viernes, 19 de julio de 2013

ACEPTACIÓN DE UNO MISMO. La propia aceptación, la autoestima, es fruto de madurez, de conocerse bien y lleva a valorarse adecuadamente, sin sentimientos de inferioridad, derrotismo, etc; y a confiar adecuadamente -sin ingenuidades ni presuntuosidades- en uno mismo.

2. Aceptación de uno mismo:


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aceptarse supone conocerse y aceptar sin dramatismos la propia identidad. Lleva a asumir los propios defectos y limitaciones, sin exagerarlos, conociendo también las propias virtudes. Lleva a quererse, y quererse no sólo en los aspectos positivos y agradables que descubrimos en nosotros, sino también en los negativos, aceptando las propias imperfecciones y luchando contra ellas con serenidad y sentido positivo.
Lleva a tolerarse y a tolerar a los demás; a aceptar los defectos; a no esconderlos; no a resignarse ante ellos. Lleva también a asumir con humildad y serenidad los errores del pasado, sin darle vueltas, sin lamentos, sin nostalgias, procurando vivir en el presente.
Durante mucho tiempo consideré la baja autoestima una virtud. Me habían prevenido tanto contra el orgullo y la presunción que llegué a considerar que despreciarme era algo bueno. Pero ahora me he dado cuenta que el verdadero pecado es negar el amor de Dios hacia mí, ignorar mi valía personal.
(Henri J. M. Nouwen, El Regreso del hijo pródigo, Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt, PPC).
La propia aceptación, la autoestima, es fruto de madurez, de conocerse bien y lleva a valorarse adecuadamente, sin sentimientos de inferioridad, derrotismo, etc; y a confiar adecuadamente -sin ingenuidades ni presuntuosidades- en uno mismo.
Quien debido a su madurez se estima a sí mismo, no necesita de grandes títulos para concederse el respeto que se merece (…) Situar fuera del núcleo del hombre el punto de referencia de la autoestima es, no cabe duda, una equivocación. No por más títulos se es mejor persona. (…)
Hay que conseguir no identificar autoestima con éxito profesional. (…) En lugar de preguntar con tanta frecuencia: ¿qué es? debiéramos dirigir nuestra interrogación a: ¿quien es? (M. A. Martí, La madurez).

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