Jesús no sabe matemáticas
Para Jesús, uno equivale a noventa y nueve, ¡y quizá incluso más!
Autor: Monseñor Francois-Xavier Nguyen van Thuan | Fuente: Catholic.net
Detenido en 1975 por su condición de obispo y encarcelado durante 13 años en las cárceles del Vietcong, nueve de ellos en completo aislamiento, en el año 2000 Juan Pablo II encarga a monseñor Van Thuan impartir los ejercicios espirituales de Cuaresma ante la curia vaticana.
Al comienzo de los mismos, monseñor Van Thuan relata cómo a pesar de las duras condiciones de su prisión, su esperanza inquebrantable en Jesús despierta la admiración e incomprensión de sus compañeros de prisión y guardianes. He aquí el admirable testimonio que dio sobre su seguimiento a Jesús.
Si Jesús hubiera hecho un examen de matemáticas, quizá lo hubieran suspendido. Lo demuestra la parábola de la oveja perdida. Un pastor tenía cien ovejas. Una de ellas se descarría, y él, inmediatamente, va a buscarla dejando las otras noventa y nueve en el redil. Cuando la encuentra, carga a la pobre criatura sobre sus hombros (cf. Lc 15, 47).
Para Jesús, uno equivale a noventa y nueve, ¡y quizá incluso más! ¿Quién aceptaría esto? Pero su misericordia se extiende de generación en generación...
Cuando se trata de salvar una oveja descarriada, Jesús no se deja desanimar por ningún riesgo, por ningún esfuerzo. ¡Contemplemos sus acciones llenas de compasión cuando se sienta junto al pozo de Jacob y dialoga con la samaritana, o bien cuando quiere detenerse en casa de Zaqueo! ¡Qué sencillez sin cálculo, qué amor por los pecadores!
DE INTERÉS. El blog en el cual me propongo escribir sobre temas que son de importancia para la vida espiritual. Para ser buenas personas y sentirse reconfortados ante las tribulaciones. Para compartir lo más querido de nosotros: personas, animales, actividades, etc. Como así también es para aquellas expresiones del arte que gratifican el alma.
martes, 13 de septiembre de 2011
viernes, 9 de septiembre de 2011
5 ladridos en nombre de la ciencia
Los perros, dicen, son el mejor amigo del hombre. Pero, sobre todo, de los científicos que los usaron para experimentos que —si los aplicaban en humanos— los hubiesen llevado resos. Sin siquiera saberlo, algunas cariñosas mascotas prestaron gran ayuda para el progreso de la ciencia. Totalmente involuntaria, por cierto. Pero no menos digna de reconocimiento. 1. Un Adán de cuatro patas. Este pichicho dio el ladrido primordial: los ecos de su ¡Guau! tienen 31.700 años de antigüedad. Su cráneo, hallado en 1.860 en la caverna de Goyet, Bélgica, quedó sepultado entre otras piezas arqueológicas menores. Nadie notó que aquellos huesos habían pertenecido al perro más antiguo jamás conocido. Los restos mortales del canino belga recién fueron datados —pruebas con carbono 14 mediante— en el año 2008. Los despojos del antecesor más antiguo, en Rusia, habían sido fechados hace 14.000 años.
La dieta base del animal —todavía más lobo que perro— era la carne de caballo, ciervo y de buey azmilclero. El hombre, según los antropólogos que examinaron los datos, aún no domesticaba a los perros, que se habían adaptado a la convivencia por las ventajas obtenidas en el proceso de ser perros.
Pero la contribución perruna que nos interesa no son huesos enterrados por la historia sino aquellos casos donde el "voluntario" (es un decir) aún movía la cola.
2. ¡Sangre perra! La primera transfusión exitosa de un perro a otro fue realizada por el científico inglés Richard Lower, allá por febrero de 1666. El anatomista extrajo la sangre de la arteria carótida de un perro para introducirla al otro a través de la vena yugular. ¿Dos detalles? Se sirvió de plumas de aves a modo de cánulas. Y uno de los dos animales murió desangrado. Al año, el cirujano francés Jean Baptiste Denis logró la primera transfusión de una oveja a un paciente joven. ¿Cómo justificaba el uso de animales? La sangre humana, dijo, estaba cargada de "pecados, pasiones e impurezas". Esto no era una metáfora: por entonces realmente creían que los líquidos corporales eran causa de los peores los males. Prevalecía la teoría de los cuatro humores o humorismo. Idea ésta que no causaba ninguna gracia: en su nombre miles de pacientes fueron sometidos a sangrías bestiales donde morían sanos —aunque sin una gota de sangre.
En 1670, el Parlamento de París —con el apoyo de la curia, siempre a la vanguardia contra cualquier cosa que suene a innovación científica— prohibió las transfusiones de sangre "bajo pena de castigo corporal". Recién en el siglo XIX se reanudaron estas investigaciones.
3. El futuro de la psicología en la baba de un perro. En 1904, el fisiólogo ruso Iván Pávlov ganó el Premio Nobel por sus estudios sobre las secreciones gástricas de los perros. Durante aquellas investigaciones, Pávlov advirtió que —cuando alguien les llevaba la ración de comida— a los perros se les hacía "agua la boca" no bien oían los pasos, es decir, la salivación se adelantaba a la cena. Sus observaciones no prescindían del bisturí: a sus perros les abría un surco en la quijada junto al conducto salivar para medir la cantidad de saliva que generaba la glándula. Pávlov seccionó nervios y destruyó los aparatos olfativos, gustativos y auditivos de sus animales.
Con todo, sus investigaciones dieron lugar a uno de los grandes hallazgos del siglo XX: el condicionamiento clásico, descubrimiento clave de la psicología científica.
4. Marjorie ladró última, pero mejor. A esta altura del siglo XXI, pocos reivindican el papel de Marjorie, una cachorra a la que se debe casi todo lo que —allá por 1921— se supo sobre la diabetes. Frederick Banting y su asistente Charles Best, profesor y estudiante respectivamente de la Universidad de Toronto, tomaron líquido pancreático de perros sanos, inyectándoselo a Marjorie y a otros perros, a los que les extrajeron el páncreas para hacerlos diabéticos. La perrita sobrevivió 70 días en buenas condiciones hasta que fue sacrificada cuando les faltó el extracto. Habían aislado a la insulina. A los pocos meses el descubrimiento —por el que compartieron el Premio Nobel de Medicina, en 1923— comenzó a salvar a diabéticos de una muerte segura. 5. Laika, la primera perra (calcinada) en el espacio. De todas las mascotas sacrificadas en nombre de la ciencia, la más famosa fue Laika, única pasajera de la misión Sputnik 2, lanzada el 3 de noviembre de 1957. Antes de convertirse en heroína del progama espacial soviético, esta perrita de raza husky de tres años de edad debió habituarse a vivir en los mismos simuladores que utilizarían los cosmonautas de la ex URSS. En pocas palabras, Laika no la pasó bien. Horas de confinamiento dentro de cocteleras gigantes, aislamiento y corridas le causaron problemas digestivos, cardíacos y un notable deterioro físico. Aún así, en sólo cuatro semanas de training, estuvo lista para partir.
Desde el principio se supo que Laika no iba a sobrevivir. Por aquellos días, el gobierno soviético afirmó que la perrita vivió una semana. Que, como estaba previsto, el séptimo día ingirió una dosis de veneno para ahorrarle el sufrimiento de una muerte por exceso de calor o falta de oxígeno. Pero luego se supo que las autoridades soviéticas habían mentido descaradamente. Durante su ascenso, la nave perdió el aislamiento térmico. Laika murió a causa del estrés y sobrecalentamiento entre 5 y 7 horas después del despegue, según reveló en 2002 Dimitri Malashenkov, uno de los científicos que participaron en el lanzamiento del satélite Sputnik 2.
El 14 de abril de 1958 el Sputnik 2 explotó al entrar en la atmósfera, después de dar 2.570 vueltas alrededor de la Tierra durante 163 días. Laika desató un debate mundial sobre el maltrato animal y fue la última pasajera lanzada al espacio sin garantía de retorno.
Peter Singer, escritor y profesor de bioética de la Universidad de Princeton, puso el ladrido en el cielo hace décadas. "Liberación animal", título de su best seller de 1975, impulsó un movimiento destinado a defender los derechos de los animales. "O bien los perros no son como nosotros, y en ese caso no habría razón para ejecutar esos experimentos; o bien sí son como nosotros, en cuyo caso tampoco habría que llevar a cabo tales experimentos que podrían ser considerados un ultraje si se practicaran sobre nosotros", escribió Singer, autor de diversos textos donde defiende el utilitarismo filosófico. La contracara de la afirmación de Singer se respira en miles de laboratorios médicos, donde sería imposible avanzar sin cobayos. "No habría una sola persona viva hoy como resultado de un transplante de órgano sin la experimentación con animales. Todo nuestro trabajo ha dependido del uso de animales", señaló el cirujano Joseph Murray, ganador del Premio Nobel de Medicina en 1990 por su tesis sobre el tema.
¿Que se trata de un tema sobre el que cuesta tomar posición? Nadie dijo que fuera fácil. En "El mejor amigo de la ciencia", libro que prácticamente da el nombre a la colección "Ciencia que ladra" (Editorial Siglo XXI), el periodista científico Martín De Ambrosio cuenta el increíble destino de Claude Bernard, un fisiólogo francés que exploró, bisturí en mano, la anatomía de miles de perros vagabundos. Tan fervorosa curiosidad le llevó a viviseccionar el perro de su hija, experimento que puso fin a la armonía familiar.
Todo tiene su precio. Ese tal Bernard, echado de su casa a puntapiés por su mujer, fue el fundador de la medicina experimental.
Alejandro Agostinelli es periodista y editor del blog Factor 302.4
La dieta base del animal —todavía más lobo que perro— era la carne de caballo, ciervo y de buey azmilclero. El hombre, según los antropólogos que examinaron los datos, aún no domesticaba a los perros, que se habían adaptado a la convivencia por las ventajas obtenidas en el proceso de ser perros.
Pero la contribución perruna que nos interesa no son huesos enterrados por la historia sino aquellos casos donde el "voluntario" (es un decir) aún movía la cola.
2. ¡Sangre perra! La primera transfusión exitosa de un perro a otro fue realizada por el científico inglés Richard Lower, allá por febrero de 1666. El anatomista extrajo la sangre de la arteria carótida de un perro para introducirla al otro a través de la vena yugular. ¿Dos detalles? Se sirvió de plumas de aves a modo de cánulas. Y uno de los dos animales murió desangrado. Al año, el cirujano francés Jean Baptiste Denis logró la primera transfusión de una oveja a un paciente joven. ¿Cómo justificaba el uso de animales? La sangre humana, dijo, estaba cargada de "pecados, pasiones e impurezas". Esto no era una metáfora: por entonces realmente creían que los líquidos corporales eran causa de los peores los males. Prevalecía la teoría de los cuatro humores o humorismo. Idea ésta que no causaba ninguna gracia: en su nombre miles de pacientes fueron sometidos a sangrías bestiales donde morían sanos —aunque sin una gota de sangre.
En 1670, el Parlamento de París —con el apoyo de la curia, siempre a la vanguardia contra cualquier cosa que suene a innovación científica— prohibió las transfusiones de sangre "bajo pena de castigo corporal". Recién en el siglo XIX se reanudaron estas investigaciones.
3. El futuro de la psicología en la baba de un perro. En 1904, el fisiólogo ruso Iván Pávlov ganó el Premio Nobel por sus estudios sobre las secreciones gástricas de los perros. Durante aquellas investigaciones, Pávlov advirtió que —cuando alguien les llevaba la ración de comida— a los perros se les hacía "agua la boca" no bien oían los pasos, es decir, la salivación se adelantaba a la cena. Sus observaciones no prescindían del bisturí: a sus perros les abría un surco en la quijada junto al conducto salivar para medir la cantidad de saliva que generaba la glándula. Pávlov seccionó nervios y destruyó los aparatos olfativos, gustativos y auditivos de sus animales.
Con todo, sus investigaciones dieron lugar a uno de los grandes hallazgos del siglo XX: el condicionamiento clásico, descubrimiento clave de la psicología científica.
4. Marjorie ladró última, pero mejor. A esta altura del siglo XXI, pocos reivindican el papel de Marjorie, una cachorra a la que se debe casi todo lo que —allá por 1921— se supo sobre la diabetes. Frederick Banting y su asistente Charles Best, profesor y estudiante respectivamente de la Universidad de Toronto, tomaron líquido pancreático de perros sanos, inyectándoselo a Marjorie y a otros perros, a los que les extrajeron el páncreas para hacerlos diabéticos. La perrita sobrevivió 70 días en buenas condiciones hasta que fue sacrificada cuando les faltó el extracto. Habían aislado a la insulina. A los pocos meses el descubrimiento —por el que compartieron el Premio Nobel de Medicina, en 1923— comenzó a salvar a diabéticos de una muerte segura. 5. Laika, la primera perra (calcinada) en el espacio. De todas las mascotas sacrificadas en nombre de la ciencia, la más famosa fue Laika, única pasajera de la misión Sputnik 2, lanzada el 3 de noviembre de 1957. Antes de convertirse en heroína del progama espacial soviético, esta perrita de raza husky de tres años de edad debió habituarse a vivir en los mismos simuladores que utilizarían los cosmonautas de la ex URSS. En pocas palabras, Laika no la pasó bien. Horas de confinamiento dentro de cocteleras gigantes, aislamiento y corridas le causaron problemas digestivos, cardíacos y un notable deterioro físico. Aún así, en sólo cuatro semanas de training, estuvo lista para partir.
Desde el principio se supo que Laika no iba a sobrevivir. Por aquellos días, el gobierno soviético afirmó que la perrita vivió una semana. Que, como estaba previsto, el séptimo día ingirió una dosis de veneno para ahorrarle el sufrimiento de una muerte por exceso de calor o falta de oxígeno. Pero luego se supo que las autoridades soviéticas habían mentido descaradamente. Durante su ascenso, la nave perdió el aislamiento térmico. Laika murió a causa del estrés y sobrecalentamiento entre 5 y 7 horas después del despegue, según reveló en 2002 Dimitri Malashenkov, uno de los científicos que participaron en el lanzamiento del satélite Sputnik 2.
El 14 de abril de 1958 el Sputnik 2 explotó al entrar en la atmósfera, después de dar 2.570 vueltas alrededor de la Tierra durante 163 días. Laika desató un debate mundial sobre el maltrato animal y fue la última pasajera lanzada al espacio sin garantía de retorno.
Peter Singer, escritor y profesor de bioética de la Universidad de Princeton, puso el ladrido en el cielo hace décadas. "Liberación animal", título de su best seller de 1975, impulsó un movimiento destinado a defender los derechos de los animales. "O bien los perros no son como nosotros, y en ese caso no habría razón para ejecutar esos experimentos; o bien sí son como nosotros, en cuyo caso tampoco habría que llevar a cabo tales experimentos que podrían ser considerados un ultraje si se practicaran sobre nosotros", escribió Singer, autor de diversos textos donde defiende el utilitarismo filosófico. La contracara de la afirmación de Singer se respira en miles de laboratorios médicos, donde sería imposible avanzar sin cobayos. "No habría una sola persona viva hoy como resultado de un transplante de órgano sin la experimentación con animales. Todo nuestro trabajo ha dependido del uso de animales", señaló el cirujano Joseph Murray, ganador del Premio Nobel de Medicina en 1990 por su tesis sobre el tema.
¿Que se trata de un tema sobre el que cuesta tomar posición? Nadie dijo que fuera fácil. En "El mejor amigo de la ciencia", libro que prácticamente da el nombre a la colección "Ciencia que ladra" (Editorial Siglo XXI), el periodista científico Martín De Ambrosio cuenta el increíble destino de Claude Bernard, un fisiólogo francés que exploró, bisturí en mano, la anatomía de miles de perros vagabundos. Tan fervorosa curiosidad le llevó a viviseccionar el perro de su hija, experimento que puso fin a la armonía familiar.
Todo tiene su precio. Ese tal Bernard, echado de su casa a puntapiés por su mujer, fue el fundador de la medicina experimental.
Alejandro Agostinelli es periodista y editor del blog Factor 302.4
domingo, 4 de septiembre de 2011
Cuánto cuesta un milagro?
¿Cuánto cuesta un milagro?
Quisiera hoy, en estas horas de mí caminar frágil, dejar mi vida entre tus manos, como vasija humilde, como barro confiado.
Autor: Juan Rafael Pacheco | Fuente: Catholic.net
Teresa, la niñita de esta historia real, aquel día fue a su habitación, puso en un bolsillo de su jeans las monedas que había estado ahorrando de su merienda, y con paso resuelto se encaminó a la farmacia de la esquina.
Con total aplomo, esperó a que el farmacéutico le prestara atención, pero nada. Finalmente, con una moneda tocó repetidas veces en el mostrador.
-¿Qué es lo que quieres?--le dijo el hombre--¿No ves que estoy hablando con mi hermano que acaba de llegar de Chicago, y hace años no lo veo?
-Pues de mi hermano quiero hablarle. Él está muy enfermo y quiero comprar un milagro.
-¿Qué dices?
-Su nombre es Andrés. Algo muy malo le ha estado creciendo en su cabeza. Mi Papi dice que sólo un milagro puede salvarlo Dígame, ¿cuánto cuesta un milagro?
Con voz algo más suave, el farmacéutico le dijo que no tenía milagros a la venta, y que no podía ayudarla.
En eso intervino el hermano recién llegado al pueblo, un hombre muy bien vestido.
-¿Qué clase de milagro necesita tu hermano?
--No sé-replicó Tere medio asustada.--Sólo sé que está muy enfermo y Mami dice que necesita una operación y Papi dice que no pueden pagarla, que se necesita un milagro.
-¿Cuánto tienes?
-Cuarenta y un pesos.
-¡Qué coincidencia! ¡Exactamente lo que cuesta un milagro para hermanitos! Llévame a tu casa.
Aquel hombre era el Dr. Carlton Armstrong, cirujano especializado en neurocirugía, quien cubrió todos los gastos de la operación, salvando así la vida del niño.
La madre no se cansaba de repetir que habían presenciado un milagro real, sin saber cuánto pudo haber costado.
Jesús ha insistido una y otra vez que hay que ser como niños para llegar al Reino de los Cielos. Y lo que Jesús nos dice es que debemos actuar como niños, con la misma ingenuidad, con la misma seguridad, con la misma espontaneidad con que los niños confían plenamente en Dios.
Y a nosotros los grandes, ¡que trabajo nos da ponernos en sus manos!
El Padre Fernando Pascual comenta que tal parece tememos los proyectos de Dios para con nuestras vidas, y preferimos seguir nuestros propios gustos, decidir nuestros pasos, tenerlo todo bajo el control de nuestros deseos.
Y no acabamos de entender en esos momentos de dificultades que Dios tiene un camino distinto para nosotros, quizás difícil, quizás incomprensible, quizás lleno de espinas.
“Señor, ayúdame a descubrir ese proyecto. Dame fuerzas para confiar, para no olvidar que eres un Padre bueno. Permíteme reconocer que la Cruz es parte del camino del que ama, una astilla que nos permite contagiarnos del fuego de amor que tu Hijo trajo al mundo.
Quisiera hoy, en estas horas de mí caminar frágil, dejar mi vida entre tus manos, como vasija humilde, como barro confiado. Dejar que modeles en mi alma y en mi cuerpo tu proyecto; permitirte conquistar mis ideas y mis actos; y trabajar para que también otros, desde mi vida transformada, puedan avanzar hacia la esperanza y descubrir tu Amor eterno.”
Tere sí sabía cuánto costaba un milagro... cuarenta y un pesos, más la fe de una chiquilla.
Bendiciones y paz.
Preguntas o comentarios al autor Juan Rafael Pacheco
Quisiera hoy, en estas horas de mí caminar frágil, dejar mi vida entre tus manos, como vasija humilde, como barro confiado.
Autor: Juan Rafael Pacheco | Fuente: Catholic.net
Teresa, la niñita de esta historia real, aquel día fue a su habitación, puso en un bolsillo de su jeans las monedas que había estado ahorrando de su merienda, y con paso resuelto se encaminó a la farmacia de la esquina.
Con total aplomo, esperó a que el farmacéutico le prestara atención, pero nada. Finalmente, con una moneda tocó repetidas veces en el mostrador.
-¿Qué es lo que quieres?--le dijo el hombre--¿No ves que estoy hablando con mi hermano que acaba de llegar de Chicago, y hace años no lo veo?
-Pues de mi hermano quiero hablarle. Él está muy enfermo y quiero comprar un milagro.
-¿Qué dices?
-Su nombre es Andrés. Algo muy malo le ha estado creciendo en su cabeza. Mi Papi dice que sólo un milagro puede salvarlo Dígame, ¿cuánto cuesta un milagro?
Con voz algo más suave, el farmacéutico le dijo que no tenía milagros a la venta, y que no podía ayudarla.
En eso intervino el hermano recién llegado al pueblo, un hombre muy bien vestido.
-¿Qué clase de milagro necesita tu hermano?
--No sé-replicó Tere medio asustada.--Sólo sé que está muy enfermo y Mami dice que necesita una operación y Papi dice que no pueden pagarla, que se necesita un milagro.
-¿Cuánto tienes?
-Cuarenta y un pesos.
-¡Qué coincidencia! ¡Exactamente lo que cuesta un milagro para hermanitos! Llévame a tu casa.
Aquel hombre era el Dr. Carlton Armstrong, cirujano especializado en neurocirugía, quien cubrió todos los gastos de la operación, salvando así la vida del niño.
La madre no se cansaba de repetir que habían presenciado un milagro real, sin saber cuánto pudo haber costado.
Jesús ha insistido una y otra vez que hay que ser como niños para llegar al Reino de los Cielos. Y lo que Jesús nos dice es que debemos actuar como niños, con la misma ingenuidad, con la misma seguridad, con la misma espontaneidad con que los niños confían plenamente en Dios.
Y a nosotros los grandes, ¡que trabajo nos da ponernos en sus manos!
El Padre Fernando Pascual comenta que tal parece tememos los proyectos de Dios para con nuestras vidas, y preferimos seguir nuestros propios gustos, decidir nuestros pasos, tenerlo todo bajo el control de nuestros deseos.
Y no acabamos de entender en esos momentos de dificultades que Dios tiene un camino distinto para nosotros, quizás difícil, quizás incomprensible, quizás lleno de espinas.
“Señor, ayúdame a descubrir ese proyecto. Dame fuerzas para confiar, para no olvidar que eres un Padre bueno. Permíteme reconocer que la Cruz es parte del camino del que ama, una astilla que nos permite contagiarnos del fuego de amor que tu Hijo trajo al mundo.
Quisiera hoy, en estas horas de mí caminar frágil, dejar mi vida entre tus manos, como vasija humilde, como barro confiado. Dejar que modeles en mi alma y en mi cuerpo tu proyecto; permitirte conquistar mis ideas y mis actos; y trabajar para que también otros, desde mi vida transformada, puedan avanzar hacia la esperanza y descubrir tu Amor eterno.”
Tere sí sabía cuánto costaba un milagro... cuarenta y un pesos, más la fe de una chiquilla.
Bendiciones y paz.
Preguntas o comentarios al autor Juan Rafael Pacheco
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