siempre necesaria en la tarea del conocimiento de sí.

En todo caso, el psicoanálisis lanzó nuestra atención hacia el pasado. A Freud le interesaba la infancia pero otros pensaron que podían ir aún más atrás, por ejemplo, al nacimiento o la vida intrauterina.

Otros incluso han relacionado este empalme con el pasado con las teorías de la reencarnación. Para ellos, el conocimiento de sí mismo se resuelve en una secuencia de vidas que, a lo largo de los siglos, componen una sola secuencia. Es sorprendente el número de cristianos que creen ingenuamente que su fe es compatible con este tipo de enseñanzas. No faltan los testimonios de quienes afirman que sólo han llegado a "conocerse" cuando han podido saber que en otra vida fueron una princesa encarcelada o un legionario romano.

No es el propósito de este trabajo entrar a contradecir tales relatos sino apenas recordar que no tienen nada que ver con nuestra fe cristiana. Pueden ser y han sido refutados desde diversos ángulos pero este no es un libro de apologética y tampoco es sano que en todas partes llevemos las mismas discusiones.

En otra dirección, es importante no confundir el conocimiento de sí con los esfuerzos de distintas escuelas de tipología o caracterología. Es una tendencia muy natural buscar clasificaciones entre los muy diversos modos de ser de las personas, pues las vemos introvertidas o extrovertidas, más racionales o más emocionales, con tendencia hacia la contemplación o hacia la acción, y así sucesivamente. Por eso se han intentado diversos modos de clasificar a las personas de acuerdo con criterios variados: la manera de reaccionar, el lugar del intelecto y de los sentimientos, las tendencias altruistas o egoístas... ¡incluso la forma del rostro o el signo zodiacal!

Salvo el Zodíaco, creo que algo bueno puede sacarse de casi cualquier clasificación seria de personalidades humanas, y desde este enfoque propondremos algo más adelante en la presente obra. Sin embargo, ninguna tipología o clasificación es perfecta y ello significa que hay un riesgo en equiparar conocimiento de sí mismo y estudio de la personalidad.

Además, hay clasificaciones que, aun siendo útiles y sugestivas, se han visto entremezcladas con elementos esotéricos o suposiciones gratuitas que en realidad no
ayudan a aclarar sino a oscurecer las cosas.
Estoy pensando en particular en el llamado Eneagrama, un sistema de clasificación en siete o en nueve "grupos" a las personas. Una página web típica sobre esta doctrina habla de las siguientes "tipologías": Lunar, Venusino,Mercurial, Saturnino,Marcial,
Jovial, Solar. No se trata sólo de juegos de palabras, pues luego se sacan conclusiones de esta clase: el tipo "Marcial" tiene atracción hacia el "Venusino" y repulsión hacia el "Mercurial." No es difícil ver que estas indicaciones, si uno las toma en serio, ya no están tanto ayudándonos a conocer sino indicándonos cómo actuar. La impresión al final es que el ser humano tiene destinos marcados y que es lo escrito en ese destino lo que uno estaría tratando de conocer cuando se conoce a sí mismo. Esta idea, venga de donde viniere, es incompatible con nuestra fe cristiana y es un notable empobrecimiento en la noción de ser humano.

Resumiendo: bueno usar palabras y recuerdos pero no hasta el punto de confiar sólo en el poder explicatorio de la razón ni mucho menos hasta el punto de imaginar reencarnaciones o cosas parecidas. Bueno también conocer de tipos de personalidad pero no hasta el punto de encarcelarnos en una tipología o creer que ya hay un destino marcado de repulsiones o de compatibilidades

martes, 23 de agosto de 2011

No nos olvidemos de Cristo

Conocer a Cristo implica “vivirlo”, es decir, comprometer toda la vida.

Entre los asuntos esenciales de la vida hay uno que resulta clave: conocer y amar a Cristo. Será entonces posible que repitamos y hagamos propias las palabras de san Pablo: “pues no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado” (1Co 2,2). “Y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2,20).

Fuente: CatholicNet

sábado, 6 de agosto de 2011

Oración de los enamorados

Oracion de los Enamorados

Señor somos dos personas y estamos enamorados.
No sabemos cómo sucedió. Sólo sabemos que es algo hermoso que tú quieres para tu gloria y nuestra felicidad.
Queremos que nuestro amor sea puro y sincero.
Ayúdanos porque nuestra fuerzas son frágiles.
Prepáranos para la difícil tarea del amor.
Sabemos que exiges sacrificios y entreas generosas.
Libranos, Señor, del egoísmo que esteriliza la vida, de la impureza que profana nuestros cuerpos, del orgullo que nos separa de ti y de nuestros semejantes. Señor, sè tú nuestro compañero de ruta en los caminos de amor que estamos emprendiendo. Sè nuestro confidente y amigo. Ven, Señor y vive en nuestro amor.
Amén
 Cardenal Jorge Bergoglio