Un sábado, Jesús entró a comer en casa de unos de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente.
Jesús dijo al que lo había invitado: «Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa.
Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.
¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!»
Reflexión
En la lectura de hoy, Jesús pone ahora su mirada en los invitados a una comida. Seguramente seguía observando con atención las características sociales de los comensales que eran invitados a una comida en casa de gente religiosa que oficiaban de anfitriones.
Al consejo dirigido por Jesús a los invitados sigue otro dado a los fariseos. El imperativo presente del verbo griego, traducido como “no invitar”, puede significar “no tomar la iniciativa de invitar” únicamente a las personas que pueden devolverte la invitación, porque de esa forma ya tendrías en la tierra tu recompensa. Sustancialmente, se trata de la misma enseñanza de Lucas 6,34: no hay que dar prestado únicamente a quienes te lo puedan devolver. Lo que Jesús recomienda en una nueva concepción de las relaciones humanas, fundada no en la reciprocidad, sino en el amor unilateral, como el amor de Dios por el hombre.
Lo que Jesús propone es el derrumbamiento del muro de los círculos cerrados en las relaciones humanas, y la apertura a todos, con preferencia por los abandonados.
Extraído de:
http://www.arzbaires.org.ar/inicio/lecturas.html
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