miércoles, 31 de octubre de 2012

Cómo estudiar y a la vez, hacer un buen resumen.


Cómo estudiar y a la vez, hacer un buen resumen.
Adolescente estudiante masculino sentado en el escritorio con gran libro y resaltador. Aislados en blanco en formato horizontal.  Foto de archivo - 7713459
 

1)      Lectura general, para saber de qué se trata. Preguntarse: De que se está hablando? Lectura a vuelo de pájaro. Para saber de qué se trata en general.

 

2)      Subrayar diferenciando temas principales(o generales) versus secundarios (o particulares).

 

3)      Entender cada tema y subtema: Leer hilando , viendo como funcionan las cosas o como suceden. Ayudarse anotando cosas para acordarse, en forma de gráficos, utilizando la forma de decirlo con las palabras que usarías vos. Redactarlo como lo dirías vos, con tus palabras. Para que te sea fácil de recordar. Pero sin olvidarse de poner el vocabulario específico de la materia. Acostumbrase a usarlo ayuda a describir con menos palabras las cosas.

 

4)      Sacar conclusiones de cada tema  principal y secundario.

Anotarlas.

 

5)      Explicar cada conclusión

Anotarlas

Leticia V Castells

domingo, 14 de octubre de 2012

Aborto = quemar semillas

El aborto es como las semillas de soja. Que dirían si les digo que quemo las semillas de soja, porque todavía no son soja y me molestan por x causa.
Ni locos!!! Porque saben que eso dará fruto y muchas ganancias, a pesar de los cuidados.
Lo mismo pasa con el embriónde un niño. Es un niño creciendo.

viernes, 12 de octubre de 2012

Exorcismo contra Satanás y los Ángeles rebeldes

Autor: Publicado por su Santidad León XIII | Fuente: Catholic.net
Exorcismo contra Satanás y los Ángeles rebeldes
Oración para rechazar los ataques del demonio.



+ En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla. Sé nuestro amparo contra la perversidad y las asechanzas del enemigo. Reprímelo Dios, Te pedimos humildemente, y tú Príncipe de la Milicia Celestial, arroja al infierno a Satanás y a otros espíritus malignos, que andan por el mundo para la perdición de las almas. Amen." (León XIII).

Venid en auxilio de los hombres que Dios ha hecho a su imagen y semejanza, y que ha sido rescatado a tan alto precio de la tiranía del demonio. Sois vos a quien venera la Iglesia como su guardián y protector, a vos ha confiado el Señor las almas redimidas para introducirlas al Cielo. Rogad al Dios de la paz que aplaste a Satanás bajo nuestros pies a fin de despojarle de todo poder y de perjudicar a la Iglesia. Presenta al Altísimo nuestras oraciones para pedir misericordia y vencer a la antigua serpiente para que no pueda seducir a las naciones.


EXORCISMO:

En el nombre de Jesucristo nuestro Dios y Señor, con la intercesión de la Virgen María, de San Miguel, San Pedro y San Pablo y todos los santos, nos proponemos rechazar los ataques del demonio

Salmo 67 (se rezará de pié)

1 Dios tenga misericordia de nosotros, y nos bendiga; haga resplandecer su rostro sobre nosotros; Selah

2 Para que sea conocido en la tierra tu camino,
En todas las naciones tu salvación.

3 Te alaben los pueblos, oh Dios;
Todos los pueblos te alaben.

4 Alégrense y gócense las naciones,
Porque juzgarás los pueblos con equidad,
Y pastorearás las naciones en la tierra. Selah

5 Te alaben los pueblos, oh Dios;
Todos los pueblos te alaben.

6 La tierra dará su fruto;
Nos bendecirá Dios, el Dios nuestro.

7 Bendíganos Dios,
Y témanlo todos los términos de la tierra.


Huyan de su presencia los que aborrecen a Dios; desvanézcanse como el humo, como la cera se derrite al fuego, así perezcan los pecadores a la vista de Dios. Ved aquí la Cruz del Señor; huid potestades enemigas. León de la tribu de Judá, el vástago de David ha vencido. Tu misericordia, Señor, es con nosotros conforme a la esperanza que en ti tenemos.

Te exorcizamos Espíritu Inmundo, quienquiera que seas, potencia satánica, legión, reunión o secta diabólica. En el nombre de Jesucristo seas arrojado de la Iglesia de Dios, de las almas rescatadas con su Sangre preciosa. No te atreverás a sacudir y cribar como al trigo a los elegidos de Dios + , te lo manda el Dios altísimo + a quien, en tu grande orgullo, pretendes hacerte semejante. Él, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2,4). Te lo manda Dios Padre + , te lo manda Dios Hijo +, te lo manda Dios Espíritu Santo + , te lo manda Cristo, el Verbo eterno de Dios que se hizo carne + , el cual para salvarnos se humilló y se hizo obediente hasta la muerte; ha establecido la Iglesia sobre una piedra sólida y ha prometido que las puertas del infierno no prevalecerán jamás sobre ella. Te lo manda la señal de la Cruz + , y la virtud de los misterios de la fe + . Te lo manda la poderosa Madre de Dios + , la cual aplastó por su humildad tu cabeza. Te lo manda la sangre de los mártires y la piadosa intercesión de los Santos y Santas.
Dragón maldito y toda la legión diabólica, te conjuramos por el Dios vivo + , por el Dios verdadero + , por el Dios santo + , por el Dios que ha amado tanto al mundo y a cada uno de nosotros, que nos ha dado su Hijo único,. a fin de que los que crean en él no perezcan sino que tengan la vida eterna. Cesa de engañar a las criaturas humanas y de derramar el veneno de la condenación eterna. Cesa de poner obstáculos a la libertad. Vete maestro de todo engaño, enemigo de la salvación de los hombres.
Humíllate bajo la poderosa mano de Dios. Tiembla y huye a la invocación hecha por nosotros del santo nombre de Jesús que hace temblar a los infiernos, al cual alaban las potestades y las dominaciones, y que los querubines y serafines alaban diciendo: Santo, Santo, Santo, es el señor de los ejércitos.

V. Señor escucha nuestra oración.
R. Y llegue a ti nuestro clamor.

Dios del Cielo, de la tierra, de los Ángeles y Arcángeles, patriarcas, profetas, apóstoles y mártires, Dios de los confesores y de las vírgenes, Dios que das vida después de la muerte, y el descanso después del trabajo, dígnate librarnos de toda malicia de los espíritus infernales, por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

De las asechanzas del demonio, líbranos Señor. Dígnate humillar a los enemigos de tu Iglesia.

Se rocía con agua bendita el lugar en que se ha rezado.

NOTA: Hay que santiguarse al encontrar la señal de la Cruz +

Publicado con licencia del Ordinario de París.

Existen los exorcismos en la Iglesia?

Autor: P. Miguel Ángel Fuentes, V.E. | Fuente: El Teólogo Responde
¿Existen los exorcismos en la Iglesia?
El exorcismo tiene como punto de partida la fe de la Iglesia
¿Existen los exorcismos en la Iglesia?
¿Existen los exorcismos en la Iglesia?
Estimado Padre:

soy seminarista y en mi apostolado se me acercó un muchacho a quien le han sucedido cosas "extrañas" por lo que me permito hacerle las siguientes preguntas:

¿por qué ya no se habla de exorcismo en la Iglesia y por qué no se enseña nada al respecto en el curriculum de estudios teológicos del seminario?

¿me podría sugerir bibliografía al respecto?



No es exacto decir que no se habla de exorcismo en la Iglesia. El 26 de enero de 1999 fue presentado oficialmente el “Nuevo rito de los exorcismos”.

En la presentación decía el Cardenal Medina Estévez (cf. L’Osservatore Romano, 12 de febrero de 1999, p. 12): “La sagrada Escritura nos enseña que los espíritus malignos, enemigos de Dios y del hombre, realizan su acción de modos diversos; entre éstos se señala la obsesión diabólica, llamada también posesión diabólica. Sin embargo, la obsesión diabólica no constituye la manera más frecuente como el espíritu de las tinieblas ejerce su influjo. La obsesión tiene características de espectacularidad; en ella el demonio se apropia, en cierto modo, de la fuerza y actividad física de la persona que sufre la posesión. No obstante esto el demonio no puede adueñarse de la libre libertad del sujeto, lo que impide el compromiso de la libre voluntad del poseído, hasta el punto de hacerlo pecar.

Sin embargo, la violencia física que el diablo ejerce sobre el obseso constituye un incentivo al pecado, que es lo que él quisiera obtener. El Ritual del exorcismo señala diversos criterios e indicios que permiten llegar, con prudente certeza, a la convicción de que se está ante una posesión diabólica. Es solamente entonces cuando el exorcista autorizado puede realizar el solemne rito del exorcismo. Entre estos criterios indicados se encuentran ; el hablar con muchas palabras de lenguas desconocidas o entenderlas; desvelar cosas escondidas o distantes; demostrar fuerzas superiores a la propia condición física, y todo ello juntamente con una aversión vehemente hacia Dios, la santísima Virgen, los santos, la cruz y las sagradas imágenes.

Se subraya que para llevar a cabo el exorcismos es necesaria la autorización del obispo diocesano. Autorización que puede ser concedida para un caso especifico o de un modo general y permanente al sacerdote que ejerce en la diócesis el ministerio del exorcista”.

Y más adelante: “El exorcismo tiene como punto de partida la fe de la Iglesia, según la cual existen Satanás y los otros espíritus malignos, y que su actividad consiste en alejar a los hombres del camino de la salvación. La doctrina católica nos enseña que los demonios son ángeles caídos a causa del propio pecado; que son seres espirituales con una gran inteligencia y poder: ‘El poder de Satanás, sin embargo, no es infinito. Este no es sino una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura; no puede impedir la edificación del reino de Dios. Aunque Satanás actúe en el mundo por odio contra Dios y su reino en Cristo Jesús, y su acción cause graves daños- de naturaleza espiritual, indirectamente, también de naturaleza física a cada hombre y la sociedad, esta acción es permitida por la divina Providencia, que guía la historia del hombre y del mundo con fuerza y suavidad. La permisión por parte de los de la actividad diabólica constituye un misterio grande, sin embargo nosotros sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que le aman (Rm 8, 28)’(Catecismo de la Iglesia católica, n. 395).

Quisiera subrayar que el influjo nefasto del demonio y de sus secuaces es habitualmente ejercido a través del engaño, la mentira y la confusión. Así como Jesús es la verdad (cf. Jn. 8, 44), el diablo es el mentiroso por excelencia. Desde siempre, desde el inicio la mentira ha sido su estrategia preferida. No hay lugar a dudad de que el diablo tiene la capacidad de atrapar a muchas personas en las redes de las mentiras, pequeñas o grandes. Engaña a los hombres haciéndoles creer que no tienen necesidad de Dios y que son autosuficientes, sin necesitar de la gracia ni la salvación. Logra engañar a los hombres amortiguando en ellos, e incluso haciendo desaparecer, el sentido del pecado, sustituyendo la ley de Dios como criterio de moralidad por las costumbres o consensos de la mayoría. Persuade a los niños para que crean que la mentira constituye una forma adecuada para resolver diversos problemas, y de esta manera se forma entre los hombres, poco a poco, una atmósfera de desconfianza y de sospecha. Detrás de las mentiras, que llevan el selo del gran mentiroso, se desarrollan las incertidumbres, las dudas, un mundo donde ya no existe ninguna seguridad ni verdad, y en el cual reina, en cambio el relativismo y la convicción de que la realidad consiste en hacer lo que da la gana. De esta manera no de logra entender que la verdadera libertad consiste en la identificación con la voluntad de Dios, fuente del bien y de la única felicidad posible.

...La Iglesia está segura de la victoria final de Cristo y, por tanto, no se deja arrastrar por el miedo o por el pesimismo; al mismo tiempo, sin embargo es consciente de la acción del maligno, que trata de desanimarnos y de sembrar la confusión. Tengan confianza –dice el señor- yo he vencido al mundo (Jn 8, 33). En este marco encuentran su justo lugar los exorcismos, expresión importante, pero no la única, de la lucha contra el maligno”.




Envíe sus comentarios al P. Miguel Ángel Fuentes, V.E. y consulte más casos de interés en "El Teólogo Responde".

¿Dios o el Diablo?

Autor: André Manaranche | Fuente: Libro preguntas jóvenes a la vieja fe
¿Dios o el Diablo?
Si creo en Dios es para entregarme a El de todo corazón, no temblando de miedo, sino saltando de alegría.
¿Dios o el Diablo?
¿Dios o el Diablo?
Boletín ¡Ser discípulos! Aprende a defender tu fe
Tema: Preguntas jóvenes
Fuente: Libro preguntas jóvenes a la vieja fe. Autor André Manaranche,

I. Tus preguntas sobre Dios.


¿Dios o el Diablo?

A veces, la gente dice: «fulanito no cree ni en Dios ni en el diablo.» Colocan, así, a los dos en el mismo cesto, lo cual es un grave error, porque, aunque admita sin dudarlo la existencia del diablo, no creo en él de la misma manera que creo en Dios. A Este me entrego por completo, al diablo, no. Además, si creo en Dios es porque admito mucho más que su simple existencia, cosa que también el diablo es capaz de hacer (Santiago 2,19). Si creo en Dios es para entregarme a El de todo corazón, no temblando de miedo, sino saltando de alegría. No juegues, pues, con el verbo «creer» sin saber bien lo que dices.

Te hablo de ello porque, hoy en día, muchos jóvenes no saben ya a qué Dios entregarse, si: al benéfico o al maléfico. Es curioso, porque en nuestra Iglesia ya casi no se menciona al diablo para nada, si no es para definirle como un mito de los tiempos pasados o un fantasma para retrasados mentales, incapaces de distinguir lo religioso de lo psicológico. Incluso algunos teólogos han llegado a dudar de la capacidad de Jesús para clarificar este problema.

Sin embargo, tú estás oyendo hablar de Satanás continuamente, en tus revistas y periódicos llenos de vampiros, brujos, magos y otras especies. Pero, en estas publicaciones, el diablo deja de ser un ángel caído al que Jesús desenmascara y domina, y María aplasta con su calcañal, para convertirse en una cuasi-divinidad, en un competidor de Dios. Por eso, bastantes jóvenes rinden culto a Satanás como el poder que compite con el del Creador.

Estoy recordando a Gabriel, un joven hippie que confesaba a su amiga Elena que él veneraba al mal como la fuerza superior a todas las demás. Por eso llevaba un pequeño ataúd colgando del cinturón. Piensa en Mónica, que un día, a la vuelta de unas convivencias espirituales, decide dar su medalla de la Virgen al primer joven que se encuentre en el metro. Y así lo hace. Pero el joven al que le entrega la medalla se queda sorprendido y, al verla, le contesta: «lo siento, mi Dios es Satán.» Y, pensándolo un poco, añade: «sin embargo, la voy a guardar; así comprobaré quién de los dos es más fuerte.» ¡Espero que María haya defendido su causa y la de su Hijo!»
Esta confusión nos viene desde la noche de los tiempos. En latín, «sagrado» significa al mismo tiempo «bendito» y «maldito». En griego, la palabra «daimon» también significa las dos cosas. De hecho, es la palabra que Pablo utiliza en el Areópago para llamar «religiosos» a los atenienses (Hechos 17,22). Además, hay cultos paganos en los que no se sabe exactamente a quién se reza. En este sentido, Pablo es muy claro: ~ ciertas inmolaciones hechas a los ídolos son hechas, en realidad, al mismo demonio (1 Corintios 10,20). Cuando un hombre pide a la «divinidad» que le ayude a vengarse de su enemigo, que le convierta en un superman invulnerable e inmortal, o que le descubra los secretos del mundo, no puede dirigirse más que al diablo. Sólo Mefistófeles puede escuchar la oración de Fausto. Una oración que, por otra parte, es incapaz de atender, porque el diablo miente más que respira. Así lo hizo con Jesús, cuando le llevó a la cima del monte y le dijo: «te daré todo ese poder y esa gloria, porque me lo han dado a mí y yo lo doy a quien quiero; si me rindes homenaje, todo será tuyo» , (Lucas 4,6).

No creo que tú caigas en tales exageraciones, pero algunas de tus preguntas versan sobre Satán:
- ¿Cree en el diablo?
-¿El demonio es más fuerte que Dios? ¿Cuál es su poder exacto?
-¿cómo pudo Satanás atacar al propio Jesús?
-¿Qué es el anticristo?

El tema te preocupa. Puede que incluso conozcas a algún compañero con teorías y practicas raras. El satanismo es, a mismo tiempo, un error sobre Satanás, cuyo poder se magnifica, y un error sobre Dios, al que se asimila a un poder anónimo, capaz de hacer el bien y el mal. En el fondo, ciertos jóvenes confunden la religión con la conquista (iba a decir captura) y la explotación de un poder. Están dispuestos a pagar cualquier precio por ello, aunque sea un precio exorbitante y alienante como el don de su alma al diablo. Y este pacto les destruye Por eso, el exorcista tiene que identificar al demonio, conocer su nombre y el pacto establecido, para poder liberar al endemoniado.

Amigo mío, no confundas al Padre de Jesús con un dinamismo impersonal, ni la gracia con una posesión diabólica. Es Cristo que vive en ti (Gálatas 2,20) no destruye tu personalidad. El Otro que te dirige a donde tú no quieres ir (Juan 21,18) no te viola ni te violenta. Lejos de deteriorar tu ser, la vida divina lo restaura. Lejos de coartar tu libertad, la gracia la reclama y la activa. No eres el juguete de un mago ni el autómata de un sabio maldito. Jesús no tiene esbirros; sus servidores son sus amigos (Juan 15,15).

La Renovación del Paganismo

« ¿Quién es más fuerte, Dios o Goldorack?», Preguntas. Cuánta angustia se esconde bajo este lenguaje aparentemente infantil! La angustia, es decir, el miedo inherente a todo paganismo.
Y no exagero. Me ciño a las encuestas más recientes. Ya te he dicho que del 74 por 1 00 de jóvenes españoles cree en Dios, el 46 por 1 00 cree en un Dios personal; el 27 por 100, en un Espíritu o fuerza vital, mientras el 18 por 100 es incapaz de identificar al ser o a la fuerza cuya existencia reconoce. Por otra parte, los no creyentes definen su ateísmo en función de las respuestas dadas por los creyentes: niegan la divinidad (mal entendida) que estos últimos reconocen. De ahí que un de las preguntas que planteas de distintas formas sea: «¿Cómo puede saber que Dios nos quiere?». Para hablar de un Dios que nos ama es necesario que ese Dios sea personal. ¡Soy incapaz de imaginarme la ternura que podría sentir hacia mí un espíritu cósmico!

Un Dios impersonal

En la actualidad, como antaño en la tierra de Canaán, lo divino es una energía anónima que puede cumplir diversas y múltiples funciones: hacer llover, conceder hijos, hacer germinar el trigo, ganar una guerra, curar..., etc. Cada santuario tiene su especialidad, como las distintas oficinas de la Administración. El rito no es una oración en el sentido judeo-cristiano, es decir, la súplica confiada dirigida a un verdadero padre, sino el medio infalible para obligar a la divinidad, siempre que se haga correctamente y respetando la tradición. Lo divino es también una realidad misteriosa a la que hay que sorprender por medio de una serie de técnicas adivinatorias, ya que el conocimiento de ese saber oculto proporciona un poder que ya no se encuentra en la magia, sino en la gnosis.

De ahí que no haya oración ni vida espiritual. Sólo el Dios amor puede abrirnos su intimidad para que la compartamos con el. El don y la gracia constituyen lo más específico del judeo-cristianismo.

Tampoco hay pecado, es decir, rechazo total de la ternura de Dios. El pagano se muerde los dedos, pero no conoce la contrición y cree que la divinidad es como una especie de corriente eléctrica de alta tensión a la que es mejor no acercarse.

De ahí que el hombre tenga que reencarnarse, es decir, cambiar de «casa» las veces que le sean necesarias para que ¿y después? Si existe un «después» (algunos partidarios ( la reencarnación no lo estiman necesario), no tiene nada que ver con una comunión, con un «ser con Cristo» (Filipenses 1,23; Tesalonicenses 4,17), sino una supervivencia difusa y muy definida, de tipo cuantitativo y sin ternura alguna. ¡Cuánta angustia y cuántas ganas de huir hay que tener para que esta débiles imágenes puedan alimentar una esperanza!

Un Dios que despersonaliza

El universo neopagano también despersonaliza al hombre. En el Canaán de la Biblia, para hacer llover, germinar nacer, los paisanos practicaban la prostitución sagrada. Cuando lo divino es anónimo, la mujer también; Dios se reduce a su poder y la mujer a su fecundidad.
En nuestros días, la prostitución ya no está relacionada con la religión. Pero, para algunos, la oración se reduce a un: serie de técnicas corporales y psicológicas destinadas a crea el vacío en uno mismo. Se buscan posiciones, se controla la respiración y se repiten unas palabras, para fundirse en un gran todo inmóvil. Los que han vuelto desde las riberas de Ganges a las del Jordán han dado testimonio del carácter destructor de estos métodos, en los que caen ciertos cristianos. He visto, en Bélgica, un cartel con una larga lista de todos lo Monasterios católicos en los que se practicaba y enseñaba el Zen.

Otros confunden el éxtasis con esos estados segundos que se pueden alcanzar por la danza, la droga o el ayuno. Pero, ¿se puede provocar el éxtasis? ¿Constituye éste el último peldaño de la perfección? «Prefiero la monotonía del sacrificio, decía la pequeña Teresa, al éxtasis. Cristo es mi amor y toda mi vida.» Ella lo había entendido. Si Dios es Amor, la santidad no puede ser más que la perfección de la caridad. Los místicos católicos lo han repetido por activa y por pasiva. Si, cuando estoy rezando, me entero de que hay alguien que está hambriento, es preferible interrumpir la oración y socorre verdadero Dios no despersonaliza; al contrario, esta pendiente de cada persona.

En cuanto al cielo, no es la disolución de los individuos, la pérdida de la conciencia. Dios, en su eternidad, permanece atento activo: «no duerme, ni descansa, el guarda Israe1» (Salmo 121,4). La comunión trinitaria no suprime la distinción de las tres Personas divinas. En su reposo, el Padre no cesa de engendrar al Hijo en el Espíritu; la vida bulle y circula sin estancarse, es dada y recibida sin cesar. La felicidad no es soporífera, sino alegre y radiante. Es verdad que el cielo sigue siendo misterioso para nosotros, pero conocemos lo suficiente para saber en qué consiste «la bienaventurada esperanza». No impedir a Dios que me ame, ni privar a los demás de que les debo, intentando desaparecer.

Y así se termina éste nuestro primer diálogo, en el que hemos abordado las cuestiones más importantes por eso valía la pena detenerse un poco más. Espero que no te hayas cansado demasiado. Toma un respiro y reza un buen rato conmigo para agradecer a Dios la gracia recibida.

Al Dios que está por encima de todo lo creado, sólo podíamos llamarle ¡el Desconocido!

Bendito seas por esa voz
que sabe tu Nombre, que viene de ti,
y hace posible que nuestra humanidad te dé gracias.
Tú, a quien ningún hombre ha podido ver, te vemos coger tu parte
de nuestros sufrimientos.
¡Bendito seas por haber mostrado, sobre el Rostro bien amado
del Cristo ofrecido a nuestras miradas, tu inmensa gloria!
Tú, a quien ningún hombre escucho, Nosotros te escuchamos, palabra enterrada En nuestro interior. ¡bendito seas por haber sembrado
En el universo que hay que consagrar, palabras que todavía hablan hoy y nos construyen!
Tú, a quien ningún hombre ha tocado,
nosotros te hemos cogido: el Árbol fue levantado en medio de la tierra.
¡Bendito seas por haber puesto entre las manos de los más pequeños, este Cuerpo en el que no cabe tu corazón de Padre!»


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martes, 9 de octubre de 2012

Jesus mio perdoname

Autor: P. Jorge Loring
Salida de emergencia
"Os voy a enseñar lo que hay que hacer en la hora de la muerte, cuando no tenemos al lado un sacerdote que nos perdone..."

Salida de emergencia
Salida de emergencia
(Conferencia pronunciada en la Escuela de Magisterio de Son Serra. Palma de Mallorca)

El tema de hoy es una de las cosas más interesantes que podéis oír en la vida. De las cosas más prácticas. Es una de las cosas que más os vais a alegrar de haber oído. Porque os voy a enseñar lo que hay que hacer en la hora de la muerte, cuando no tenemos al lado un sacerdote que nos perdone; y cómo tenemos que pedir a Dios perdón para poder salvarnos. Porque lo más seguro es que en la hora de la muerte no tengamos al lado un sacerdote.

Nuestros abuelos solían morirse en la cama con el párroco al lado. Les daban la Extremaunción. Bien asistidos espiritualmente. Pero hoy la gente, ¿cómo se muere? En la carretera, en una cuneta. La gente muere en un quirófano: en una clínica donde no hay capellán, o si hay capellán es muy raro que se confiesen todos los que entran en el quirófano. Lo más seguro es que a la hora de la muerte no tengamos al lado un sacerdote.

¿Y qué hay que hacer en esos momentos para que Dios nos perdone y podamos salvarnos? Pues ya estáis pensado: un acto de contrición. Muy bien. Lo malo es que muchas veces no hay tiempo de rezarlo porque es un accidente rápido, instantáneo. No hay tiempo de rezar el «Señor mío Jesucristo» entero. Por eso os voy a enseñar un acto de contrición de tres palabras; rápido de decir y fácil de recordar. Por eso creo que esto es de las cosas más interesantes que podéis oír en la vida.

***

Voy a empezar hablando de la misericordia de Dios.

Dios es infinitamente misericordioso. La Biblia tiene palabras preciosas sobre lo que es la misericordia de Dios. Os habéis fijado cuando sopla viento norte, ¡qué azul está el cielo! ¡qué brillante! ¡qué resplandeciente! Dice la Biblia: «Como el viento norte borra las nubes del cielo, así mi misericordia borra los pecados de tu alma». La misericordia de Dios deja tu alma limpia, resplandeciente, preciosa, «Como el viento norte borra la nubes del cielo, así mi misericordia borra los pecados de tu alma». Precioso.

Dice la Biblia: «Yo cogeré tus pecados y los lanzaré al fondo del mar» para que nunca más vuelvan a salir a flote. Nunca más. Lo que Dios perdona, lo perdona del todo, para siempre; nunca más se vuelve a acordar de lo que te ha perdonado. Porque así es la misericordia de Dios. Lo perdona todo y del todo. Todos los pecados que podamos cometer, de la mayor gravedad que puedan ser, los perdona y para siempre, y nunca más se vuelve a acordar de lo que perdonó. Nunca más te lo vuelve a echar en cara. Ésta es la infinita misericordia de Dios.

***

Pero esta misericordia de Dios maravillosa hay que armonizarla con la justicia. Y Dios que es infinitamente misericordioso y que perdona todo y del todo, Dios no te perdona un solo pecado como no le pidas perdón. Es condición indispensable para que Dios te perdone que pidas perdón. Y como no pidas perdón, Dios no te puede perdonar. Aunque sea infinitamente misericordioso. Necesita que tú le pidas perdón. Como no pongas esta condición Dios no puede perdonarte. Sería una monstruosidad que Dios no puede hacer: perdonar a quien no quiere pedir perdón. Dios no puede hacer eso.

Dios es justo y es infinitamente misericordioso. Como es infinitamente misericordioso, quiere perdonarte. Como es infinitamente justo, no puede perdonarte como no le pidas perdón.

Mirad, suponeos que cualquiera de vosotras, ya casadas, tiene un niño. Y un día el niño te levanta la mano. Cuando llega tu marido y se entera que el niño te ha levantado la mano monta en cólera. Entonces tu marido llama al niño:

-¡Pepito!
Y viene Pepito. Cuando Pepito ve la cara de su padre, y ve lo que se le viene encima, se echa a llorar, pide perdón, promete que no lo va a hacer más y que va a ser bueno. Entonces este padre de familia, tu marido, que no disfruta castigando al niño, porque ningún padre disfruta castigando a su hijo, sino que lo que quiere es que el hijo se corrija y que sea bueno, cuando el padre ve que el niño se arrepiente, promete enmienda, pide perdón, y va a ser bueno, lo perdona. Correcto.

-Anda niño, vete. Te perdono. Pero que no me entere yo que le vuelves a levantar la mano a tu madre. Porque como esto se repita, vas a ver lo que te ganas.

Pero suponeos que cuando este hombre llama a su hijo para reprenderle porque le ha levantado la mano a su madre, este niño en lugar de pedir perdón y arrepentirse, se pone gallo, se encabrita:
-Me sale de las narices. Y te vas a la «m».

Ahora, este padre de familia, ante el niño que le ha levantado la mano a su madre, y en lugar de arrepentirse y pedir perdón se pone gallo, se encabrita y manda a su padre a la m...., y ahora el padre:
-Bueno, hijo, te perdonaré; porque te pones de una manera..., te perdonaré.

¡Cómo va a ser esto! Del tortazo que le pega lo tumba. Y el tortazo le duele al padre más que al niño. Ningún padre disfruta castigando al niño. ¡Pero cómo el padre va a perdonar a un niño que ha cometido una falta grave, y en lugar de pedir perdón se pone gallo, se encabrita y le manda a la «m»! ¿Lo va a perdonar?

Pues ese es Dios. Dios está deseando perdonar; pero está esperando que pidamos perdón. Porque como no pidamos perdón, Dios no puede perdonar. Mirad, yo me he hecho sacerdote para perdonar pecados. Mi gran ilusión es perdonar pecados. Es lo más grande que puedo hacer. El mayor servicio que yo puedo hacer a mi prójimo es perdonarle pecados. Estoy deseando perdonar pecados. Pero si viene un hombre a confesarse, a decirme que ha calumniado, yo le digo que hay que reparar el daño injusto cometido.

-Ah, no. Eso no. Eso no lo hago yo. Yo no puedo ver a esa persona.

Pues yo no puedo perdonar. Estoy deseando perdonar, que para eso me he hecho sacerdote: para perdonar pecados. Es el mayor servicio que puedo hacer a mi prójimo. Pero si le pido que repare, y él puede, y no quiere, yo no puedo perdonar. Y estoy deseando perdonar. pero no puedo. Me falta la condición de que este hombre repare el daño ocasionado, cuando pueda hacerlo. Si es que no puede hacerlo, eso ya es distinto. Pero si él puede reparar, y no le da la gana , yo no le puedo perdonar. Y estoy deseando perdonar. Falta una condición indispensable.

***

Dios es infinitamente misericordioso, pero al mismo tiempo es infinitamente justo. Precisamente por eso el infierno es eterno. A veces se nos ocurren montones de dificultades contra el infierno. Dificultades contra la Santísima Trinidad, jamás. Que un hombre diga:

-¿Por qué en Dios hay tres Personas? A mí me parece que tiene que haber cinco.

Eso no lo oyes nunca. Pero dificultades contra el infierno,... ¡montones! Porque el infierno hace pupa. Muchos están interesados en que no haya infierno, y quieren autoconvencerse de que no hay infierno. Pues todas mis dificultades contra el infierno están de más, frente a la afirmación de Cristo-Dios.

Hay infierno. Primero porque es dogma de fe, porque lo ha dicho Cristo-Dios. ¡Punto! Pero además es razonable. Tiene que haber un infierno eterno. Porque como uno no pida perdón antes de morir, no pedirá perdón después de morir. Al otro lado de la muerte ni los del cielo pueden pecar -por eso el cielo es eterno-, ni los del infierno pueden arrepentirse -por eso el infierno es eterno-.

El que no pide perdón antes de morir, no puede pedir perdón después de morir. Como Dios no puede perdonar mientras no pidamos perdón, el que no pide perdón antes de morir, eternamente sin pedir perdón, y Dios eternamente sin perdonar. No porque a Dios le falte misericordia, sino porque al pecador le falta la condición indispensable de pedir perdón. Si yo pido perdón, Dios me perdona de mil amores; pero como yo no pida perdón, Dios no puede perdonar. Sería una monstruosidad, que Dios no puede hacer. lnfierno eterno para el que no pida perdón antes de morir. Él eternamente sin pedir perdón, y Dios eternamente sin perdonar.


***

Y que no diga la gente que Dios condena. Dios no condena a nadie. Nos condenamos nosotros. Somos nosotros los que elegimos el infierno. ¡Qué más quisiera Dios que nos salváramos! Para que nos salvemos ha dado su vida en la cruz. ¡Qué más quisiera Dios que todos nos salvemos! Somos nosotros los que rechazamos a Cristo y elegimos el infierno. Nadie se va al infierno si no quiere. Nadie. Todo el que se condena es porque él elige el infierno.

Nadie peca si no quiere. Nadie peca sin querer. Todo el que peca es porque quiere pecar. Por lo tanto, el que se condena es porque él quiere condenarse. Ha pecado porque ha querido, y no ha pedido perdón porque no ha querido. Él ha elegido el infierno. Por eso que no me digan que Dios condena. Dios no condena a nadie. Nos condenamos nosotros solitos. Es como el mal estudiante.

-Es que a mí el profesor me suspende.
Oye, el profesor no te ha suspendido, te suspendes tú. Como tú no sabes, el profesor declara que no sabes. Si tú supieras, el profesor declararía que sabes. Te suspendes tú. Si tú estudias y sabes, el día del examen el profesor declara que sabes; y si no sabes, declara que no sabes. Tú eres quien te apruebas o te suspendes. No el profesor, si es justo. Lo mismo Dios. Si haces buenas obras, vas al cielo. Si cometes pecados, y no pides perdón, al infierno. Pero soy yo el que elijo el cielo o quien elijo el infierno. En el cielo se entra a empujones.

***

Entonces, como yo tengo que pedir perdón, Dios me da el modo de que yo alcance el perdón. Y, ¿cuál es el modo ése? La confesión. Dios hace la confesión para perdonar. Dios instituye el sacramento del perdón, de la confesión. Es uno de los mayores beneficios que Dios ha hecho a la Humanidad. Decidme quién podría salvarse si no hubiera confesión. Sólo podría salvarse el que a lo largo de toda su vida jamás faltó a su conciencia. Y, ¿dónde está ése? A lo largo de la vida, unos antes y otros después, unos en una cosa y otros en otra, ¡qué fácil es que a lo largo de una vida todos hayamos faltado a nuestra conciencia! Y Dios, que es infinitamente misericordioso, nos da el modo de que podamos alcanzar el perdón.

Dios podría haber dicho:
-Ahí tienes una vida. Ahí tienes una libertad. Usa bien de tu libertad. Si usas bien, gloria eterna. Si usas mal, infierno eterno.
Podría haber dicho esto, y estaba en su derecho. Y no nos hacía ningún agravio. «Usa bien de tu libertad y te doy la gloria, pero si usas mal, te doy el infierno».

Pero no. Él dice:
-Ahí tienes una vida. Ahí tienes una libertad. Usa bien de la libertad y te doy la gloria eterna. Y si usas mal, pídeme perdón, que te perdono y también te doy la gloria eterna.

¿Puede ser Dios más bueno? ¿Puede poner la cosa más fácil? Nos da el modo de alcanzar el perdón de los pecados, si hemos usado mal de la libertad. Y ese modo es la confesión. Instituye la confesión. ¡El gran beneficio de la confesión!

Llama a los Apóstoles y les dice:
-A quienes vosotros perdonéis, yo les perdono; a quienes vosotros no perdonéis, yo tampoco.
Dios delega en los Apóstoles el perdón. ¿Que lo podía haber hecho de otra forma? Por supuesto. Pero lo ha hecho así. Dios perdona por medio del sacerdote. Dios lo ha hecho así.

Y ahora dice otro:
-¿Por qué tengo que decir mis pecados a un sacerdote? Yo pido perdón a mi aire. Yo me confieso directamente con Dios.

No vale. Porque el modo de perdonar de Dios no lo eliges tú, lo elige Él. Y si Él ha dispuesto darte el perdón por la confesión, tienes que confesarte para que Dios te perdone. Y si yo pido a Dios perdón a mi aire, no vale. El modo no lo elijo yo, lo elige Él. Las condiciones las pone Él. Dios ha querido que nos confesemos por medio del sacerdote. Y además, si Dios lo ha hecho así es porque está bien hecho. ¿O es que nosotros vamos a enmendarle la plana a Dios? ¿Vamos a saber mejor que Dios cómo tiene que ser el perdón? Cuando Dios ha hecho la confesión con un hombre, es porque debe ser con un hombre.

Voy a poner un ejemplo: Dios podía haber hecho la confesión con un muro, con un muro de piedra, como hacen los judíos. Los judíos van al Muro de las Lamentaciones y allí sueltan el trapo, delante del muro. Dios podía haber hecho la confesión con un muro. ¿Por qué la hace con un hombre? Porque el muro es de piedra. El muro no oye. El muro no entiende. El muro no contesta. El muro no consuela. El muro no tranquiliza. El muro no anima. El muro no alienta. El muro no orienta.

Y el pecador montones de veces necesita que le consuelen, que le tranquilicen, que le animen, que le orienten. Y Dios, que sabe que el pecador necesita que lo tranquilicen, y lo consuelen, y lo animen, y lo orienten, hace la confesión, no con un muro de piedra, que ni oye, ni entiende, ni contesta, ni consuela, ni tranquiliza, ni anima, ni nada; sino con un hombre. ¡Cuántas veces los confesores tenemos que consolar, y tranquilizar, y animar, y orientar! Y Dios que lo sabe, hace la confesión, no con un muro de piedra, sino con un hombre que oye, y entiende, y contesta, y consuela, y tranquiliza. ¡Qué bien hace las cosas Dios! No queramos enmendar la plana a Dios. Dios sabe hacer muy bien las cosas.

***

Tiene gracia que ahora viene Freud y me inventa la confesión clínica. ¿Qué es el psicoanálisis? Una confesión. ¿Qué se hace con el psicoanalista? Pues contarle todo, todo, hasta los sueños. En la confesión no hay que contar los sueños. Y con una diferencia. Yo no sé si el psicoanalista curará o no curará. Desde luego cobra. Y además no perdona. Y el sacerdote, después de oír las confidencias de la persona, primero gratis (jamás nadie ha pagado por ir a confesarse) y además perdona. Por eso da una tranquilidad que no puede dar el psicoanalista. Algunos quieren sustituir la confesión por el psicoanálisis, pero nunca puede ser lo mismo. El psicoanálisis tendrá su campo. Pero no queramos sustituir una cosa por otra. La confesión es insustituible. Por eso Dios ha hecho la confesión.

***

Y este gran beneficio de la confesión, que nos perdona todo y del todo, no puede ser más fácil. ¿Qué se me pide para confesarme? ¿Qué se me pide para perdonarme los pecados en la confesión? No se me pide un doctorado, no se trata de que saque una licenciatura, ni siquiera que sepa leer o escribir. ¿Qué se me pide? SINCERIDAD. ¿Se puede pedir menos? Sinceridad.

Que yo diga la verdad. Lo que tengo dentro. Y si yo digo la verdad se me perdonan los pecados. ¡No se me pide más! ¿Se puede pedir menos? Lo único que Dios quiere para perdonarme es que yo reconozca sinceramente mis pecados. ¿Ha podido hacer Dios la confesión más fácil de lo que es?

Mirad, yo me he inventado una parábola. Lo mismo que hacía Jesucristo. Cuando Jesucristo iba por el campo y hablaba a los labradores se inventa la parábola de la semilla del sembrador. La semilla que cae en buena tierra, la que cae entre piedras, la que cae entre zarzas. Cuando Cristo habla a los pescadores se inventa la parábola de la red que saca del mar peces grandes y pequeños, buenos y malos, etc.

Yo me he inventado una parábola de gran actualidad. Nos ha tocado vivir este tiempo del crédito, de las ventas a plazos. Yo no sé quién ha inventado eso de «compre hoy y pague mañana».¡Fenómeno! Pero, ¿qué pasa? Que todo el mundo tiene un televisor que no ha pagado, una moto o un coche que no ha pagado, un frigorífico que no ha pagado, un piso que no ha pagado, cosas que no ha pagado. Y a fin de mes vienen las letras. Y aunque cada una es un papelito muy fino, pero el montón de letras le aplastan a uno.

Suponeos que un día en un Banco sale un anuncio que dice: «El Banco Tal, en atención a sus clientes y amigos pagará las deudas de todo el que lo solicite» ¡La que se arma en la ciudad! ¡Todo el mundo a la cola!

-¿Usted cuánto debe?
-30.000 pesetas.
-Tranquilo, el Banco paga.
Otro.
-¿Usted cuánto debe?
-300.000 pesetas.
-Tranquilo, el Banco paga.

Cuando se entera la gente que basta con decirle las trampas al de la ventanilla y el Banco paga, todos a la cola. El Banco paga y yo quedo limpio. ¡Fenómeno! Y llega el listillo:

-¿Y yo por qué tengo que decir mis trampas al de la ventanilla? ¿Al de la ventanilla qué le importan mis trampas.? Mis trampas son cosa mía. Yo no se las digo al de la ventanilla.

Es imbécil. ¿Por no decir sus trampas al de la ventanilla se queda con sus trampas? Es idiota. ¡Que !e diga sus trampas al de la ventanilla, que paga el Banco y se queda limpio! Pues esto es la confesión. Así de fácil. Sin embargo algunos tienen alergia a la confesión. ¿Qué te piden? Que digas tus pecados y quedas limpio. No se te pide más. Que digas de verdad tus pecados. Y no te piden más. Y viene el listillo:

-¿Yo por qué tengo que decirle mis pecados al cura? Mis pecados son cosa mía. Y al cura, ¿qué le importa? Mis pecados no se los digo al cura.

¡Idiota! Por no decirle al sacerdote tus pecados, ¿te quedas con los pecados? Dime tú si puede ser más fácil la confesión. Lo único que te piden es que digas tus pecados. Dime tú si puede ser más fácil. Pues nada, el listillo de turno:

-Pues yo no me confieso, porque mis pecados son cosa mía.

***

Y qué hay que decirle al confesor: los pecados mortales. Los veniales no hace falta. Los veniales conviene decirlos. Es como cuando vas al dentista y tienes una muela destrozada. Se lo dices para que te la quite. Pero además si tienes un puntito negro, también se lo dices para que te lo arregle. Le dices lo grave y lo leve. No vaya a ser que empeore. Lo mismo en la confesión: lo grave, indispensable: lo leve, conviene. No es indispensable, pero conviene.

Y ¿qué es pecado mortal ? Que la cosa sea grave. Que al hacerla, yo sepa que es grave. Que yo quiera hacer aquello que sé que es grave. Si falta alguna de las tres condiciones no es grave.

Materia grave: yo al hacerlo sé que es grave y yo quiero hacer aquello que sé que es grave. Es pecado mortal, y tengo que decirlo en la confesión con número aproximado y circunstancias agravantes.

Número aproximado: porque si son tres ya sé que son tres; pero si son ochenta y cuatro, es difícil saber que son ochenta y cuatro. Dices ochenta o cien.

Y circunstancias agravantes: no es lo mismo robarle a un ciego que vende cupones en la esquina que robar en unos grandes almacenes. Las dos cosas son pecado. En los dos casos hay que restituir. Pero es más grave robarle a un pobre ciego que vive de eso, que en unos grandes almacenes.

***

Todo esto hay que decirlo en la confesión, y con verdad. Que si se me olvida algo, pues nada: pecado olvidado, pecado perdonado. Basta decirlo en la próxima confesión.

-Yo no me confieso, porque como voy a caer otra vez en lo mismo, ¿para qué me voy a confesar? Yo sé que no me voy a corregir. Siempre me estoy confesando de lo mismo.

Me acuerdo de un chiste. Iba un borracho dando tumbos por la calle, pasa por un charco, resbala y se cae sentado en el charco. Y allí se queda sentado en el charco, en remojo. Pasa un amigo y le dice:

- ¿Qué haces sentado en el charco?
- Pues que me he resbalado y me he caído.
- Pero muchacho, levántate.
- ¿Y si me resbalo otra vez?

Por si se resbala otra vez se queda en el charco, en remojo.

Pues te levantas, y si te resbalas otra vez, te vuelves a levantar. Pero no te vas a quedar en el charco por si acaso resbalas otra vez. Lo mismo digo de la confesión. Ya sabemos que a veces no somos capaces de corregirnos de una cosa para toda la vida. Basta tener buena voluntad, tratar de remediarlo, procurar superarme, y si vuelvo a resbalar, me vuelvo a levantar. Nadie está seguro de que nunca más volverá a pecar.

-Bueno, padre, es que a mí la confesión me cuesta mucho trabajo. A mí me da vergüenza confesarme.

Bueno, ya sabemos que en la confesión no se va a contar hazañas, se va a contar miserias, y eso nunca es agradable. Pero hay que superar esa dificultad, porque el beneficio de la confesión merece la pena.

***

Quiero insistir en una cosa que es muy importante: no hay secreto en el mundo como el secreto de la confesión. No hay. Los secretos de las grandes potencias, antes o después, caen en manos del espionaje enemigo. Jamás un sacerdote puede decir un pecado de un penitente oído en confesión, aunque le cueste la vida. Sería un pecado tan grande que sólo lo puede perdonar el Papa.

Voy a contar tres casos.

Pero fijaos lo que he dicho: oído en confesión. Porque si voy por la calle y veo que uno le pega una puñalada a otro, y yo digo. «Ése es el asesino. Lo he visto yo». Lo puedo decir, aunque sea sacerdote. Si oigo un pecado en confesión y lo digo sin decir quién es, no falto al secreto. Yo he confesado centenares de miles de veces por toda España. Yo puedo decir: «Una vez oí en confesión...» ¿Dónde? ¿Cuándo? Y otro caso es que tenga permiso del penitente.

Os voy a contar una cosa que es muy bonita. No era pecado, podía decirlo, pero yo de la confesión sólo digo si pasé frío o pasé calor. A veces paso mucho frío en invierno. Y a veces en verano enorme calor encajonado horas y horas. Para ser fiel al sigilo, lo que no puedo decir es el pecado de un pecador oído en confesión. Lo que no es pecado puedo decirlo. Esto podía decirlo, porque no es pecado; pero como no me gusta decir nada de lo que oigo en confesión, pedí permiso.

Estaba confesando a una niña de primera confesión, y no me acuerdo lo que le dije, que la niña me dijo una cosa preciosa y me gustó tanto que pensé sería bonito contarlo por ahí. Le dije a la niña si me daba permiso para contarlo. Me lo dio y lo puedo contar. Mirad qué cosa tan bonita. Esta niña iba en un autobús urbano y un hombre soltó una blasfemia. La niña, de primera comunión, le dice:

-Oiga hombre, no blasfeme usted
El hombre se vuelve y le dice:
-Niña cállate. A ti qué te importa.
Y le contesta la niña:
-No me va a importar, ¡si Dios es mi Padre!

El hombre se puso colorado, y cuando paró el autobús se bajó en la primera parada. No pudo soportar el bochorno de que le hubiera llamado la atención aquella criatura. No me digáis que esto no es bonito. Esto lo oí confesando, y era tan bonito que me gusta contarlo por ahí. Por eso pedí permiso a la niña.

Pero a no ser con permiso del penitente, los pecados oídos en confesión, ¡aunque me maten! no los puedo decir. A San Juan Nepomuceno, patrono de los confesores, lo representan con un candado en la boca. Murió por guardar el secreto de la confesión. Era confesor de la reina de Bohemia. El rey Wenceslao tenía celos de la reina, y quería que el confesor le contara los pecados de la reina. El confesor se niega. El rey Wenceslao lo martiriza. Y San Juan Nepomuceno muere mártir del secreto de la confesión por no revelar los pecados de la reina.

Yo hablé con el Padre Einaldi, misionero de la China comunista de Mao. Él no pudo hablar porque se cortó la lengua por guardar el secreto de la confesión. Yo, sinceramente, opino que no tenía por qué haber hecho eso; porque Dios nos da a todos fuerzas para cumplir nuestra obligación. Dios nunca pide nada superior a nuestras fuerzas. Nos da la fuerza que necesitamos para cumplir con nuestra obligación. Pero él no lo pensó, o fue inspiración de Dios. El hecho es que lo estaban martirizando en la China comunista de Mao Tse Tung. El temió revelar algo de confesión, tiró de la lengua, cogió una cuchilla de afeitar, ¡zas! Y no tiene lengua, tiene un muñón.

Yo he hablado con él. Él no podía hablar. Y ha escrito un libro titulado «Yo me corté la lengua», donde cuenta la historia. Nos conocimos en Córdoba. Yo le firmé mi libro y él me firmó el suyo. Nos intercambiamos los libros.

Otro caso, que no sé si visteis en televisión. Una de las películas más bonitas que yo recuerdo. Se llama «Yo confieso». El protagonista es Montgomery Clift. Es de las poquísimas veces que yo he visto un sacerdote en las películas como Dios manda. Porque cada vez que me sacan un cura en una película es un auténtico mamarracho. Lo hacen a propósito para reírse de los curas, para desprestigiar a la Iglesia. Sacan cada cura que uno dice:
-¡Esto no es un cura! Un cura no habla así. Un cura no reacciona así. Un cura no procede así. Casi siempre que sacan curas en una película son mamarrachos. Poquísimas veces sacan en las películas un cura o una monja como Dios manda. Van a reírse, a desprestigiar a la Iglesia y a atacar a la religión.

Pero en este caso, Montgomery Clift representa un cura normal, como debía de ser. Él hace de párroco. El sacristán comete un crimen, se confiesa con el párroco, y entonces el párroco queda atado, sometido al sigilo. Después el sacristán esconde el arma en la sacristía. Mancha las ropas del sacerdote de sangre. Viene la policía y, claro, todo acusa al párroco. El párroco dice:
-Soy inocente.
-¿Y esta ropa manchada de sangre?
El párroco sabía quién era el asesino, pero no podía decirlo.
-Yo soy inocente.
Después, no me acuerdo por qué, está el asesino rodeado de la policía, y aparece el párroco. En ese momento el asesino que se ve acorralado por la policía y al párroco con la policía, piensa que el párroco le ha denunciado. Y entonces dice el asesino:

-Ah, ¿ya le has dicho a la policía que yo soy el asesino? ¿No? ¡Y después habláis del secreto de la confesión! ¡Qué cuento de secreto de la confesión! ¡Menuda comedia tenéis montada! ¡Tiempo te ha faltado para decirle a la policía que yo soy el asesino!

Y el asesino públicamente se confiesa asesino.
La policía, que no sabía nada porque el párroco no había dicho nada, se entera por el asesino que el párroco es inocente. Película muy bien hecha y muy bien representada.

Bien, pues este hombre esta dispuesto a ser condenado. Lo único que dice: «Yo soy inocente». Y sabía quién era el asesino. Esto es una película, pero hay un caso histórico. Hay un libro que se llama «Una víctima del secreto de la confesión», que es muy similar. En Francia, un sacristán comete un asesinato, se confiesa con el párroco, condenan al párroco, lo mandan a África a un campo de trabajos forzados, y el asesino queda libre. El asesino no puede vivir de remordimiento y un día va a la policía y se confiesa él culpable. Mandan el aviso al campo de trabajos forzados de que liberen al sacerdote inocente. Y cuando llega el aviso, el sacerdote ha muerto ya. ¡Ha muerto víctima del secreto de la confesión! Él sabe quién es el asesino, y está cumpliendo una condena siendo inocente, por guardar el secreto de la confesión. Muere víctima del secreto de la confesión. Hay casos muy bonitos de sacerdotes que han muerto por guardar el secreto de la confesión.

***

Todo esto, del gran beneficio de la confesión y de lo fácil que es confesarse. ¿Y si a la hora de la muerte no tengo al lado un sacerdote que me perdone? Para eso está el acto de contrición.

Tengo dos anécdotas muy bonitas que no quisiera dejar en el tintero. Hace unos años daba yo conferencias en Madrid en el Ministerio de Marina. Estaban el ministro, un montón de almirantes, todo el personal del Ministerio, y yo les hablo de esto. Al final se me acerca un almirante y me dice:

-Padre, cuando yo era oficial en el «Juan Sebastián de Elcano», y el comandante del barco era el Almirante Moreno, entonces Capitán de Fragata, que después fue Ministro de Marina, en alta mar se nos echó a morir un marinero. El marinero empezó a dar voces pidiendo un sacerdote. No había ningún cura a bordo, porque en tiempo de la República no había capellanes en los barcos de la Armada.
-Pues que venga el comandante que quiero confesarme con él.
Llega el comandante y le dice:
-Mira, muchacho, yo no soy sacerdote, yo no puedo confesarte; pero mira, vamos a hacer juntos un acto de contrición, que Dios te perdona seguro, aunque no haya sacerdote.
Hacen el acto de contrición, el marinero se muere y se salva; porque ha hecho un acto de contrición.

Otro caso. Una chica, una adolescente, una colegiala.
Ocurrió en Loyola, donde los jesuitas tenemos la Casa donde nació San Ignacio, entre Azpeitia y Azcoitia. Por allí pasa el río Urola. Al lado del Urola, el ferrocarril del Urola y la carretera. Uno de esos temporales que vienen de vez en cuando. Unas lluvias tremendas. Se desborda el Urola. lnvade la carretera, y un autobús que iba por la carretera se ve entorpecido por el agua. Se para. Se moja el motor y no puede andar. El agua va subiendo.
El autobús empieza a perder la estabilidad.

Total, que la corriente va a arrollar al autobús y se van a ahogar todos. Y una colegiala de quinto curso se pone en pie en el pasillo del autobús y dice a todos:

-Como nos vamos a morir, lo que tenemos que hacer es un acto de contrición.
Aquella chiquilla inicia un acto de contrición. Todo el autobús hace un acto de contrición. A los pocos minutos la corriente arrolla al autobús y se ahogan todos menos dos muchachos que se tiran por una ventanilla. Son los que han contado lo que pasó.

Pues hace quince días estaba yo dando conferencias en Madrid a los padres de familia del colegio que los jesuitas tenemos en Chamartín. Cuento yo esto, y al terminar viene una señora que se llama Mª. Jesús Ruiz de Ojeda, y me dice:
-Padre, esa chica era amiga mía. Era de mi clase. Se llamaba Chon Ázcue de Pablo.
Una muchacha que sabe que cuando no hay sacerdote hay que hacer un acto de contrición. ¡Perfecto!

***

En qué consiste la esencia del acto de contrición. Para que sea acto de contrición es fundamental que yo pida perdón a Dios por amor. ¡No basta el temor! Temor al infierno tiene todo el mundo. Nadie es tan tonto que quiera irse al infierno. Todos tenemos miedo al infierno. Eso lo tiene cualquiera. Pero el temor al infierno es egoísta. Yo me arrepiento porque no quiero condenarme.

Lo perfecto es que yo me arrepienta por amor de Dios. «Me pesa de haberte ofendido porque eres mi Padre. Me he portado mal contigo y tú no te mereces eso». Esto es lo perfecto. Ésa es la contrición.

Si yo me arrepiento por contrición, Dios me perdona aunque no haya sacerdote. Ya me confesaré después cuando pueda. Pero si me muero en el trance, Dios me perdona. ¡Si me arrepiento por contrición! Si me arrepiento sólo por atrición, no. Porque eso es imperfecto. Es verdad que yo puedo tener las dos cosas. Yo puedo tener atrición, miedo al infierno: y además, que el motivo de mi perdón sea el amor. Eso es lo que hay que hacer. Pedir perdón por amor.

Y esta expresión de pedir perdón por amor, la puedo decir con cualquier fórmula. «Señor, te quiero con toda mi alma». «Me pesa haberte ofendido porque eres mi Padre». Perdóname Dios mío». Como te salga.

Una de las fórmulas es el «Señor mío Jesucristo», que es la fórmula del catecismo. Yo en mi libro «Para salvarte» he copiado una poesía, que para mí es la más bonita en lengua castellana. Primero, porque es un soneto. Es una estructura perfecta. Pero además, por el contenido. Es un acto de contrición. Es la poesía más bonita que hay en la lengua castellana.

«No me mueve, mi Dios, para quererte,
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido,
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme el ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu Amor y en tal manera
que aunque no hubiera cielo yo te amara
y aunque no hubiera infierno te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
porque aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera».

Esto es precioso. Acto de contrición. Yo amo a Dios. Claro que temo el infierno. Claro que espero el cielo. Pero sobre todo el Amor de Dios. Esto es el acto de contrición.

***

Problemas. Primero, que mucha gente no sabe el «Señor mío Jesucristo». Las mujeres, como se confiesan por la rejilla y no se les ve la cara, yo no sé qué es lo que dicen al darles la absolución. Pero los hombres, que vienen por delante, se ve que no lo saben. Montones de hombres que vienen a confesarse, al decirles: mientras le doy la absolución, rece el «Señor mío Jesucristo», empiezan:

-Señor mío Jesucristo, bla, bla, bla, ...Amén.
Montones de veces veo que no lo saben.
Otros se atrancan y empiezan:
-Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador ,... Creador, ... Creador,...Y dan marcha atrás. Y empiezan de nuevo. Y toman impulso, saltan el obstáculo, y siguen con el Credo:
-Creador del Cielo y de la Tierra.

¡Una catástrofe! No saben el «Señor mío Jesucristo». Montones, que no lo saben. Por eso yo enseño un acto de contrición en tres palabras. Fácil de aprender y rápido de decir. Porque hay veces que no hay tiempo.

Por ejemplo: daba yo conferencias en Madrid en un cuartel de paracaidistas. Al final, en el coloquio, se me acerca un muchacho y me dice:

-Padre, si llego a saber esto el día que no se me abrió el paracaídas...
Los demás decían:
-Padre, el miedo que pasó éste. Estaba blanco como la pared. De miedo se lo hizo encima.

Los paracaidistas llevan dos paracaídas: uno de pecho, de apertura manual, para casos de emergencia; y otro de espalda de apertura automática. Tiene una cinta con un gancho, un mosquetón, que se engancha en un cable que va por el fuselaje, por el cuerpo del avión. Cuando llega el momento de saltar -ellos no dicen «tirarse» en paracaídas, eso lo decimos los profanos; los profesionales dicen saltar-, se lanzan al aire, el mosquetón tira de la cinta, abre el paracaídas automáticamente y el paracaidista cae. Ese muchacho tenía el mosquetón roto, o estaba mal enganchado, el caso es que estaba suelto y él no lo sabía. Llega el momento de saltar. Sale uno, sale otro, le toca a él y se lanza al aire. Pero como estaba suelto, caía como una piedra. Cuando el hombre mira para arriba y ve a sus compañeros bajando tranquilos; mira para abajo, y ve la tierra que se le viene encima, acude al paracaídas de pecho, que para eso está.

Pero con el nerviosismo tiraba mal. Y cada tirón que fallaba, caía como una piedra. Total, que quiso Dios que cuando faltaban pocos metros para el suelo, tira bien, se abre el paracaídas y cae de pie. ¡Blanco, blanquísimo! Sin detergente. ¡De miedo! Total, que me decía el chico:

-Si aquel día empiezo yo el «Señor mío Jesucristo», antes de terminarlo estoy en el suelo. Y si me atranco, usted me dirá.

Por eso este acto de contrición en tres palabras es fenomenal: «Dios mío, perdóname». ¿Por qué «Dios mío, perdóname» es un acto de contrición? Porque acabo de decir que el acto de contrición es pedir perdón por amor. Y, ¿por qué pido perdón por amor al decir «Dios mío, perdóname»? ¿Dónde está el amor? En el «mío». El «mío» es amoroso. El posesivo «mío» es amoroso. Cuando una madre le dice a su niño:«vida mía», «tesoro mío», «cielo mío», decimos, «¡cómo lo quiere! ¿Por qué? Porque dice «cielo mío».

Si una madre dice a su niño: «cielo de Constantinopla». Eso no es amor. Será geografía o meteorología, pero amor no. ¿Y por qué «cielo de Constantinopla» no es amor y «cielo mío» sí es amor? Porque el posesivo «mío» es amoroso. Cada vez que digo «Dios mío» es un acto de amor. Porque el «mío» es amoroso. Decir «Dios mío, perdóname», es pedir perdón porque lo amo. Acto de contrición.

***

Por eso esto es fenomenal para momentos de peligro, y también cuando vamos a confesarnos. Si nos sale el «Señor mío Jesucristo», muy bien. Pero si no nos sale, decir «Dios mío, perdóname». Ya hace muchos años que cuando viene un hombre a confesarse, prescindo de si se sabe el «Señor mío Jesucristo», le digo:

-Mientras le bendigo y le perdono diga usted con toda el alma: «Dios mío, perdóname».
¡Y le echan un corazón!
Yo pienso:
- ¡Esto sí que vale!

Y no como mucha gente que reza el acto de contrición como una cinta magnetofónica. La cinta no se entera de lo que dice. Habla, y no se entera de lo que dice. Muchos rezan como una cinta magnetofónica. No se enteran de lo que dicen. Lo importante es que pongas corazón en lo que dices.

***

Estás pensando:
-¡Ah, ya sé! El día que yo me vaya a morir digo esto y ya está.

Si te mueres la semana que viene, Dios no lo quiera, ya te acordarás. Digo «Dios no lo quiera» porque una vez estaba yo dando unas conferencias en Murcia, en la Academia General del Aire, a los Caballeros Cadetes de Aviación, y antes de irme yo de San Javier, un muchacho que me había oído esto, se estrelló en una moto contra un coche y se dejó los sesos en el coche. Y los compañeros me decían:

-Padre, éste le había oído lo de «Dios mío, perdóname».
Y yo les decía:
-Pues mira, si lo ha dicho se ha salvado. Porque un «Señor mío Jesucristo» seguro que no ha tenido tiempo; pero el «Dios mío, perdóname», sí. Se dice en un segundo. Si lo ha dicho se ha salvado. Me lo había oído aquella misma semana.

Pero si te mueres dentro de cincuenta años, ¿cómo te vas a acordar? Por mucho que te guste, ¿te vas a acordar dentro de cincuenta años? Sí, si me haces caso. ¿Qué tienes que hacer? Decirlo todas las noches. ¡Todas las noches! Primero, tus tres Avemarías, que son prenda de salvación eterna. Segundo, un breve examen de conciencia: «¿Cómo me he portado? ¿He hecho alguna tontería?» Y después, tres veces «Dios mío, perdóname».

Si lo haces todos los días, te acordarás la semana que viene, y el mes que viene, y el año que viene, y dentro de cincuenta años. ¡Si lo haces todos los días! Pero por mucho que te guste, si no lo vuelves a repetir, dentro de cincuenta años, ¿te vas a acordar? Si quieres acordarte, todos los días antes de acostarte. Porque además tiene la ventaja de que si te mueres esta noche, te salvas. Ya te confesarás después, cuando te toque; pero si dices al acostarte «Dios mío, perdóname» te salvas. Porque puedes morirte por la noche.

-Padre, ¡qué tremendista!

No, son cosas que pasan. Estaba yo en Barcelona para una conferencia, en el Círculo Ecuestre: Diagonal esquina a Balmes. Me llevan en coche. Leo en una esquina: «Calle Capitán Arenas». Pregunté si era allí donde se había hundido una casa alta. Y me dijeron que sí. A las tres de la madrugada hay una explosión de gas, la casa se hunde y todos muertos. Todos los vecinos muertos por una explosión de gas a las tres de la madrugada. ¡Hombre!, esto no pasa todos los días, pero lo mismo que pasó en la calle Capitán Arenas de Barcelona, puede pasar en cualquier sitio. Por la noche una explosión de gas, se hunde la casa y mueren todos. Pues los que hicieron el acto de contrición antes de dormirse se han salvado. Esto es muy práctico. Además, no sólo para vosotros sino para ayudar a bien morir a otras personas.

Hoy tenemos el peligro de que dejamos morir a las personas como perros. La televisión ha paganizado la muerte porque estamos hartos de ver muertos en las películas. ¡Cuántos muertos habremos visto en las películas de indios, policíacas, reportajes de guerras. ¡Cuántos muertos habremos visto en las películas! ¿Recordáis alguna vez que alguien se preocupe de que tienen alma? Lo más que se acuerdan es del médico y de la ambulancia; pero del sacerdote y de ayudar a bien morir nadie se acuerda. Y en la vida real repetimos lo que vemos en las películas, y dejamos morir a las personas como perros. Si veo morir un perro no tengo que preocuparme de su alma. Pero si es una persona humana no basta acordarte del médico y de la ambulancia, y no de sacerdote.


Estaba yo dando conferencias en Gijón, hablaba en ENSIDESA, la siderúrgica de Avilés, a 20.000 obreros que hay allí. El domingo fui a comer a Somió, a la Universidad Laboral que tenemos allí los jesuitas. Al volver, venía a las cuatro de la tarde en autobús, y un muchacho en una moto, tomó una curva muy fuerte, chocó contra un coche y cayó. Me bajo del autobús, salgo corriendo hacia el muchacho -yo iba de sotana- y vieron que un cura iba corriendo hacia ellos. Si hubiera ido de paisano no me hubieran reconocido, pero con la sotana se me veía venir, ¿no? Pues salí corriendo, y ya los del coche se llevaban al muchacho. Tuve que dar un grito.

Los otros pararon, dejaron al chico, me eché al suelo y le dije al oído: «Dios mío, perdóname. Dios mío, perdóname» y ya está. Nada, un minuto. Le doy la absolución «sub conditione», y ya está. Pero a esto voy: ven venir un cura, y a nadie se le ocurre que el cura tiene algo que hacer. Se lo llevan a la Casa de Socorro. ¡Primero el cura, hombre! ¡Primero el cura!, que es lo más importante. Después el médico hará lo que pueda. Que a lo peor no puede hacer nada, pero el cura sí. Tenemos que preocuparnos de la gente que muere y ayudarla a bien morir. Aunque parezcan muertos, que el oído es lo último que se pierde. Parece muerto y oye. Yo llevo en mi coche los óleos. Habré dado los óleos, quince o veinte veces. ¡Hay tantos accidentes! Yo que soy sacerdote, y puedo dar la absolución y puedo dar la extremaunción, primero digo al oído: «Dios mío, perdóname». Porque si lo oye y pide perdón, esto vale más que todas las bendiciones que yo le dé. Porque por muchas bendiciones que reciba, si él no pide perdón, no sirven de nada. Y para ayudar a pedir perdón no hace falta ser sacerdote, lo hace cualquiera.

Ahora voy a contar casos.

Hablaba yo en un cine de Belmonte, por Cuenca. Le hablaba de esto a la juventud. Después, a los cinco años, iba yo de Madrid a Alicante, y me paré a comer en Las Pedroñeras que está cerca de Belmonte. Entro en un sitio y había un grupo de chicos y chicas en la barra. Yo no me fijé, saludé, me senté en una mesa, y una chica del grupo se me acerca a mi mesa y me pregunta si había estado en Belmonte. Le dije que sí. Y me contó que se acordaba de lo del «Dios mío, perdóname».

-¡Qué alegría! ¿Te acuerdas todavía, después de cinco años?
-Padre, como usted nos dijo que se lo dijéramos a los moribundos al oído, porque el oído es lo último que se pierde, una vez vi un accidente y había dos hombres en la carretera que parecían muertos. Y aunque me temblaban las piernas de nerviosismo, me puse de rodillas en el suelo y le dije al oído a cada uno: «Dios mío, perdóname; Dios mío, perdóname; Dios mío, perdóname».

-Pues mira chica -le dije- , si han oído y lo han aceptado, se han salvado gracias a ti. Y nadie en la vida les ha dado nada que valga más que lo que tú les has dado. Ayudarles a que salven su alma. Nadie le ha dado algo que valga más. Si lo han oído y lo han aceptado, gracias a ti, se han salvado.

Esto lo puede hacer cualquiera. Un pariente, o un vecino, o un amigo, o un desconocido en la carretera. ¡Ayudarle a bien morir! ¡Que son personas! ¡No son perros! Si nos encontramos un perro en la carretera no tenemos que parar para asistirle. Pero a una persona sí. Que tiene alma. El perro no tiene alma. La persona tiene alma, y no podemos dejarnos llevar de este paganismo de la sociedad moderna, que deja morir a las personas como perros.

Que tenemos alma. Y el oído es lo último que se pierde. Daba yo conferencias en Guadalupe (Extremadura). Hablaba a la juventud en un cine. Pero todas las mañanas me mandaban un «jeep» y me subían a un picacho donde había un destacamento de militares. Yo les hablaba a los soldados y les hablaba de esto. Y al final me dice un muchacho, que me acuerdo hasta de su nombre, porque se llamaba como el campeón de tenis, Santana. Un muchacho canario. Y me dice:

-Padre, eso me pasó a mí. Tuve un accidente de moto. Me quedé como muerto en la carretera. Me ven en el suelo, me cachean, me sacan la documentación, Y yo oigo que dicen: «Está muerto. Está muerto. Hay que avisar a su padre. Está muerto».
-Y yo no estaba muerto. Yo lo oía todo. Pero yo no podía mover un dedo. Yo no podía hablar. Pero me enteraba de todo.

Aunque parezcan muertos, decirles al oído: «Dios mío, perdóname». Que el oído es lo último que se pierde, y si lo oyen y lo aceptan, se salvan. Y nadie en la vida les ha dado nada que valga más que el que le ayuda a que pida perdón para que salve su alma. Ojalá ayudes a bien morir a muchas personas. El día que te encuentres con ellos en el cielo, verás cómo te lo agradecen. Y sentirás la felicidad de haber colaborado a la salvación de otros.

N.B.: Esta conferencia está disponible en DISCO COMPACTO (CD) y en vídeo.
Todos los sistemas.
Pedidos a la EDITORIAL SPIRITUIS MEDIA-Apartado 2564-11080.Cádiz. (España)
Correo electrónico (e-mail): spiritusmedia@telefonica.net


ama y haz lo que quiera. Los 10 mandamientos

Los diez mandamientos
Autor: P. Antonio Rivero LC
Capítulo 13: Resúmen del Decálogo



“AMARÁS A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS
Y AL PRÓJIMO COMO A TI MISMO”




Es propio de los maestros resumir su pensamiento en pocas máximas o sentencias, aunque después expliciten su contenido y sus consecuencias de mil maneras y con mil ejemplos. Tal es también la llamada “pedagogía de Dios” en la Biblia. Y tal es también la pedagogía de Jesucristo, que lleva a su plenitud la ley antigua.

Jesús reafirma el Decálogo y lo completa y perfecciona con el “nuevo Decálogo”, las ocho bienaventuranzas, proclamadas también desde una montaña santa. Te aconsejo que leas todo el sermón de la montaña, que encontrarás en san Mateo, capítulos 5, 6 y 7.


¿Cómo completó Jesús el Decálogo?

No tanto en nuevos mandatos, sino en la profundidad de lo que significaban dichos mandatos. Si quisiera resumirte lo que Jesús añade y perfecciona como ley nueva, siguiendo al doctor Isidro Gomá cuando comenta el evangelio según san Mateo, te diría lo siguiente:

  • De “no matar” del Decálogo antiguo, Jesús pide “no tener rencor” (Mateo 5, 21-26). ¡Vaya avance!

  • De “no cometer adulterio”, Jesús apunta e invita a la castidad de corazón (Mateo 5, 27-30). Jesús afina y apunta al sagrario de la interioridad.
  • De la reglamentación de la práctica del “repudio”, Jesús llama a la indisolubilidad del matrimonio (Mateo 5, 31-32), como fue el plan de Dios al inicio de la creación.

  • Del respeto a los juramentos, a la absoluta sinceridad del lenguaje cristiano (Mateo 5, 33-37): o si o no; todo lo que no sea esto, procede del mal.

  • Del rigor justiciero frente a las injurias, a la abnegación positiva y generosa en aceptarlas (Mateo 5, 38-42), alegrarse y poner la otra mejilla.

  • Y de un amor al prójimo bajo condiciones, a la caridad universal, para imitar a Dios (Mateo 5, 43-48) que ama a malos y buenos, justos e injustos.

    Dice el Catecismo de la Iglesia católica en el número 1968: “La Ley evangélica lleva a plenitud los mandamientos de la Ley. El sermón de la montaña, lejos de abolir o devaluar los preceptos morales de la Ley antigua, extrae de ella sus virtualidades ocultas y hace surgir de ella nuevas exigencias: revela toda su verdad divina y humana. No añade preceptos exteriores nuevos, pero llega a reformar la raíz de los actos, el corazón, donde el hombre elige entre lo puro y los impuros…, donde se forman la fe, la esperanza y la caridad, y con ellas las demás virtudes. El Evangelio conduce así la Ley a su plenitud mediante la imitación de la perfección del Padre celestial, mediante el perdón de los enemigos y la oración por los perseguidores, según el modelo de la generosidad divina”.

    El Papa Juan Pablo II dejó escrito en su encíclica “El Esplendor de la Verdad” lo siguiente:

    “Los mandamientos, recordados por Jesús a su joven interlocutor (el joven rico), están destinados a tutelar el bien de la persona humana, imagen de Dios, a través de la tutela de sus bienes particulares. El «no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio», son normas morales formuladas en términos de prohibición. Los preceptos negativos expresan con singular fuerza la exigencia indeclinable de proteger la vida humana, la comunión de las personas en el matrimonio, la propiedad privada, la veracidad y la buena fama.

    Los mandamientos constituyen, pues, la condición básica para el amor al prójimo y, al mismo tiempo, son su verificación. Constituyen la primera etapa necesaria en el camino hacia la libertad, su inicio. «La primera libertad -dice san Agustín- consiste en estar exentos de crímenes..., como serían el homicidio, el adulterio, la fornicación, el robo, el fraude, el sacrilegio y pecados como éstos. Cuando uno comienza a no ser culpable de estos crímenes (y ningún cristiano debe cometerlos), comienza a alzar los ojos a la libertad, pero esto no es más que el inicio de la libertad, no la libertad perfecta...» (número 13).

    “Jesús lleva a cumplimiento los mandamientos de Dios -en particular, el mandamiento del amor al prójimo-, interiorizando y radicalizando sus exigencias: el amor al prójimo brota de un corazón que ama y que, precisamente porque ama, está dispuesto a vivir las mayores exigencias. Jesús muestra que los mandamientos no deben ser entendidos como un límite mínimo que no hay que sobrepasar, sino como una senda abierta para un camino moral y espiritual de perfección, cuyo impulso interior es el amor (cf. Col 3, 14).

    Así, el mandamiento «No matarás», se transforma en la llamada a un amor solícito que tutela e impulsa la vida del prójimo; el precepto que prohíbe el adulterio, se convierte en la invitación a una mirada pura, capaz de respetar el significado esponsal del cuerpo: «Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal... Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón» (Mt 5, 21-22. 27-28). Jesús mismo es el «cumplimiento» vivo de la Ley, ya que él realiza su auténtico significado con el don total de sí mismo; él mismo se hace Ley viviente y personal, que invita a su seguimiento, da, mediante el Espíritu, la gracia de compartir su misma vida y su amor, e infunde la fuerza para dar testimonio del amor en las decisiones y en las obras (cf. Jn 13, 34-35)” (número 15).

    En definitiva, ¿cuál es la síntesis de todos los mandamientos?

    Todo lo que hemos visto se reduce al amor: amar a Dios y amar al prójimo. Y con esto basta.

    ¿Sabes la anécdota que recoge san Jerónimo en sus Comentarios sobre la Epístola a los Gálatas?

    El bienaventurado san Juan Evangelista, al final de sus días, cuando moraba en Éfeso, apenas podía ir a la Iglesia, a no ser en brazos de sus discípulos, y no podía decir muchas palabras seguidas en voz alta; no solía hacer otra exhortación que ésta: "Hijitos, ¡amaos unos a otros!". Finalmente, sus discípulos y los hermanos que le escuchaban, aburridos de oírle siempre lo mismo, le preguntaron: "Maestro, ¿por qué siempre nos dices esto?". Y les respondió con una frase digna de Juan: "Porque este es el precepto del Señor y su solo cumplimiento es más que suficiente".

    No sabemos si los discípulos aprendieron la lección o siguieron comentando por lo bajo y aburriéndose.

    Pero tú, al menos, aprende la lección: sólo cuenta el amor.

    El cristianismo ha sido siempre una siembra de amor. Si analizas todo lo acaecido en la historia gracias al cristianismo, comprobarás que, realmente, es bastante considerable. Por el cristianismo surgió la atención a los enfermos, la protección a los más débiles y una gran organización del amor.

    Gracias al cristianismo ciertamente, se extendió el respeto a los hombres en cualquier situación. Es interesante saber, por ejemplo, que cuando el emperador Constantino reconoció el cristianismo, se sintió obligado, desde el primer momento, a introducir cambios en las leyes dominicales y a preocuparse de que los esclavos también pudieran disfrutar de sus derechos.

    Cuando falta el amor cristiano en el mundo, se alzan las grandes dictaduras ateas y el mundo salta en pedazos. Sin la fuerza del amor cristiano, la humanidad se encuentra como un gran barco después de chocar contra un iceberg, dando bandazos y afrontando enormes riesgos para poder sobrevivir.

    Si tú eres cristiano, debes vivir el amor.

    Y con el amor se cumplen todos los mandamientos más fácilmente.

    Si tú amas a Dios, rezarás con fe, con esperanza, en tu casa, en familia, en tu Iglesia.

    Si tú amas a Dios, no tendrás necesidad de consultar a adivinos, cartas, horóscopos, pues has puesto tu confianza en Dios, y punto.

    Si tú amas a Dios, hablarás bien de Dios, de la Virgen, de los Santos, del Papa, de los Obispos, de los sacerdotes, de las religiosas y monjas.

    Si tú amas a Dios, vendrás con gusto a misa no sólo los domingos y fiestas, sino entre semana. Y harás de la oración diaria tu alimento y tu sostén.

    Si tú amas a Dios, sabrás defender tu fe y no la expondrás por nada del mundo, con libros o espectáculos que atenten contra ese tesoro que es tu fe. Es más, si tú amas a Dios, cultivarás cada día más tu fe con buenos cursos, conferencias, lecturas apropiadas.

    Si tú amas a Dios, sabrás cumplir con amor y fidelidad tus promesas hechas a Él.

    Si tú amas a Dios, el acudir a la confesión para pedirle perdón por tus faltas y pecados será una necesidad de tu corazón filial arrepentido por el mal que hiciste a tu Padre Dios.

    Si tú amas a Dios, no protestarás ante el sacrificio, sino que sabrás ofrecerlo con gusto a Dios.

    Y si tú amas a tu prójimo, respetarás, obedecerás, amarás a tus papás, sin jamás entristecerlos, mentirles, sin avergonzarte de ellos. Les darás alegrías, gustos, contento.

    Si amas a tu prójimo, por supuesto que nunca le insultarás, ni le alzarás la mano o el tono de tu voz, ni le criticarás, ni le tendrás odio, ni le matarás de palabra o de obra. Al contrario, sabrás comprenderle, brindarte a él, perdonarle, hablar bien de él, acercarte con bondad a quienes más te cuestan. ¿Por qué? Porque tienes amor en tu corazón. Sólo el amor es digno de fe, dijo en cierta ocasión el gran teólogo y cardenal Hans Urs von Balthasar.

    Si tú amas al prójimo, entonces sabrás controlarte en la bebida, pues si estás borracho, no sólo te haces mal a ti, sino también le puedes herir al otro con tu comportamiento indecente y tal vez brusco.

    Si tú amas al prójimo, sabrás respetar a tu novio o a tu novia, y serás fiel a tu esposo o a tu esposa, y sabrás educar a tus hijos.

    Si amas al prójimo, jamás te permitirás robarle, ni cosa pequeña ni grande, porque es tu hermano.

    Si amas al prójimo, ¿acaso le mentirías? Nunca. Él merece oír siempre la verdad.

    Si amas al prójimo, le ayudarás en sus necesidades, especialmente al más pobre.

    Si amas al prójimo, no le harás ninguna injusticia, ni soborno, ni fraude, pues el amor busca siempre el bien del otro.

    ¿Ves? Todo se reduce y se resume en el amor.

    Te invito, pues, a simplificar tu vida en el amor. Entonces sí tiene sentido la frase de san Agustín, que algunos malinterpretaron: “Ama, y haz lo que quieras”. Sí, haz lo que quieras, pero primero ama, con el amor que nos trajo Jesús del cielo, con ese amor de caridad. Si tienes en tu corazón el amor de Dios, entonces todo lo que hagas, lo harás motivado por ese amor. Y el amor verdadero es puro, recto, sincero, desinteresado, generoso, sacrificado.

    Si amas, serás capaz de cosas como ésta que te cuento.

    Se llama Salvador Cortadellas. Nació en Esparraguera (Barcelona). Es médico cirujano y urólogo de renombre internacional. Está casado y es..., ¡padre de doce hijos! Durante veintiocho años ha dedicado sus vacaciones -de mes y medio a dos meses- junto con su esposa Carmen, a la medicina en África.

    Se pagaban los viajes y allí operaba gratuitamente a centenares y centenares de enfermos que esperaban ansiosos su ciencia médica, su técnica quirúrgica y calidad humana. Sabían que, sin su concurso, seguro que no hubiesen curado sus dolencias o hubiesen muerto.

    Y desde que se jubiló, hace doce años o más, ha decidido, junto con su esposa, seis meses operar en el Chad, y seis meses estar con sus hijos en Barcelona. El doctor Cortadellas es cofundador de Medicus Mundi España. Con su hija María Antonia, también médico cirujano, fundó el hospital de Ngovayang (Camerún) y ha colaborado en la fundación y en el desarrollo del hospital de Beboro (Chad) llevado a cabo por su hijo jesuita, misionero y ATS, padre Francesc Cortadellas.

    Durante una entrevista, se le preguntó: “¿Qué le llevó a ayudar a la gente enferma de África?”.Y respondió: “Creo que es consecuencia de una serie de hechos: la formación religiosa; pues desde muy joven me gustaba leer los trabajos hechos por misioneros y acariciaba la idea de poder ir a ayudarles un día; la circunstancia de que mi esposa estuviese animada de los mismos sentimientos y tuviéramos el mismo lema: “Para Dios todo es poco”.

    Esa fuerza del amor te llevará a hacer cosas como ésta que hizo una misionera de la caridad.

    Una religiosa, enfermera en un hospital para pobres en India, escribe: Una tarde un tuberculoso me suplicó que me acercara a su cama. Me miró fijamente, y luego me preguntó:

    - Virgen blanca ¿allá en tu tierra tienes todavía a tu madre?
    - Todavía tengo a mi madre, y, gracias a Dios, está bien.
    - ¿También tienes hermanas?
    - Tenía cuatro. Hace poco una murió.
    - ¿También tienes hermanos?
    - Sí, tengo.
    - ¿Y también tienes parientes que te quieren?
    - Tengo muchos. Pero, ¿por qué te cansas preguntándome tantas cosas?
    - Es que me conmuevo al verte aquí entre nosotros. Tú tienes una madre, hermanas, hermanos, muchos amigos....podrías vivir feliz en tu tierra... Explícame por qué dejaste todo, y has venido entre nosotros a sufrir. .. Dímelo, por favor. . .
    - Cálmate, cálmate. .. al hablar tanto, te va a doler el pecho; mira, más tarde te diré ´QUIEN´ me invitó aquí para que te atendiera. Y le di un beso en la frente.

    ¡El amor! ¡La fuerza del amor! ¿Vas entendiendo?

    El amor nos hace realizar cosas que nos parecen imposibles. Como ésta.

    Él había fallecido hace un año, y se acercaba una fecha importante, el día de San Valentín, todos los años él le enviaba a su esposa un ramo de rosas a su casa, con una tarjeta que decía, "Te amo más que el año pasado, mi amor crecerá más cada año", pero éste sería el primer año de que Rosa no las recibiría, extrañándolas estaba cuando llamaron a su puerta, y para su sorpresa al abrir estaba un ramo de rosas frente a ella, con una tarjeta que decía "Te Amo".

    Por supuesto, ella se molestó pensando que había sido una broma de mal gusto, habló a la florería, para reclamar el hecho, y al contestarle, la atendió el dueño, él le dijo que ya sabía que su esposo había fallecido hace un año, y le preguntó si había leído el interior de la tarjeta, y le explicó que esas rosas estaban pagadas por su esposo por adelantado, así como todas la demás para todos los años por el resto de su vida.

    Al colgar el teléfono a Rosa se le llenaron sus ojos de lágrimas y al abrir la tarjeta vio que estaba escrita por su esposo y decía: "Hola, mi amor, sé que ha sido un año difícil para ti, espero te puedas reponer pronto, pero quería decirte, que te amaré por el resto de los tiempos y que volveremos a estar juntos otra vez. Se te enviarán rosas todos los años, el día que no contesten a la puerta, harán cinco intentos en el día, y si aún no contestas, estarán seguros de llevarlas a donde tú estés que será junto a mí. Te ama tu esposo".

    Amigo, este caso fue verídico, sucedió en Monterrey, México. La verdad es que hace reflexionar y ver que cuando se ama a alguien, no importa donde estés, todo es posible.

    Pero ese amor del que te vengo hablando tiene que ser sincero. Que no te pase lo que cuenta la leyenda.

    Un joven árabe, habiendo cruzado el desierto, llegó a un pozo. Junto al brocal una hermosa muchacha estaba sacando agua.

    El joven se le acercó y le dijo: -¡Estoy perdidamente enamorado de ti! La muchacha, sonriendo le contestó: -Fíjate bien; allí junto a la fuente hay una mujer tan bella, que yo ni siquiera merezco ser su criada.

    El joven volteó inmediatamente, decidido a buscar a aquella otra mujer. Pero junto a la fuente no había nadie. Entonces la muchacha, sonriendo de nuevo le dijo: -¡Qué hermosa es la sinceridad, y qué asquerosa la mentira! Me aseguraste estar perdidamente enamorado de mí; y, con sólo decirte que había otra mujer más bonita, me has dado la espalda.

    Anímate a amar y verás cómo todo cambia en tu vida. Primero a Dios, sobre todas las cosas. Después al prójimo, por Dios y en Dios. Y de esta manera el cumplimiento de los diez mandamientos se hará no sólo posible, sino también fácil.


    LECTURA

    Extraída del libro “Imitación de Cristo” de Tomás de Kempis, libro III, capítulo V: Del maravilloso afecto del divino amor.

    3. Gran cosa es el amor, y bien sobremanera grande; él solo hace ligero todo lo pesado, y lleva con igualdad todo lo desigual.
    Pues lleva la carga sin carga, y hace dulce y sabroso todo lo amargo.
    El amor noble de Jesús nos anima a hacer grandes cosas, y mueve a desear siempre lo más perfecto.
    El amor quiere estar en lo más alto, y no ser detenido de ninguna cosa baja.
    El amor quiere ser libre, y ajeno de toda afición mundana; porque no se impida su vista, ni se embarace en ocupaciones de provecho temporal, o caiga por algún daño.
    No hay cosa más dulce que el amor; nada más fuerte, nada más alto, nada más ancho, nada más alegre, nada más lleno, ni mejor en el cielo ni en la tierra; porque el amor nació de Dios, y no puede aquietarse con todo lo criado, sino con el mismo Dios.

    4. El que ama, vuela, corre y se alegra, es libre y no embarazado.
    Todo lo da por todo; y todo lo tiene en todo; porque descansa en un Sumo bien sobre todas las cosas, del cual mana y procede todo bien.
    No mira a los dones, sino que se vuelve al dador sobre todos los bienes.
    El amor muchas veces no guarda modo, mas se enardece sobre todo modo.
    El amor no siente la carga, ni hace caso de los trabajos; desea más de lo que puede: no se queja que le manden lo imposible; porque cree que todo lo puede y le conviene.
    Pues para todos es bueno, y muchas cosas ejecuta y pone por obra, en las cuales el que no ama, desfallece y cae.

    5. El amor siempre vela, y durmiendo no duerme.
    Fatigado no se cansa; angustiado no se angustia; espantado no se espanta: sino, como viva llama y ardiente luz, sube a lo alto y se remonta con seguridad.
    Si alguno ama, conoce lo que dice esta voz: Grande clamor es en los oídos de Dios el abrasado afecto del alma que dice: Dios mío, amor mío, Tú todo mío, y yo todo tuyo.

    6. Dilátame en el amor, para que aprenda a gustar con la boca interior del corazón cuán suave es amar y derretirse y nadar en el amor.
    Sea yo cautivo del amor, saliendo de mí por él grande fervor y admiración.
    Cante yo cánticos de amor: sígate, amado mío, a lo alto, y desfallezca mi alma en tu alabanza, alegrándome por el amor.
    Ámete yo más que a mí, y no me ame a mí sino por Ti, y en Ti a todos los que de verdad te aman como manda la ley del amor, que emana de Ti como un resplandor de tu divinidad.

    7. El amor es diligente, sincero, piadoso, alegre y deleitable, fuerte, sufrido, fiel, prudente, magnánimo, varonil y nunca se busca a sí mismo; porque cuando alguno se busca a sí mismo, luego cae del amor.
    El amor es muy mirado, humilde y recto; no es regalón, liviano, ni entiende en cosas vanas; es sombrío, casto, firme, quieto y recatado contra todos los sentidos.
    El amor es sumiso y obediente a los superiores, vil y despreciado para sí; para Dios devoto y agradecido, confiando y esperando siempre en El, aun cuando no le regala, porque no vive ninguno en amor sin dolor.

    8. El que no está dispuesto a sufrirlo todo, y a hacer la voluntad del amado, no es digno de llamarse amante.
    Conviene al que ama abrazar de buena voluntad por el amado todo lo duro y amargo, y no apartarse de El por cosa contraria que acaezca.


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  • P. Antonio Rivero LC