lunes, 30 de julio de 2012

La intención es lo que importa

La intención es lo que importa
La única verdadera es que tenemos en el corazón. ¡Y sólo Dios puede ver lo que ocurre en nuestros corazones!.
Autor: Oscar Schmidt | Fuente: www.reinadelcielo.org


Es muy notable como la misma actitud, el mismo gesto, puede en dos personas distintas contener significados opuestos. Una buena acción de alguien a veces nos deja con la extraña sensación de que algo está mal allí. Y la misma situación puesta en cabeza de otra persona parece ser sin dudas un gesto de amor sincero.

Otras veces, una acción que nos parece incorrecta a la luz de nuestro pobre juicio, nos deja con la impresión de que en el fondo puede no estar tan mal. Y puesta en cabeza de otra persona, ¡definitivamente es una mala actitud! ¿Qué es lo que ocurre?.

Ocurre que hay algo que es invisible a nuestros ojos: es la intención verdadera que tiene la persona en el corazón. ¡Y sólo Dios puede ver lo que ocurre en nuestros corazones!. Es por este motivo que Jesús nunca dejaba a sus discípulos juzgar a los demás, porque muchas veces el silencio humilde de una persona la colocaba en actitud incómoda frente a los hombres, ante un supuesto mal gesto. Sin embargo, en su corazón, esta persona guardaba una intención recta y sincera para con Dios. Y otras veces, quienes se esforzaban en aparecer justos y nobles frente a los hombres eran quienes abrigaban intenciones más indignas en el corazón.

Las cosas que se hacen deben estar originadas en intenciones virtuosas, intenciones de hacer el bien. Esto es mas importante que las consecuencias mismas de nuestras acciones, ya que Dios ve en lo profundo de nuestros corazones, muy por encima de la opinión de los hombres sobre nuestros actos. Y no hay que preocuparse tanto de cómo luzcamos frente a los demás, ya que no son ellos quienes nos juzgarán cuando llegue el momento de sopesar nuestra vida: será el Justo Juez, Jesús, quien dictamine si hubo intención virtuosa en la forma en que hemos vivido.

Por otra parte, es preferible pensar que los demás tienen una intención virtuosa en sus actos, y no desconfiar al extremo de accionar permanentemente nuestras defensas en anticipación a ser engañados o perjudicados. Si el otro tuvo intención virtuosa, Dios verá con agrado como dos de sus hijos obran en el bien. Y si el otro se aprovechó de mi, pues tendré un perjuicio a nivel humano, pero seré visto con mirada agradable por Dios. Y el juicio Divino recaerá sólo sobre el otro.

Jesús llevó la intención virtuosa al extremo de jamás haber pecado. Y si bien El es Dios, también fue hombre. Y como tal estuvo sometido a la tentación: recordemos los cuarenta días en el desierto, y tantas otras veces en que los hombres lo sometieron a presiones e intentos de engaño. Sin embargo, en treinta y tres años de vida ¡jamás pecó!. Buena parte de las acusaciones que los hombres hicieron para llevarlo a la muerte, fueron acumulándose en la negativa de Cristo a aceptar las reglas de juego del mundo: El simplemente tuvo intención virtuosa en todo lo que hizo, más allá de las reacciones de los hombres. Claro que llevar la intención virtuosa a tal extremo de perfección tuvo sus consecuencias: ¡Nuestro Señor terminó crucificado en el Gólgota!.

Hagamos todo en la vida con una intención virtuosa, con ánimo de hacer el bien. Las cosas nos podrán ir bien o mal, pero sin dudas estaremos en el sendero que Dios marca para nosotros.

¡La mirada de Dios es lo único que cuenta!.

Preguntas o comentarios al autor Oscar Schmidt

El terrorismo, forma específica de violencia armada

Autor: Conferencia Episcopal Española
El terrorismo, forma específica de violencia armada
Existe una intención inscrita en esos actos que busca un efecto mayor con el fin de aterrorizar a una sociedad y hoy, incluso, al mundo entero
El terrorismo, forma específica de violencia armada
El terrorismo, forma específica de violencia armada
Entendemos por terrorismo el propósito de matar y destruir indistintamente hombres y bienes, mediante el uso sistemático del terror con una intención ideológica totalitaria. Al hablar de terror nos referimos a la violencia criminal indiscriminada que procura un efecto mucho mayor que el mal directamente causado, mediante una amenaza dirigida a toda la sociedad. Las acciones terroristas no se refieren sólo a un acto o a algunas acciones aisladas, sino a toda una compleja estrategia puesta al servicio de un fin ideológico. Juan Pablo II ha señalado que:

“No se pueden cerrar los ojos a otra dolorosa plaga del mundo actual: el fenómeno del terrorismo, entendido como propósito de matar y destruir indistintamente hombres y bienes, y crear precisamente un clima de terror y de inseguridad, a menudo incluso con la captura de rehenes. Aun cuando se aduce como motivación de esta acción inhumana cualquier ideología o la creación de una sociedad mejor, los actos del terrorismo nunca son justificables“[1].

Esta aproximación nos permite captar que la maldad del terrorismo es más profunda que la de sus actos criminales, ya de por sí horrendos. Existe una intención inscrita en esos actos que busca un efecto mayor con el fin de aterrorizar a una sociedad y hoy, incluso, al mundo entero. El terrorismo busca una “utilidad” más allá de sus crímenes; intenta que un grupo muy reducido de personas mantenga en tensión a toda la sociedad, obteniendo una amplia repercusión política, potenciada por la publicidad que obtienen sus nefandas acciones. Los terroristas cuentan con que su actividad criminal es “rentable” en términos políticos y, por eso, la justifican como “necesaria” en virtud de sus propios objetivos. No pueden ocultar la naturaleza lamentable de sus acciones, pero tratan de darles un “sentido” político que las haría, en su opinión, legítimas.

El recurso al terror, junto con el intento de su justificación política ante la sociedad a la que se aterroriza, es lo que da un carácter específico a la violencia terrorista que la distingue de otros tipos de violencia.


La naturaleza del terrorismo es, por tanto, diversa de la guerra o de la guerrilla

Esta diferencia ha sido reconocida por diversos organismos internacionales que entienden que incluso en la guerra deben ser perseguidos los actos terroristas [2]. Si las acciones de guerra, nunca deseables, pueden ser reconocidas en algún caso como respuesta legítima, cuando sean proporcionadas frente a la agresión injusta, el terrorismo nunca podrá ser considerado como una forma de legítima defensa, precisamente porque no es una respuesta proporcionada, sino el ejercicio indiscriminado de la violencia contra toda clase de personas. Es, por principio, una amenaza para todos, pues todos son, de hecho, considerados como “culpables”, y podrían ser sacrificados en aras de objetivos políticos “superiores”. De ahí que no se pueda aceptar de ningún modo la equiparación del terrorismo a la acción de guerra. Tal equiparación no corresponde a la realidad y no es justa.


El terrorismo es, también, diverso de la simple delincuencia organizada

Las organizaciones terroristas suelen mantener contactos con diversas agrupaciones delictivas. Pero, mientras otros grupos de delincuentes sólo tienen como fin el propio lucro, el terrorismo tiene fundamentalmente una finalidad política que presenta como justificativa de sus acciones, a las que trata de dar la mayor publicidad posible, a diferencia de lo que hace la delincuencia ordinaria.


Querer justificar el terrorismo

Dentro de la ideología marxista-revolucionaria, a la que se adscriben muchos terrorismos, entre ellos el de ETA, es normal querer justificar sus acciones violentas como la respuesta necesaria a una supuesta violencia estructural anterior a la suya, ejercida por el Estado. A su juicio, la violencia de Estado sería la violencia originaria, verdadera culpable de la situación conflictiva, en la medida en que es anterior a todas las demás y puede ser ejercida con más medios. Hay que denunciar sin ambages esta concepción inicua, contraria a la moral cristiana, que pretende equiparar la violencia terrorista con el ejercicio legítimo del poder coactivo que la autoridad ejerce en el desempeño de sus funciones. A la vez se debe manifestar también la inmoralidad de un posible uso de la fuerza por parte del Estado, al margen de la ley moral y sin las garantías legales exigidas por los derechos de las personas.


El objeto del juicio moral: terror criminal ideológico

Una vez definido el fenómeno del terrorismo, podemos constatar en qué consiste su maldad específica y última, a saber: en atentar contra la vida, la seguridad y la libertad de las personas, de forma alevosa e indiscriminada, con el fin de llegar a imponer su proyecto político, presentando sus actos criminales - el terror - como justificables por su interpretación ideológica de la realidad. El terrorismo no niega que sus actividades sean violentas y que están cargadas de consecuencias lamentables, pero las justifica como necesarias en virtud de la supuesta grandeza del fin perseguido. Es una explicación ideológica de la violencia criminal en el peor sentido de la palabra “ideológica”, es decir, encubridora de algo injustificable [3].

El terrorismo persigue la extensión del terror para producir una situación de debilidad del orden político legítimo, que le permita imponer sus criterios por la fuerza, a costa del atropello de los derechos humanos más elementales, como son el derecho a la vida y a la libertad. Este fin no puede ser compartido jamás.


Por todo ello, es muy importante calificar con precisión a una organización como terrorista. A causa de la relevancia de la ideología presente en toda asociación terrorista, estas agrupaciones se encaminan a hacer plausible una argumentación ideológica mediante la deformación del lenguaje, usando un discurso que, al ser difundido sistemáticamente, dificulta en gran medida el análisis sereno de la realidad del terrorismo y el reconocimiento del objeto moral en cuestión. Es necesario “dar a cada cosa su propio nombre”[4] y hablar con claridad y precisión del terrorismo como de un problema específico irreductible. Hay que tener una idea clara de lo que el terrorismo es para poder hacerse un juicio adecuado sobre la moralidad del mismo.


  • Valoración moral del terrorismo en España, de sus causas y de sus consecuencias

  • Instrucción Pastoral de la Conferencia Episcopal Española
  • viernes, 27 de julio de 2012

    LOS ANIMALES SON TERAPÉUTICOS

    En la entevista anterior, la Lic. Jimena Marcos, nos explicó por qué tenemos esa debilidad por las mascotas. Hoy, nos cuenta del poder sanador que tienen los animales de compañía, de la zooterapia y de muchas cosas más…

    El vínculo que se genera entre un humano y un animal ¿qué efectos emocionales tiene en las personas?

    Los animales tienen amplios efectos sobre la vida emocional de las personas. La convivencia humano-animal hace que las mascotas progresivamente vayan “interpretando” nuestras emociones. Esto nos hace sentir acompañados, emocionalmente sintonizados y hasta incluso comprendidos.

    Por otro lado, los animales no poseen el sistema de juicios y valoraciones que poseemos los seres humanos, razón por la cual para muchas personas es más relajante estar con sus mascotas que participar de los entornos sociales. El efecto emocional principal es que el humano puede desbloquear sus corazas y bajar sus defensas porque se siente plenamente aceptado por su mascota.

    Existen otros muchos efectos emocionales como el incremento de seguridad, el desarrollo de un mayor sentido de la responsabilidad, mayor fluidez en las emociones, etc.

    Estos efectos, ¿pueden tener repercusión en la salud física de las personas?

    Por supuesto. De hecho existen terapias novedosas que se basan en los efectos que los animales producen en las personas y los utilizan como estímulos terapéuticos.

    A veces el simple hecho de acariciar un animal baja el nivel de pulsaciones cardíacas, regula la respiración y aumenta el calor corporal.

    Actualmente se desarrollan de manera progresiva sistemas de tratamiento de diversas enfermedades que incluyen la participación y asistencia de animales. Los estudios realizados hasta el momento revelan que aquellos pacientes que interactúan con animales en su proceso de recuperación tienen mejores resultados que aquellos que no.

    Las conclusiones arrojan evidencia sobre el efecto sanador de los animales en el plano físico y psicológico de las personas. Estos tratamientos se denominan zooterapias y se definen como un conjunto de técnicas de rehabilitación o reeducación de alteraciones físicas o psíquicas en los que se emplean animales como facilitadores. Se divide en dos grandes vertientes: psicoterapia y terapia de rehabilitación física. Generalmente en las zooterapias se combinan ambas vertientes.

    ¿En qué casos y por qué son recomendadas las zooterapias?

    Las zooterapias son recomendadas en una variedad de enfermedades que van desde el autismo infantil, los cuadros esquizofrénicos, las cegueras, parálisis, fobias y ataques de pánico, síndrome de Down, etc.

    En estos casos la zooterapia brinda enormes beneficios porque no recurre a ningún tipo de medicación y es una forma natural de mejorar las habilidades sociales, las destrezas físicas y la fluidez afectiva de este tipo de cuadros.

    La zooterapia actúa sobre el Sistema Nervioso Central (SNC), y específicamente sobre el sistema límbico encargado de regular el componente emocional. El contacto con la naturaleza induce la liberación de endorfinas, generando sensaciones de tranquilidad, relax y confianza.

    ¿Quién puede actuar como recomendador de estas terapias?

    En general la zooterapia implica un trabajo en red donde participan entidades especializadas, terapeutas ocupacionales, médicos, psicólogos, veterinarios y muchos más. Cualquiera de estos agentes de salud puede recomendar la zooterapia y orientar al interesado.

    Existen en nuestro país instituciones y páginas oficiales donde se facilita el acceso al conocimiento de esta novedosa terapia. Las personas interesadas en profundizar, conocer más o buscar asesoramiento, pueden recurrir directamente a esos sitios oficiales.

    Es importante que se difunda esta valiosa información ya que podemos lograr que numerosas personas que desconocen estas alternativas accedan a nuevas posibilidades y mejoren su vida. A veces parte de la sanación está en reconectarnos con lo natural. Sin lugar a dudas los animales son el puente privilegiado que nos devuelve el amor por lo simple y lo puro.

    Extraído del Blog de Vitalcan http://blogvitalcan.com.ar

    domingo, 22 de julio de 2012

    CONFESIÓN 3




    El sacramento de la Penitencia confiere la gracia santificante con que se nos perdonan los pecados mortales y aun los veniales que confesemos y de que tenemos dolor; conmuta la pena eterna en la temporal, y de ésta, además, perdona más o menos, según las disposiciones; restituye los merecimientos de las buenas obras hechas antes de cometer el pecado mortal; da al alma auxilios oportunos para no recaer en la culpa y devuelve la pez a la conciencia. Los Padres de la Iglesia presentan este sacramento como "la segunda tabla (de salvación) después del naufragio que es la pérdida de la gracia" (Concilio de Trento: DS 1542; cf Tertuliano, De paenitentia 4, 2).



    La parte más necesaria del sacramento de la Penitencia es la contrición, porque sin ella no podemos alcanzar el perdón de los pecados, y con ella sola, cuando es perfecta, podemos alcanzar el perdón, con tal que juntemos el deseo, al menos implícito, de confesarnos.



    El sacramento de la Penitencia es necesario para salvarse a todos los que después del Bautismo han cometido algún pecado mortal. Es muy bueno confesarse a menudo, porque el sacramento de la Penitencia, fuera de borrar los pecados, da gracias oportunas para evitarlos en adelante. El sacramento de la Penitencia tiene virtud de perdonar todos los pecados, por muchos y enormes que sean, con tal que se reciba con las debidas disposiciones.

    DIOS NOS PERDONA: SACRAMENTO DE RECONCILIACIÓN


    Autor: Fernando Arévalo | Fuente: buenasideas.org
    Dios nos perdona: el sacramento de la reconciliación
    El sacramento de la verdadera conversión
    Dios nos perdona: el sacramento de la reconciliación
    Dios nos perdona: el sacramento de la reconciliación
    Dios es Amor. Hablar de Dios es hablar de su Bondad y de su Misericordia.

    Por Amor y para amarle nos ha creado, adoptado como hijos suyos y redimido en su Pasión. Espera y tiene derecho a nuestra adoración, agradecimiento, etc. Amor con amor se paga. Corresponder con regateos, indiferencia, vivir como si no existiera es ante todo ingratitud, pero también ofensa. "Salid al encuentro de Dios, que nos busca con un amor tan grande que difícilmente logramos entender” (Juan Pablo II en Santiago, 1989).

    El Pecado es sobre todo des-amor

    Es siempre un desorden (nos separa del fin para el que hemos sido creados); es siempre una desobediencia (a la legítima autoridad de nuestro Padre Amoroso); es siempre un menosprecio de la Pasión y Muerte de Cristo, que sufre para purificarnos y levantarnos. Pero, sobre todo, es desamor, ingratitud, pobreza de corazón, falta de correspondencia amorosa al Amor que Dios constantemente nos demuestra. Pero Dios es siempre fiel, no nos abandona y, a pesar de los pesares, ha dispuesto los medios para alcanzar su perdón y vivir su misma Vida: la Confesión, el sacramento de la Penitencia y de la alegría. "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (el perdón)" (Romanos, 5, 20). Nunca somos tan grandes como cuando nos ponemos de rodillas.
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    Necesidad constante de conversión

    Somos criaturas autónomas: libres. Dios ha querido correr el riesgo de nuestra libertad. Dios no se impone, pero no somos seres independientes de Dios, le pertenecemos. Hemos de reconocer su Presencia y su condición de Creador y Padre. La auténtica libertad no es hacer lo que nos da la gana, sino hacer lo que debemos hacer porque nos da la gana, por Amor.

    "La restauración del sentido del pecado es la primera medida para enfrentarse a la grave crisis espiritual que pesa sobre el hombre de hoy" (Juan Pablo II, 31.V.88). "Estas crisis mundiales, son crisis de santos" (San Josemaría Escrivá, Camino, 301). Necesitamos renovarnos; sólo la conversión de los corazones renovará la sociedad. Cristo nos quiere empeñados por la santidad, nos quiere muy suyos, auténticos discípulos; si fracasamos como cristianos, fracasamos como hombres.

    Para recorrer este camino hemos de comenzar por reconocernos pecadores, necesitados de perdón. "Es humano que el hombre, habiendo pecado, lo reconozca y pida misericordia. Es inaceptable que se haga de la propia debilidad el criterio de la verdad para justificarse a uno mismo" (Juan Pablo II, Encíclica Veritatis Splendor). Si algo del hombre enamora a Dios es nuestra capacidad de arrepentimiento.

    La vida cristiana se cimienta sobre el deseo eficaz de recuperar, conservar e incrementar el estado de gracia, la amistad con Dios, "el conocimiento de Cristo vivido personalmente, una memoria viva de sus mandamientos, una verdad que se ha de hacer vida" (Juan Pablo II, Encíclica Veritatis Splendor).

    El principio indispensable para comenzar y recomenzar es "limpiar fondos": hacer una buena confesión. Todo lo demás adquiere sentido y se consolida a partir de la reconciliación con Dios. No se puede edificar sobre arena movediza; para que la semilla (Palabra de Dios: formación) arraigue y dé fruto (virtudes y amor a Dios), necesita un terreno en condiciones.

    En la confesión -además de ser el único modo para gozar de la certeza del perdón de nuestros pecados- recibimos la gracia necesaria y los consejos oportunos para luchar, precisamente, en aquellas cosas de las que nos acusamos.

    La confesión explicada por el Papa Juan Pablo II

    Permanecemos evidentemente perplejos ante el abandono del Sacramento de la Penitencia por parte de muchos fieles y haremos todo lo posible por instruir y persuadir a todos de la necesidad de recibir el perdón de Dios de forma personal, ferviente y frecuentemente (Alocución, 15.VII.83).

    Nadie puede cancelar el pasado. Ni aún el mejor psicólogo puede librar al hombre del peso del pasado. Sólo la Omnipotencia de Dios puede, con su amor creador, construir con nosotros un nuevo comienzo: ésta es la grandeza del Sacramento del perdón (Homilía, 26.VI.88). No se limita a olvidar el pasado, como si se extendiera sobre él un velo efímero, sino que nos lleva a un cambio radical de la mente, del corazón y de la conducta. La confesión sacramental no constituye una represión, sino una liberación. Tened pues la valentía del arrepentimiento. ¡Esto os hará libres! (Alocución, 5.IV.79).

    Gracias al amor y misericordia de Dios, no hay pecado por grande que sea que no pueda ser perdonado; no hay pecador que sea rechazado. Toda persona que se arrepienta será recibida por Jesucristo con perdón y amor inmenso (Alocución, 29.IX.79). "Hay más alegría en el Cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve que no necesitan penitencia" (Lucas, 15,7).

    Este poder de perdonar los pecados Jesús lo confiere, mediante el Espíritu Santo, a simples hombres, sujetos ellos mismos a la insidia del pecado: "Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos" (Juan. 20, 22). Es ésta una de las novedades evangélicas más notables.

    El Sacerdote, ministro de la Penitencia, actúa in persona Christi, en la persona de Cristo. Confesamos nuestros pecados a Dios mismo, aunque en el confesonario los escucha el hombre-sacerdote (Homilía, 16.III.80). Por otra parte, los miembros del Pueblo de Dios, con instinto sobrenatural, saben reconocer en sus sacerdotes a Cristo mismo, que los recibe y perdona, y agradecen de corazón la capacidad de acogida, la palabra de luz y consuelo con que acompaña la absolución de sus pecados (Alocución, 30.XI.83).

    "La confesión, hijos míos, es la manifestación más hermosa del Poder y del Amor de Dios. Un Dios que perdona... ¡¿no es una maravilla?! Es un Sacramento que limpia, purifica, enaltece y diviniza: que nos da fuerza para salir adelante en los caminos de la tierra, que nos pone en condiciones de ser eficaces " (San Josemaría).
    Glosario


    Vicio: Enfermedad sobrenatural. Hábito malo.

    Pecado venial: herida sobrenatural; nos distancia de Dios.

    Pecado mortal: muerte sobrenatural; nos separa de Dios. Es una desobediencia voluntaria a la Ley de Dios.

    - en materia grave (en la Sagrada Escritura se determina la gravedad de la materia);

    - con advertencia plena (actuar sabiendo que la acción es pecado) y

    - perfecto consentimiento (querer voluntariamente esa acción).

    Se llama pecado mortal porque priva al alma de la vida de la gracia y la hace merecedora de las penas del infierno. Es un grave trastorno existencial que desmorona nuestra unidad interior y rompe nuestras relaciones con Dios.

    Gracia: principio de vida sobrenatural, participación de la vida divina, amistad con Dios.

    Virtud: salud espiritual. Hábito bueno.

    El acto de contrición (pedir perdón a Dios) debe incluir la intención de confesarse prontamente.

    Blasfemia: Decir palabras o hacer gestos injuriosos contra Dios, la Virgen, los santos o la Iglesia (Pecado mortal si se dice de intento).

    Fiestas de precepto: Año Nuevo (1.I), Reyes (6.I), San José (19.III), Ascensión, Corpus Christi, Asunción, Todos los Santos (1.XI), Inmaculada (8.XII), Navidad (25.XII) y todos los domingos del año (Pecado mortal la no asistencia a Misa sin motivo justificado).

    Abstinencia: Obliga desde los catorce años en adelante. Consiste en no comer carne los viernes de Cuaresma. Ayuno (comida ligera) y abstinencia: obliga desde los 18 hasta los 59, el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.

    Comunión: Para la recepción digna de la Eucaristía debe preceder la confesión de los pecados, cuando uno es consciente de pecado mortal. (Juan Pablo II a la Sagrada Penitenciaría).

    Embriaguez: Pecado mortal en "quien se da perfecta cuenta de que la cantidad es exagerada y suficiente para embriagar, y prefiere, no obstante, embriagarse a privarse de la bebida"(Santo Tomás de Aquino). Como la droga, etc., es ilícito por perder el dominio de las facultades intelectuales y volitivas.

    Escándalo: Incitar o provocar el pecado ajeno.

    Pensamientos y deseos: No se debe consentir o recrearse en pensamientos o deseos sobre actos que no se deben realizar.

    Actos impuros: La facultad generativa se ordena exclusivamente al amor conyugal y a dar origen a la vida en el matrimonio y no a la satisfacción de la propia sensualidad. Son pecados mortales porque se subvierte este orden natural.

    Uso indebido del matrimonio: El acto conyugal se ha de realizar siempre de manera natural y abierta a la vida. Es ilegítimo el coitus interrumptus y demás medios anticonceptivos y/o abortivos (preservativos, fármacos, DIU, etc.).

    Obligación grave: Si se omite consciente y deliberadamente es pecado mortal.

    Mentir: Decir lo contrario de lo que se piensa con intención de engañar. Es pecado mortal cuando perjudique gravemente a otros.

    Difamación: Criticar y revelar sin justo motivo defectos o pecados ocultos de los demás. Es pecado mortal cuando los defectos o pecados ocultos son graves. Calumnia: imputar a los demás defectos o pecados que no tienen o no han cometido. Es pecado mortal cuando los defectos o pecados son graves. Reparación: Tanto la difamación como la calumnia exigen reparación. La difamación se repara hablando positivamente de la persona injuriada. La calumnia se repara reconociendo la falsedad de lo afirmado.

    Robar: Es pecado mortal cuando la cantidad sustraída es considerable. Para su perdón no basta solamente el arrepentimiento sino que se exige el propósito de restituir lo sustraído.


    LA CONFESIÓN NOS PERDONA NUESTROS PECADOS


    Autor: Catholic.net | Fuente: Catholic.net
    El pecado, la respuesta negativa del hombre
    El pecado es toda palabra, acto o deseo contra la ley de Dios.


    ¿Cuál es la causa del pecado?

    Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza y le ha dado una misión específica: asegurar su felicidad terrena y eterna a través del cumplimiento de las leyes que Él mismo le ha dado y con la guía de su conciencia recta.

    Pero, desde el momento en que Dios creó a un ser libre, se hace posible el pecado. Para que esto no sucediese, forzosamente Dios tendría que privar al hombre de su libertad y reducirlo a un estado semejante al animal, en el que sería incapaz de amar.

    Dios nos da la vida, la inteligencia, la voluntad, la libertad, la conciencia y las leyes para que cumplamos con nuestra misión.

    Dios no puede ser responsable del mal uso que hagamos de aquello que nos ha dado.
    El pecado es, por lo tanto, una "iniciativa del hombre", es una negativa a colaborar con el plan de Dios en una circunstancia determinada.

    El no querer colaborar con el plan del Autor generará forzosamente desorden en la obra de Dios y las consecuencias de este desorden se revertirán contra el mismo hombre que peca y contra sus semejantes, tal como ya hemos visto.


    El pecado

    Es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta. En palabras de San Agustín, el pecado es “toda palabra, acto o deseo contra la ley de Dios”, también lo define como “dejar a Dios por preferir las criaturas”.

    La definición clásica de pecado es: <“la transgresión”: es decir violación o desobediencia; “voluntaria”: porque se trata no sólo de un acto puramente material, sino de una acción formal, advertida y consentida; “de la ley divina”: o sea, de cualquier ley obligatoria, ya que todas reciben su fuerza de la ley eterna.

    El pecado es, por tanto, la mayor tragedia que puede acontecer al hombre: en pocos momentos ha negado a Dios y se ha negado también a sí mismo. A causa de un capricho pasajero. Es una desobediencia voluntaria a la Ley divina. Es una alteración del orden.

    En todo pecado se ve una rebeldía querida y libre del ser creado contra su Creador.

    Al hablar del pecado hay que señalar que son dos los elementos:
    Alejamiento o aversión a Dios: es su elemento formal, y propiamente hablando, no se da sino en el pecado mortal, que es el único en el que se realiza en toda su integridad la noción de pecado.

    Cuando se rompe el precepto divino, el pecador percibe que se separa de Dios, y sin embargo, realiza la acción pecaminosa. No importa que no tenga la intención directa de ofender a Dios, pues basta que el pecador sé de cuenta de que su acción es incompatible con la amistad divina y, a pesar de ello, la realice voluntariamente, incluso con pena y disgusto de ofender a Dios. En todo pecado mortal hay una verdadera ofensa a Dios por múltiples razones:
    ·  Porque es el supremo legislador, que tiene el derecho a imponernos el recto uso de la razón mediante su ley divina, que el pecador rompe advertida y voluntariamente.
    ·  Porque es el último fin del hombre y éste al pecar se adhiere a una criatura en la que de algún modo pone su fin.
    ·  Porque es el bien sumo e infinito, que se ve rechazado por un bien creado y perecedero elegido por el pecador.
    ·  Porque es gobernador, de cuyo supremo dominio se intenta sustraer el hombre, bienhechor que ve despreciados sus dones divinos, y juez al que el hombre no teme a pesar de saber que no puede escapar de Él.

    El pecado y la amistad con Dios son como el agua y el aceite: incompatibles. No pueden estar ambos en el mismo corazón. Por eso, todo pecado significa el alejamiento o aversión a Dios, aún cuando el que lo comete no odie a Dios y ni siquiera pretenda ofenderlo.

    La conversión a las creaturas: cuando el hombre peca, generalmente, más que querer ofender a Dios, toma por bueno o mejor un bien creado o una persona, piensa que el pecado es algo que le conviene, le da una felicidad momentánea, sin darse cuenta que solamente es un bien aparentemente que al final de cuentas lo llevará al remordimiento y la decepción.
    Se puede decir que es un rechazo de Dios y un mal uso de algo creado. Santo Tomás en la Suma Teológica dice: “el pecado es una verdadera estupidez”, cometida contra la recta razón, pues por escoger un bien finito, se pierde un bien infinito.

    Además el pecado lesiona el bien social, la inclinación al mal que existe desde el pecado original, que se agrava con los pecados actuales, influyen en la sociedad. Las injusticias del mundo son producto del pecado del hombre, ya sean de carácter, político, social. Es lo que conocemos como pecado social, todo pecado tiene una dimensión social, pues la libertad de todo ser humano tiene una orientación social.
    Reconciliación y Penitencia, Juan Pablo II, n 16

    Todo pecado lesiona al cuerpo místico de Cristo, por lo tanto, repercute en la Iglesia.

    Juan Pablo II nos dedía en su exhortación apostólica “que se puede hablar de la comunión del pecado”, por el que un alma se abaja, abaja consigo a la Iglesia y en cierto manera a todo el mundo. “No existe pecado alguno, aún el estrictamente individual, que afecte exclusivamente al que lo comete”.

    Además de ofender a Dios, el pecado degrada al hombre mismo, pues cambia su dignidad de “dueño de la creación”, por el de “esclavo de las criaturas”. El pecado hace perder de vista el fin infinito al que está llamado y hace poner la voluntad y la inteligencia en cosas caducas y terrenas


    Pero, ¿por qué pecamos aún cuándo conocemos la verdad?

    Hay tres factores que nos hacen muy vulnerables al pecado:

    1. El principal es el demonio, que nos presenta realidades desfiguradas como si fueran algo deseable y bueno, aunque realmente sean malas.

    Es un espíritu opuesto a Dios, con un objetivo opuesto al de Dios. Si el objetivo de Dios es el bien, su objetivo es el mal. Actúa en coherencia con su objetivo y pretende su gloria y no la de Dios.

    Provoca al hombre tentándolo. Es un ser inteligente y, por ello, engaña al hombre para que se acerque al mal y no al bien.

    Debemos afrontarlo por medio de la santidad, sí él es opuesto a Dios, se aleja de allí donde está Dios (oración, sacramentos).

    Su vida está dedicada a apartarnos de Dios.

    2. Otro factor que nos hace pecar es lo negativo del mundo y su ambiente: la falta de educación, la ociosidad, los malos ejemplos, los problemas familiares, las modas, los estereotipos sociales, etc. Y también sus atractivos: el poder, las riquezas, la situación social, que son buenos en sí mismos, pero tomados como fin y no como medio, nos llevan fácilmente al pecado.

    3. Por último, está “la carne”: instintos humanos que no están sometidos a la inteligencia, los vicios o hábitos malos y el simple egoísmo que nos hace buscar sólo nuestra propia satisfacción.


    La Tentación

    La tentación, es sólo una inclinación y que no hay que confundir con el pecado, pues en este último se da el paso. No es lo mismo “sentir que consentir”.

    Sentir es una reacción de los sentimientos ante algo que provoca atracción o rechazo.
    Consentir es un acto de la voluntad, es una decisión.

    No es pecado sentir. Para que haya pecado tiene que intervenir la voluntad. Sólo cuando decidimos aceptar la invitación hay pecado.

    La tentación es una sugestión interior, que por causas internas o externas, incita al hombre a pecar. Actúan engañando al entendimiento con falsas ilusiones, debilitando a la voluntad, haciéndola floja a base de caer en la comodidad, la negligencia, etc., instigando los sentidos, principalmente la imaginación, con pensamientos de sensualidad, de soberbia, de odio, etc.

    Por ello hay que huir de toda ocasión de pecado, es decir las situaciones que favorecen la aceptación del pecado.


    ¿Puedo perder el Cielo por dejarme llevar por el ambiente?

    El ambiente nos puede arrastrar a cometer muchos pecados de pensamiento, palabra, obra u omisión, pero nuestras conciencias, si están bien formadas, nos ayudarán a distinguir si nuestros pecados son lo suficientemente graves como para haber roto la amistad con Dios.

    Los pecados mortales, que rompen la amistad con Dios y nos convierten directa e inmediatamente en merecedores del infierno, son aquellos que cumplen con tres condiciones:

    1. Materia grave. Esto se cumple cuando vamos directamente en contra de la ley de Dios, cuando rompemos con el orden establecido por Él. No es que nos desviemos, sino que vayamos exactamente en sentido contrario a las indicaciones que Dios nos da a través de nuestra conciencia y de la ley.

    2. Pleno conocimiento. Sabemos que la materia es grave, sabemos que es una rebeldía contra Dios y aún así elegimos hacerlo.

    3. Pleno consentimiento. Usamos nuestra libertad y nuestra voluntad para hacerlo. Lo queremos realizar conscientemente y no porque algo o alguien nos obliga.

    Cuando falta alguna de las condiciones anteriores, entonces se trata de un pecado venial. No nos hace merecedores del infierno, pero debilita la amistad con Dios y nos hace más débiles para luchar con las tentaciones del demonio, del mundo y de la carne.

    Un hombre que se habitúa al pecado venial es muy fácil que se acerque al pecado mortal.

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    Conoce más acerca de El Pecado
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    Lecturas complementarias:

    Gadium et spes n13

    Dives in Misericordia n 8

    Reconciliatio et Poenitentia