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Las 7 reglas del diálogo
conyugal |
El verano es un buen tiempo para que
los esposos dialoguen sin prisas. Es verdad que a veces en verano hay ruidos y
desorden, pero hay tiempo “perdido” que se puede aprovechar para estrechar
lazos, afianzar compromisos, revisar comportamientos, alimentar las ilusiones
que nunca se deben perder, mirar los dos al infinito y volver a enamorarse...
Que nunca quede al llegar septiembre la sensación de haber perdido el
tiempo.
Pero, ¿cómo ha de ser el diálogo conyugal? El P. Nicolás Sckwizer
propone estas siete reglas prácticas para que ahora ofrecemos, y que garantizan
la renovación en el amor si se siguen de corazón. ¿por qué no hacer la prueba?
Para que el diálogo sea enriquecedor y fecundo, hay que cumplir
determinados requisitos. Cada pareja, al poseer una identidad propia, tendrá que
encontrar su manera peculiar. Existen, no obstante, determinadas reglas básicas.
¿Cuáles son estas reglas del diálogo conyugal? Se pueden resumir así: el diálogo
conyugal, para que sea eficaz y creador, debe ser: humilde, paciente, simpático,
cálido, oportuno, constante y renovado.
1. Humilde. La primera
cualidad del diálogo es la humildad. No se debe avanzar hacia el otro hinchado
por su propia perfección, seguro de lo definitivo de sus razones. No existe el
cónyuge ideal, ni tampoco nadie es dueño de toda la verdad. Semejante actitud
imposibilita el intercambio desde el origen.
El peligro de todo diálogo
conyugal es que, frecuentemente, se vuelva una acusación: se tortura, se ataca,
se acusa recíprocamente, y se sale de esta situación más apartado que nunca. Por
eso conviene que los esposos, a la hora de iniciar el diálogo, tengan la
prudencia de ejercer la autocrítica.
Es algo básico. Hay que tener un
gran cuidado -a la hora de las recriminaciones, críticas, preguntas embarazosas-
para examinarse a sí mismo y verificar hasta qué punto puede uno mismo ser
sujeto de censura. No es tan raro que uno proyecte sus fallas y limitaciones en
el otro. Con una actitud de humildad y autocrítica, la conversación se
desarrollará en un clima de lucidez, calma y comprensión.
2.
Paciente. En un solo día no se conseguirá la comprensión del cónyuge. Como
todo, la vida de dos juntos requiere un largo aprendizaje, una permanente
educación.
Y toda educación descansa sobre la paciencia. Sabemos que
consiste, antes que nada, en repetición incansable, en incesante recomenzar. Así
ocurre entre marido y mujer. A veces, será necesario repetir durante toda una
vida la misma observación, formular la misma petición.
No es que el otro
tenga mala voluntad; sucede que simplemente se le olvida o no logra crear el
hábito, que sólo nace con la repetición. Lo importante, pues, es saber repetir
con una paciencia que, además, es atributo de la fortaleza. En el caso de la
vida matrimonial, esta paciencia es aún más importante, ya que la mayor parte de
las veces, están en juego solamente detalles. Pero estas pequeñeces sin
importancia, al multiplicarse, se hacen irritantes. La impaciencia crece y
amenaza con manifestarse en los momentos de charla. Y es eso lo que hay que
evitar. La paciencia dará al diálogo un clima de calma, de serenidad, sin
tensiones e irritación.
3. Simpático. Para que el diálogo conyugal
sea un instrumento de aproximación, no debe llevarse a cabo en términos
agresivos, sino por el contrario, de la forma más simpática. De otro modo, no
podrán menos que defenderse y volver a atacar.
En el momento en que los
dos se encuentran cara a cara para iniciar un análisis de la situación conyugal,
importa mucho el sentirse amado. Los roces inevitables de la vida en común
crean, al multiplicarse, una antipatía reprimida que, tarde o temprano, hará
explosión. Si triunfa la antipatía por encima de la simpatía, el clima del
diálogo se hace denso y llega a sofocar. Y entonces las personas se cierran en
seguida, se recogen en sí mismas o se irritan. La conversación se hace entonces
imposible, inútil. En tales condiciones se da un extraño diálogo de sordos en el
que nadie quiere escuchar a nadie. Sólo la simpatía presente en cada momento,
asegura un intercambio fructífero.
4. Cálido. Hay que insistir
siempre en que el diálogo sea cálido, porque la frialdad es un peligro que
amenaza a todos los cónyuges. Una vez que se han acumulado algunas
incomprensiones consecutivas, la irritación contenida se traduce en un marcado
enfriamiento de las relaciones de la pareja. No se es propiamente hostil al
otro; se es simplemente indiferente a él, con una indiferencia helada.
Evidentemente, esto es algo que aumenta la incomunicabilidad y cierra toda
salida. No se llegará jamás al encuentro interior en tales
condiciones.
5. Oportuno. Es un arte saber escoger lo que debe
decirse y lo que debe callarse. El proverbio lo enseña: “No toda verdad es para
ser dicha”. Existen algunas que es mejor callar, porque diciéndolas solo
lograríamos herir; sin provecho alguno para un mejor entendimiento. Existen
silencios que deben ser respetados, secretos que son inviolables. No todo ha de
decirse ni tampoco puede preguntarse todo. Para poder escucharse, la pareja debe
respetarse, una de las formas de respeto consiste en saber no preguntar o no
insistir cuando no conviene; otra forma es no decir al cónyuge una verdad
demasiado dolorosa. La discreción, en el sentido profundo de la palabra, es la
clave de los diálogos conyugales. Es decir, deben discernir qué puede
comunicarse y qué debe callarse, en todos los casos.
Esto se aplica
también al momento escogido para manifestarse. La verdad no puede ser dicha en
cualquier momento. No habría que hablar jamás cuando se está en determinados
estados de espíritu. Por ejemplo, cuando se está dominado por la cólera, los
celos, la tristeza profunda o una excepcional euforia.
No son las
emociones las que deban animar al diálogo, sino exclusivamente la razón. Se
juzgará, a nivel de la inteligencia, no de las pasiones, cuando es el momento
oportuno para decir tal o cual verdad, o pedir determinada explicación. Escoger
en forma acertada el momento del diálogo es asegurar su éxito.
6.
Constante. Tenemos que imprimir un ritmo seguro al diálogo, una periodicidad
regular, para evitar que aumenten las incomprensiones y se acumulen los
problemas.
Aquí podríamos decir también algunas palabras sobre las
interrupciones del diálogo. Pasa todavía bastante frecuentemente que después de
una pelea o un enojo suspendemos ese diálogo que tendría que ser permanente, y
hasta lo suspendemos por tiempo indefinido. Y después viene la pregunta: ¿quién
de los dos inicia de nuevo el diálogo?
Mucho depende del temperamento: el
colérico es demasiado orgulloso para iniciarlo él; el melancólico está demasiado
hundido por lo que pasó; al flemático probablemente no le importa mucho; el más
indicado sería entonces el sanguíneo que no aguanta la situación por mucho
tiempo. Ahora, si a mí me preguntan, yo suelo decir: es evidente que el más
maduro debe reiniciar el diálogo.
7. Renovado. La constancia en el
diálogo exige, en compensación, un esfuerzo de renovación. Porque es necesario,
a pesar de todo, tener algo que decirse para poder hablar. Por lo contrario,
reinará la monotonía en nuestros diálogos.
Si la esposa sólo sabe hablar
de la moda o del servicio doméstico, y por su lado, el marido sólo sabe hablar
de negocios o de política, es evidente que la conversación será a la larga
aburrida. La palabra está en función del pensamiento. Es urgente, por lo tanto,
cultivarlo como un deber. Pero la cultura sería, en el sentido de abrir cada vez
más su espíritu y su horizonte con el propósito de aprender a vivir mejor y de
saber responder a las preguntas que todo ser inteligente se plantea. Muy actual
entonces el tema de nuestras lecturas, de nuestras realizaciones artísticas, de
nuestra cultura religiosa...
Fuente:
http://www.lafamilia.info/index.php?destino=/Matrimonio/matrimonio.php
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