Los perros, dicen, son el mejor amigo del hombre. Pero, sobre todo, de los científicos que los usaron para experimentos que —si los aplicaban en humanos— los hubiesen llevado resos. Sin siquiera saberlo, algunas cariñosas mascotas prestaron gran ayuda para el progreso de la ciencia. Totalmente involuntaria, por cierto. Pero no menos digna de reconocimiento. 1. Un Adán de cuatro patas. Este pichicho dio el ladrido primordial: los ecos de su ¡Guau! tienen 31.700 años de antigüedad. Su cráneo, hallado en 1.860 en la caverna de Goyet, Bélgica, quedó sepultado entre otras piezas arqueológicas menores. Nadie notó que aquellos huesos habían pertenecido al perro más antiguo jamás conocido. Los restos mortales del canino belga recién fueron datados —pruebas con carbono 14 mediante— en el año 2008. Los despojos del antecesor más antiguo, en Rusia, habían sido fechados hace 14.000 años.
La dieta base del animal —todavía más lobo que perro— era la carne de caballo, ciervo y de buey azmilclero. El hombre, según los antropólogos que examinaron los datos, aún no domesticaba a los perros, que se habían adaptado a la convivencia por las ventajas obtenidas en el proceso de ser perros.
Pero la contribución perruna que nos interesa no son huesos enterrados por la historia sino aquellos casos donde el "voluntario" (es un decir) aún movía la cola.
2. ¡Sangre perra! La primera transfusión exitosa de un perro a otro fue realizada por el científico inglés Richard Lower, allá por febrero de 1666. El anatomista extrajo la sangre de la arteria carótida de un perro para introducirla al otro a través de la vena yugular. ¿Dos detalles? Se sirvió de plumas de aves a modo de cánulas. Y uno de los dos animales murió desangrado. Al año, el cirujano francés Jean Baptiste Denis logró la primera transfusión de una oveja a un paciente joven. ¿Cómo justificaba el uso de animales? La sangre humana, dijo, estaba cargada de "pecados, pasiones e impurezas". Esto no era una metáfora: por entonces realmente creían que los líquidos corporales eran causa de los peores los males. Prevalecía la teoría de los cuatro humores o humorismo. Idea ésta que no causaba ninguna gracia: en su nombre miles de pacientes fueron sometidos a sangrías bestiales donde morían sanos —aunque sin una gota de sangre.
En 1670, el Parlamento de París —con el apoyo de la curia, siempre a la vanguardia contra cualquier cosa que suene a innovación científica— prohibió las transfusiones de sangre "bajo pena de castigo corporal". Recién en el siglo XIX se reanudaron estas investigaciones.
3. El futuro de la psicología en la baba de un perro. En 1904, el fisiólogo ruso Iván Pávlov ganó el Premio Nobel por sus estudios sobre las secreciones gástricas de los perros. Durante aquellas investigaciones, Pávlov advirtió que —cuando alguien les llevaba la ración de comida— a los perros se les hacía "agua la boca" no bien oían los pasos, es decir, la salivación se adelantaba a la cena. Sus observaciones no prescindían del bisturí: a sus perros les abría un surco en la quijada junto al conducto salivar para medir la cantidad de saliva que generaba la glándula. Pávlov seccionó nervios y destruyó los aparatos olfativos, gustativos y auditivos de sus animales.
Con todo, sus investigaciones dieron lugar a uno de los grandes hallazgos del siglo XX: el condicionamiento clásico, descubrimiento clave de la psicología científica.
4. Marjorie ladró última, pero mejor. A esta altura del siglo XXI, pocos reivindican el papel de Marjorie, una cachorra a la que se debe casi todo lo que —allá por 1921— se supo sobre la diabetes. Frederick Banting y su asistente Charles Best, profesor y estudiante respectivamente de la Universidad de Toronto, tomaron líquido pancreático de perros sanos, inyectándoselo a Marjorie y a otros perros, a los que les extrajeron el páncreas para hacerlos diabéticos. La perrita sobrevivió 70 días en buenas condiciones hasta que fue sacrificada cuando les faltó el extracto. Habían aislado a la insulina. A los pocos meses el descubrimiento —por el que compartieron el Premio Nobel de Medicina, en 1923— comenzó a salvar a diabéticos de una muerte segura. 5. Laika, la primera perra (calcinada) en el espacio. De todas las mascotas sacrificadas en nombre de la ciencia, la más famosa fue Laika, única pasajera de la misión Sputnik 2, lanzada el 3 de noviembre de 1957. Antes de convertirse en heroína del progama espacial soviético, esta perrita de raza husky de tres años de edad debió habituarse a vivir en los mismos simuladores que utilizarían los cosmonautas de la ex URSS. En pocas palabras, Laika no la pasó bien. Horas de confinamiento dentro de cocteleras gigantes, aislamiento y corridas le causaron problemas digestivos, cardíacos y un notable deterioro físico. Aún así, en sólo cuatro semanas de training, estuvo lista para partir.
Desde el principio se supo que Laika no iba a sobrevivir. Por aquellos días, el gobierno soviético afirmó que la perrita vivió una semana. Que, como estaba previsto, el séptimo día ingirió una dosis de veneno para ahorrarle el sufrimiento de una muerte por exceso de calor o falta de oxígeno. Pero luego se supo que las autoridades soviéticas habían mentido descaradamente. Durante su ascenso, la nave perdió el aislamiento térmico. Laika murió a causa del estrés y sobrecalentamiento entre 5 y 7 horas después del despegue, según reveló en 2002 Dimitri Malashenkov, uno de los científicos que participaron en el lanzamiento del satélite Sputnik 2.
El 14 de abril de 1958 el Sputnik 2 explotó al entrar en la atmósfera, después de dar 2.570 vueltas alrededor de la Tierra durante 163 días. Laika desató un debate mundial sobre el maltrato animal y fue la última pasajera lanzada al espacio sin garantía de retorno.
Peter Singer, escritor y profesor de bioética de la Universidad de Princeton, puso el ladrido en el cielo hace décadas. "Liberación animal", título de su best seller de 1975, impulsó un movimiento destinado a defender los derechos de los animales. "O bien los perros no son como nosotros, y en ese caso no habría razón para ejecutar esos experimentos; o bien sí son como nosotros, en cuyo caso tampoco habría que llevar a cabo tales experimentos que podrían ser considerados un ultraje si se practicaran sobre nosotros", escribió Singer, autor de diversos textos donde defiende el utilitarismo filosófico. La contracara de la afirmación de Singer se respira en miles de laboratorios médicos, donde sería imposible avanzar sin cobayos. "No habría una sola persona viva hoy como resultado de un transplante de órgano sin la experimentación con animales. Todo nuestro trabajo ha dependido del uso de animales", señaló el cirujano Joseph Murray, ganador del Premio Nobel de Medicina en 1990 por su tesis sobre el tema.
¿Que se trata de un tema sobre el que cuesta tomar posición? Nadie dijo que fuera fácil. En "El mejor amigo de la ciencia", libro que prácticamente da el nombre a la colección "Ciencia que ladra" (Editorial Siglo XXI), el periodista científico Martín De Ambrosio cuenta el increíble destino de Claude Bernard, un fisiólogo francés que exploró, bisturí en mano, la anatomía de miles de perros vagabundos. Tan fervorosa curiosidad le llevó a viviseccionar el perro de su hija, experimento que puso fin a la armonía familiar.
Todo tiene su precio. Ese tal Bernard, echado de su casa a puntapiés por su mujer, fue el fundador de la medicina experimental.
Alejandro Agostinelli es periodista y editor del blog Factor 302.4
La dieta base del animal —todavía más lobo que perro— era la carne de caballo, ciervo y de buey azmilclero. El hombre, según los antropólogos que examinaron los datos, aún no domesticaba a los perros, que se habían adaptado a la convivencia por las ventajas obtenidas en el proceso de ser perros.
Pero la contribución perruna que nos interesa no son huesos enterrados por la historia sino aquellos casos donde el "voluntario" (es un decir) aún movía la cola.
2. ¡Sangre perra! La primera transfusión exitosa de un perro a otro fue realizada por el científico inglés Richard Lower, allá por febrero de 1666. El anatomista extrajo la sangre de la arteria carótida de un perro para introducirla al otro a través de la vena yugular. ¿Dos detalles? Se sirvió de plumas de aves a modo de cánulas. Y uno de los dos animales murió desangrado. Al año, el cirujano francés Jean Baptiste Denis logró la primera transfusión de una oveja a un paciente joven. ¿Cómo justificaba el uso de animales? La sangre humana, dijo, estaba cargada de "pecados, pasiones e impurezas". Esto no era una metáfora: por entonces realmente creían que los líquidos corporales eran causa de los peores los males. Prevalecía la teoría de los cuatro humores o humorismo. Idea ésta que no causaba ninguna gracia: en su nombre miles de pacientes fueron sometidos a sangrías bestiales donde morían sanos —aunque sin una gota de sangre.
En 1670, el Parlamento de París —con el apoyo de la curia, siempre a la vanguardia contra cualquier cosa que suene a innovación científica— prohibió las transfusiones de sangre "bajo pena de castigo corporal". Recién en el siglo XIX se reanudaron estas investigaciones.
3. El futuro de la psicología en la baba de un perro. En 1904, el fisiólogo ruso Iván Pávlov ganó el Premio Nobel por sus estudios sobre las secreciones gástricas de los perros. Durante aquellas investigaciones, Pávlov advirtió que —cuando alguien les llevaba la ración de comida— a los perros se les hacía "agua la boca" no bien oían los pasos, es decir, la salivación se adelantaba a la cena. Sus observaciones no prescindían del bisturí: a sus perros les abría un surco en la quijada junto al conducto salivar para medir la cantidad de saliva que generaba la glándula. Pávlov seccionó nervios y destruyó los aparatos olfativos, gustativos y auditivos de sus animales.
Con todo, sus investigaciones dieron lugar a uno de los grandes hallazgos del siglo XX: el condicionamiento clásico, descubrimiento clave de la psicología científica.
4. Marjorie ladró última, pero mejor. A esta altura del siglo XXI, pocos reivindican el papel de Marjorie, una cachorra a la que se debe casi todo lo que —allá por 1921— se supo sobre la diabetes. Frederick Banting y su asistente Charles Best, profesor y estudiante respectivamente de la Universidad de Toronto, tomaron líquido pancreático de perros sanos, inyectándoselo a Marjorie y a otros perros, a los que les extrajeron el páncreas para hacerlos diabéticos. La perrita sobrevivió 70 días en buenas condiciones hasta que fue sacrificada cuando les faltó el extracto. Habían aislado a la insulina. A los pocos meses el descubrimiento —por el que compartieron el Premio Nobel de Medicina, en 1923— comenzó a salvar a diabéticos de una muerte segura. 5. Laika, la primera perra (calcinada) en el espacio. De todas las mascotas sacrificadas en nombre de la ciencia, la más famosa fue Laika, única pasajera de la misión Sputnik 2, lanzada el 3 de noviembre de 1957. Antes de convertirse en heroína del progama espacial soviético, esta perrita de raza husky de tres años de edad debió habituarse a vivir en los mismos simuladores que utilizarían los cosmonautas de la ex URSS. En pocas palabras, Laika no la pasó bien. Horas de confinamiento dentro de cocteleras gigantes, aislamiento y corridas le causaron problemas digestivos, cardíacos y un notable deterioro físico. Aún así, en sólo cuatro semanas de training, estuvo lista para partir.
Desde el principio se supo que Laika no iba a sobrevivir. Por aquellos días, el gobierno soviético afirmó que la perrita vivió una semana. Que, como estaba previsto, el séptimo día ingirió una dosis de veneno para ahorrarle el sufrimiento de una muerte por exceso de calor o falta de oxígeno. Pero luego se supo que las autoridades soviéticas habían mentido descaradamente. Durante su ascenso, la nave perdió el aislamiento térmico. Laika murió a causa del estrés y sobrecalentamiento entre 5 y 7 horas después del despegue, según reveló en 2002 Dimitri Malashenkov, uno de los científicos que participaron en el lanzamiento del satélite Sputnik 2.
El 14 de abril de 1958 el Sputnik 2 explotó al entrar en la atmósfera, después de dar 2.570 vueltas alrededor de la Tierra durante 163 días. Laika desató un debate mundial sobre el maltrato animal y fue la última pasajera lanzada al espacio sin garantía de retorno.
Peter Singer, escritor y profesor de bioética de la Universidad de Princeton, puso el ladrido en el cielo hace décadas. "Liberación animal", título de su best seller de 1975, impulsó un movimiento destinado a defender los derechos de los animales. "O bien los perros no son como nosotros, y en ese caso no habría razón para ejecutar esos experimentos; o bien sí son como nosotros, en cuyo caso tampoco habría que llevar a cabo tales experimentos que podrían ser considerados un ultraje si se practicaran sobre nosotros", escribió Singer, autor de diversos textos donde defiende el utilitarismo filosófico. La contracara de la afirmación de Singer se respira en miles de laboratorios médicos, donde sería imposible avanzar sin cobayos. "No habría una sola persona viva hoy como resultado de un transplante de órgano sin la experimentación con animales. Todo nuestro trabajo ha dependido del uso de animales", señaló el cirujano Joseph Murray, ganador del Premio Nobel de Medicina en 1990 por su tesis sobre el tema.
¿Que se trata de un tema sobre el que cuesta tomar posición? Nadie dijo que fuera fácil. En "El mejor amigo de la ciencia", libro que prácticamente da el nombre a la colección "Ciencia que ladra" (Editorial Siglo XXI), el periodista científico Martín De Ambrosio cuenta el increíble destino de Claude Bernard, un fisiólogo francés que exploró, bisturí en mano, la anatomía de miles de perros vagabundos. Tan fervorosa curiosidad le llevó a viviseccionar el perro de su hija, experimento que puso fin a la armonía familiar.
Todo tiene su precio. Ese tal Bernard, echado de su casa a puntapiés por su mujer, fue el fundador de la medicina experimental.
Alejandro Agostinelli es periodista y editor del blog Factor 302.4
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