martes, 9 de octubre de 2012

ama y haz lo que quiera. Los 10 mandamientos

Los diez mandamientos
Autor: P. Antonio Rivero LC
Capítulo 13: Resúmen del Decálogo



“AMARÁS A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS
Y AL PRÓJIMO COMO A TI MISMO”




Es propio de los maestros resumir su pensamiento en pocas máximas o sentencias, aunque después expliciten su contenido y sus consecuencias de mil maneras y con mil ejemplos. Tal es también la llamada “pedagogía de Dios” en la Biblia. Y tal es también la pedagogía de Jesucristo, que lleva a su plenitud la ley antigua.

Jesús reafirma el Decálogo y lo completa y perfecciona con el “nuevo Decálogo”, las ocho bienaventuranzas, proclamadas también desde una montaña santa. Te aconsejo que leas todo el sermón de la montaña, que encontrarás en san Mateo, capítulos 5, 6 y 7.


¿Cómo completó Jesús el Decálogo?

No tanto en nuevos mandatos, sino en la profundidad de lo que significaban dichos mandatos. Si quisiera resumirte lo que Jesús añade y perfecciona como ley nueva, siguiendo al doctor Isidro Gomá cuando comenta el evangelio según san Mateo, te diría lo siguiente:

  • De “no matar” del Decálogo antiguo, Jesús pide “no tener rencor” (Mateo 5, 21-26). ¡Vaya avance!

  • De “no cometer adulterio”, Jesús apunta e invita a la castidad de corazón (Mateo 5, 27-30). Jesús afina y apunta al sagrario de la interioridad.
  • De la reglamentación de la práctica del “repudio”, Jesús llama a la indisolubilidad del matrimonio (Mateo 5, 31-32), como fue el plan de Dios al inicio de la creación.

  • Del respeto a los juramentos, a la absoluta sinceridad del lenguaje cristiano (Mateo 5, 33-37): o si o no; todo lo que no sea esto, procede del mal.

  • Del rigor justiciero frente a las injurias, a la abnegación positiva y generosa en aceptarlas (Mateo 5, 38-42), alegrarse y poner la otra mejilla.

  • Y de un amor al prójimo bajo condiciones, a la caridad universal, para imitar a Dios (Mateo 5, 43-48) que ama a malos y buenos, justos e injustos.

    Dice el Catecismo de la Iglesia católica en el número 1968: “La Ley evangélica lleva a plenitud los mandamientos de la Ley. El sermón de la montaña, lejos de abolir o devaluar los preceptos morales de la Ley antigua, extrae de ella sus virtualidades ocultas y hace surgir de ella nuevas exigencias: revela toda su verdad divina y humana. No añade preceptos exteriores nuevos, pero llega a reformar la raíz de los actos, el corazón, donde el hombre elige entre lo puro y los impuros…, donde se forman la fe, la esperanza y la caridad, y con ellas las demás virtudes. El Evangelio conduce así la Ley a su plenitud mediante la imitación de la perfección del Padre celestial, mediante el perdón de los enemigos y la oración por los perseguidores, según el modelo de la generosidad divina”.

    El Papa Juan Pablo II dejó escrito en su encíclica “El Esplendor de la Verdad” lo siguiente:

    “Los mandamientos, recordados por Jesús a su joven interlocutor (el joven rico), están destinados a tutelar el bien de la persona humana, imagen de Dios, a través de la tutela de sus bienes particulares. El «no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio», son normas morales formuladas en términos de prohibición. Los preceptos negativos expresan con singular fuerza la exigencia indeclinable de proteger la vida humana, la comunión de las personas en el matrimonio, la propiedad privada, la veracidad y la buena fama.

    Los mandamientos constituyen, pues, la condición básica para el amor al prójimo y, al mismo tiempo, son su verificación. Constituyen la primera etapa necesaria en el camino hacia la libertad, su inicio. «La primera libertad -dice san Agustín- consiste en estar exentos de crímenes..., como serían el homicidio, el adulterio, la fornicación, el robo, el fraude, el sacrilegio y pecados como éstos. Cuando uno comienza a no ser culpable de estos crímenes (y ningún cristiano debe cometerlos), comienza a alzar los ojos a la libertad, pero esto no es más que el inicio de la libertad, no la libertad perfecta...» (número 13).

    “Jesús lleva a cumplimiento los mandamientos de Dios -en particular, el mandamiento del amor al prójimo-, interiorizando y radicalizando sus exigencias: el amor al prójimo brota de un corazón que ama y que, precisamente porque ama, está dispuesto a vivir las mayores exigencias. Jesús muestra que los mandamientos no deben ser entendidos como un límite mínimo que no hay que sobrepasar, sino como una senda abierta para un camino moral y espiritual de perfección, cuyo impulso interior es el amor (cf. Col 3, 14).

    Así, el mandamiento «No matarás», se transforma en la llamada a un amor solícito que tutela e impulsa la vida del prójimo; el precepto que prohíbe el adulterio, se convierte en la invitación a una mirada pura, capaz de respetar el significado esponsal del cuerpo: «Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal... Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón» (Mt 5, 21-22. 27-28). Jesús mismo es el «cumplimiento» vivo de la Ley, ya que él realiza su auténtico significado con el don total de sí mismo; él mismo se hace Ley viviente y personal, que invita a su seguimiento, da, mediante el Espíritu, la gracia de compartir su misma vida y su amor, e infunde la fuerza para dar testimonio del amor en las decisiones y en las obras (cf. Jn 13, 34-35)” (número 15).

    En definitiva, ¿cuál es la síntesis de todos los mandamientos?

    Todo lo que hemos visto se reduce al amor: amar a Dios y amar al prójimo. Y con esto basta.

    ¿Sabes la anécdota que recoge san Jerónimo en sus Comentarios sobre la Epístola a los Gálatas?

    El bienaventurado san Juan Evangelista, al final de sus días, cuando moraba en Éfeso, apenas podía ir a la Iglesia, a no ser en brazos de sus discípulos, y no podía decir muchas palabras seguidas en voz alta; no solía hacer otra exhortación que ésta: "Hijitos, ¡amaos unos a otros!". Finalmente, sus discípulos y los hermanos que le escuchaban, aburridos de oírle siempre lo mismo, le preguntaron: "Maestro, ¿por qué siempre nos dices esto?". Y les respondió con una frase digna de Juan: "Porque este es el precepto del Señor y su solo cumplimiento es más que suficiente".

    No sabemos si los discípulos aprendieron la lección o siguieron comentando por lo bajo y aburriéndose.

    Pero tú, al menos, aprende la lección: sólo cuenta el amor.

    El cristianismo ha sido siempre una siembra de amor. Si analizas todo lo acaecido en la historia gracias al cristianismo, comprobarás que, realmente, es bastante considerable. Por el cristianismo surgió la atención a los enfermos, la protección a los más débiles y una gran organización del amor.

    Gracias al cristianismo ciertamente, se extendió el respeto a los hombres en cualquier situación. Es interesante saber, por ejemplo, que cuando el emperador Constantino reconoció el cristianismo, se sintió obligado, desde el primer momento, a introducir cambios en las leyes dominicales y a preocuparse de que los esclavos también pudieran disfrutar de sus derechos.

    Cuando falta el amor cristiano en el mundo, se alzan las grandes dictaduras ateas y el mundo salta en pedazos. Sin la fuerza del amor cristiano, la humanidad se encuentra como un gran barco después de chocar contra un iceberg, dando bandazos y afrontando enormes riesgos para poder sobrevivir.

    Si tú eres cristiano, debes vivir el amor.

    Y con el amor se cumplen todos los mandamientos más fácilmente.

    Si tú amas a Dios, rezarás con fe, con esperanza, en tu casa, en familia, en tu Iglesia.

    Si tú amas a Dios, no tendrás necesidad de consultar a adivinos, cartas, horóscopos, pues has puesto tu confianza en Dios, y punto.

    Si tú amas a Dios, hablarás bien de Dios, de la Virgen, de los Santos, del Papa, de los Obispos, de los sacerdotes, de las religiosas y monjas.

    Si tú amas a Dios, vendrás con gusto a misa no sólo los domingos y fiestas, sino entre semana. Y harás de la oración diaria tu alimento y tu sostén.

    Si tú amas a Dios, sabrás defender tu fe y no la expondrás por nada del mundo, con libros o espectáculos que atenten contra ese tesoro que es tu fe. Es más, si tú amas a Dios, cultivarás cada día más tu fe con buenos cursos, conferencias, lecturas apropiadas.

    Si tú amas a Dios, sabrás cumplir con amor y fidelidad tus promesas hechas a Él.

    Si tú amas a Dios, el acudir a la confesión para pedirle perdón por tus faltas y pecados será una necesidad de tu corazón filial arrepentido por el mal que hiciste a tu Padre Dios.

    Si tú amas a Dios, no protestarás ante el sacrificio, sino que sabrás ofrecerlo con gusto a Dios.

    Y si tú amas a tu prójimo, respetarás, obedecerás, amarás a tus papás, sin jamás entristecerlos, mentirles, sin avergonzarte de ellos. Les darás alegrías, gustos, contento.

    Si amas a tu prójimo, por supuesto que nunca le insultarás, ni le alzarás la mano o el tono de tu voz, ni le criticarás, ni le tendrás odio, ni le matarás de palabra o de obra. Al contrario, sabrás comprenderle, brindarte a él, perdonarle, hablar bien de él, acercarte con bondad a quienes más te cuestan. ¿Por qué? Porque tienes amor en tu corazón. Sólo el amor es digno de fe, dijo en cierta ocasión el gran teólogo y cardenal Hans Urs von Balthasar.

    Si tú amas al prójimo, entonces sabrás controlarte en la bebida, pues si estás borracho, no sólo te haces mal a ti, sino también le puedes herir al otro con tu comportamiento indecente y tal vez brusco.

    Si tú amas al prójimo, sabrás respetar a tu novio o a tu novia, y serás fiel a tu esposo o a tu esposa, y sabrás educar a tus hijos.

    Si amas al prójimo, jamás te permitirás robarle, ni cosa pequeña ni grande, porque es tu hermano.

    Si amas al prójimo, ¿acaso le mentirías? Nunca. Él merece oír siempre la verdad.

    Si amas al prójimo, le ayudarás en sus necesidades, especialmente al más pobre.

    Si amas al prójimo, no le harás ninguna injusticia, ni soborno, ni fraude, pues el amor busca siempre el bien del otro.

    ¿Ves? Todo se reduce y se resume en el amor.

    Te invito, pues, a simplificar tu vida en el amor. Entonces sí tiene sentido la frase de san Agustín, que algunos malinterpretaron: “Ama, y haz lo que quieras”. Sí, haz lo que quieras, pero primero ama, con el amor que nos trajo Jesús del cielo, con ese amor de caridad. Si tienes en tu corazón el amor de Dios, entonces todo lo que hagas, lo harás motivado por ese amor. Y el amor verdadero es puro, recto, sincero, desinteresado, generoso, sacrificado.

    Si amas, serás capaz de cosas como ésta que te cuento.

    Se llama Salvador Cortadellas. Nació en Esparraguera (Barcelona). Es médico cirujano y urólogo de renombre internacional. Está casado y es..., ¡padre de doce hijos! Durante veintiocho años ha dedicado sus vacaciones -de mes y medio a dos meses- junto con su esposa Carmen, a la medicina en África.

    Se pagaban los viajes y allí operaba gratuitamente a centenares y centenares de enfermos que esperaban ansiosos su ciencia médica, su técnica quirúrgica y calidad humana. Sabían que, sin su concurso, seguro que no hubiesen curado sus dolencias o hubiesen muerto.

    Y desde que se jubiló, hace doce años o más, ha decidido, junto con su esposa, seis meses operar en el Chad, y seis meses estar con sus hijos en Barcelona. El doctor Cortadellas es cofundador de Medicus Mundi España. Con su hija María Antonia, también médico cirujano, fundó el hospital de Ngovayang (Camerún) y ha colaborado en la fundación y en el desarrollo del hospital de Beboro (Chad) llevado a cabo por su hijo jesuita, misionero y ATS, padre Francesc Cortadellas.

    Durante una entrevista, se le preguntó: “¿Qué le llevó a ayudar a la gente enferma de África?”.Y respondió: “Creo que es consecuencia de una serie de hechos: la formación religiosa; pues desde muy joven me gustaba leer los trabajos hechos por misioneros y acariciaba la idea de poder ir a ayudarles un día; la circunstancia de que mi esposa estuviese animada de los mismos sentimientos y tuviéramos el mismo lema: “Para Dios todo es poco”.

    Esa fuerza del amor te llevará a hacer cosas como ésta que hizo una misionera de la caridad.

    Una religiosa, enfermera en un hospital para pobres en India, escribe: Una tarde un tuberculoso me suplicó que me acercara a su cama. Me miró fijamente, y luego me preguntó:

    - Virgen blanca ¿allá en tu tierra tienes todavía a tu madre?
    - Todavía tengo a mi madre, y, gracias a Dios, está bien.
    - ¿También tienes hermanas?
    - Tenía cuatro. Hace poco una murió.
    - ¿También tienes hermanos?
    - Sí, tengo.
    - ¿Y también tienes parientes que te quieren?
    - Tengo muchos. Pero, ¿por qué te cansas preguntándome tantas cosas?
    - Es que me conmuevo al verte aquí entre nosotros. Tú tienes una madre, hermanas, hermanos, muchos amigos....podrías vivir feliz en tu tierra... Explícame por qué dejaste todo, y has venido entre nosotros a sufrir. .. Dímelo, por favor. . .
    - Cálmate, cálmate. .. al hablar tanto, te va a doler el pecho; mira, más tarde te diré ´QUIEN´ me invitó aquí para que te atendiera. Y le di un beso en la frente.

    ¡El amor! ¡La fuerza del amor! ¿Vas entendiendo?

    El amor nos hace realizar cosas que nos parecen imposibles. Como ésta.

    Él había fallecido hace un año, y se acercaba una fecha importante, el día de San Valentín, todos los años él le enviaba a su esposa un ramo de rosas a su casa, con una tarjeta que decía, "Te amo más que el año pasado, mi amor crecerá más cada año", pero éste sería el primer año de que Rosa no las recibiría, extrañándolas estaba cuando llamaron a su puerta, y para su sorpresa al abrir estaba un ramo de rosas frente a ella, con una tarjeta que decía "Te Amo".

    Por supuesto, ella se molestó pensando que había sido una broma de mal gusto, habló a la florería, para reclamar el hecho, y al contestarle, la atendió el dueño, él le dijo que ya sabía que su esposo había fallecido hace un año, y le preguntó si había leído el interior de la tarjeta, y le explicó que esas rosas estaban pagadas por su esposo por adelantado, así como todas la demás para todos los años por el resto de su vida.

    Al colgar el teléfono a Rosa se le llenaron sus ojos de lágrimas y al abrir la tarjeta vio que estaba escrita por su esposo y decía: "Hola, mi amor, sé que ha sido un año difícil para ti, espero te puedas reponer pronto, pero quería decirte, que te amaré por el resto de los tiempos y que volveremos a estar juntos otra vez. Se te enviarán rosas todos los años, el día que no contesten a la puerta, harán cinco intentos en el día, y si aún no contestas, estarán seguros de llevarlas a donde tú estés que será junto a mí. Te ama tu esposo".

    Amigo, este caso fue verídico, sucedió en Monterrey, México. La verdad es que hace reflexionar y ver que cuando se ama a alguien, no importa donde estés, todo es posible.

    Pero ese amor del que te vengo hablando tiene que ser sincero. Que no te pase lo que cuenta la leyenda.

    Un joven árabe, habiendo cruzado el desierto, llegó a un pozo. Junto al brocal una hermosa muchacha estaba sacando agua.

    El joven se le acercó y le dijo: -¡Estoy perdidamente enamorado de ti! La muchacha, sonriendo le contestó: -Fíjate bien; allí junto a la fuente hay una mujer tan bella, que yo ni siquiera merezco ser su criada.

    El joven volteó inmediatamente, decidido a buscar a aquella otra mujer. Pero junto a la fuente no había nadie. Entonces la muchacha, sonriendo de nuevo le dijo: -¡Qué hermosa es la sinceridad, y qué asquerosa la mentira! Me aseguraste estar perdidamente enamorado de mí; y, con sólo decirte que había otra mujer más bonita, me has dado la espalda.

    Anímate a amar y verás cómo todo cambia en tu vida. Primero a Dios, sobre todas las cosas. Después al prójimo, por Dios y en Dios. Y de esta manera el cumplimiento de los diez mandamientos se hará no sólo posible, sino también fácil.


    LECTURA

    Extraída del libro “Imitación de Cristo” de Tomás de Kempis, libro III, capítulo V: Del maravilloso afecto del divino amor.

    3. Gran cosa es el amor, y bien sobremanera grande; él solo hace ligero todo lo pesado, y lleva con igualdad todo lo desigual.
    Pues lleva la carga sin carga, y hace dulce y sabroso todo lo amargo.
    El amor noble de Jesús nos anima a hacer grandes cosas, y mueve a desear siempre lo más perfecto.
    El amor quiere estar en lo más alto, y no ser detenido de ninguna cosa baja.
    El amor quiere ser libre, y ajeno de toda afición mundana; porque no se impida su vista, ni se embarace en ocupaciones de provecho temporal, o caiga por algún daño.
    No hay cosa más dulce que el amor; nada más fuerte, nada más alto, nada más ancho, nada más alegre, nada más lleno, ni mejor en el cielo ni en la tierra; porque el amor nació de Dios, y no puede aquietarse con todo lo criado, sino con el mismo Dios.

    4. El que ama, vuela, corre y se alegra, es libre y no embarazado.
    Todo lo da por todo; y todo lo tiene en todo; porque descansa en un Sumo bien sobre todas las cosas, del cual mana y procede todo bien.
    No mira a los dones, sino que se vuelve al dador sobre todos los bienes.
    El amor muchas veces no guarda modo, mas se enardece sobre todo modo.
    El amor no siente la carga, ni hace caso de los trabajos; desea más de lo que puede: no se queja que le manden lo imposible; porque cree que todo lo puede y le conviene.
    Pues para todos es bueno, y muchas cosas ejecuta y pone por obra, en las cuales el que no ama, desfallece y cae.

    5. El amor siempre vela, y durmiendo no duerme.
    Fatigado no se cansa; angustiado no se angustia; espantado no se espanta: sino, como viva llama y ardiente luz, sube a lo alto y se remonta con seguridad.
    Si alguno ama, conoce lo que dice esta voz: Grande clamor es en los oídos de Dios el abrasado afecto del alma que dice: Dios mío, amor mío, Tú todo mío, y yo todo tuyo.

    6. Dilátame en el amor, para que aprenda a gustar con la boca interior del corazón cuán suave es amar y derretirse y nadar en el amor.
    Sea yo cautivo del amor, saliendo de mí por él grande fervor y admiración.
    Cante yo cánticos de amor: sígate, amado mío, a lo alto, y desfallezca mi alma en tu alabanza, alegrándome por el amor.
    Ámete yo más que a mí, y no me ame a mí sino por Ti, y en Ti a todos los que de verdad te aman como manda la ley del amor, que emana de Ti como un resplandor de tu divinidad.

    7. El amor es diligente, sincero, piadoso, alegre y deleitable, fuerte, sufrido, fiel, prudente, magnánimo, varonil y nunca se busca a sí mismo; porque cuando alguno se busca a sí mismo, luego cae del amor.
    El amor es muy mirado, humilde y recto; no es regalón, liviano, ni entiende en cosas vanas; es sombrío, casto, firme, quieto y recatado contra todos los sentidos.
    El amor es sumiso y obediente a los superiores, vil y despreciado para sí; para Dios devoto y agradecido, confiando y esperando siempre en El, aun cuando no le regala, porque no vive ninguno en amor sin dolor.

    8. El que no está dispuesto a sufrirlo todo, y a hacer la voluntad del amado, no es digno de llamarse amante.
    Conviene al que ama abrazar de buena voluntad por el amado todo lo duro y amargo, y no apartarse de El por cosa contraria que acaezca.


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