domingo, 22 de julio de 2012

CONFESIÓN 2


Autor: Monseñor José Ignacio Munilla Aguirre | Fuente: www.enticonfio.org
Confesarse
Los cristianos que nos acercamos a recibir el perdón en estos días, estamos llamados a ser testigos de la Misericordia de Dios.
Confesarse
Confesarse

El tiempo de Cuaresma comenzó con una llamada a la conversión, y la Iglesia nos recuerda la importancia y la necesidad de acudir al sacramento de la Confesión, especialmente en estas fechas previas a la Semana Santa. Sin embargo, parece evidente que la práctica de este sacramento -conocido indistintamente como sacramento de la Penitencia, de la Reconciliación, del Perdón o simplemente, de la Confesión- sufre una notable crisis. Por ello, es necesario que recuperemos este tesoro de gracia, expresado en el mismo Credo: “Creo en el perdón de los pecados”.

1º.- De la pereza a las dudas: Una buena parte de los fieles que se han alejado de este sacramento, no lo han hecho por un rechazo a la fe católica, sino simplemente arrastrados por el mal de la pereza y por la ley del mínimo esfuerzo. Es indudable que el sacramento de la Penitencia requiere un esfuerzo notable, y que a algunas personas les puede exigir altas dosis de vencimiento propio.

Pero claro, quien cede a la pereza, tarde o temprano, se hace vulnerable a las dudas de fe: se empieza por entonar el célebre "yo me confieso con Dios", dejando en el olvido la afirmación bíblica de que «Dios confió a los apóstoles el ministerio de la reconciliación» (2 Cor 5,18), para terminar por decir aquello de "yo no hago mal a nadie… no tengo pecados", contradiciendo las palabras de Cristo: «El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra» (Jn 8,7).

2º.- Sensibilidad moderna: Más allá de la pereza, algunos piensan que la sensibilidad moderna chirría ante la confesión de los pecados a un ministro mediador. Sin embargo, deberíamos atrevernos a cuestionar el presupuesto de partida: ¿es cierto que la sensibilidad moderna es reacia a la confesión particular de los pecados? Hay a nuestro alrededor muchos síntomas que invitan a cuestionarlo. No me refiero únicamente al aumento de pacientes en las consultas de los psicólogos, inversamente proporcional al descenso de la confesión. Ahí tenemos también la proliferación de los "reality shows" radiofónicos y televisivos, en los que los "penitentes" reconocen ante millones de espectadores sus "pecados" con sus rostros distorsionados por el zoom televisivo, como si de una discreta rejilla de confesionario se tratase.

3º.- Abusos en las celebraciones comunitarias: Por los motivos aducidos, tanto los fieles como los sacerdotes, podemos tener la tentación de cometer o de permitir determinadas infidelidades en la disciplina de este sacramento. Por ejemplo, ¿qué sentido tiene una celebración comunitaria de la Penitencia, en la que los fieles se limitan a confesar de forma genérica “soy pecador”, o “perdón, Señor”, sin necesidad de concretar sus propios pecados?

La declaración de los pecados personales ante el sacerdote, es una parte esencial del sacramento de la Reconciliación. Baste entender las siguientes palabras del Evangelio de San Juan: «A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20, 23). Es decir, el sacerdote que administra este sacramento, no puede ni debe hacerlo de una forma automática, ya que su tarea consiste en discernir si existe el debido arrepentimiento en el penitente, intentando suscitar en él una verdadera contrición, de forma que así puedan darse las condiciones para “perdonar” los pecados en nombre de Cristo, o “retenerlos”, en su caso. Lógicamente, para poder realizar ese discernimiento, es necesaria la manifestación de las faltas al confesor.

4º.- Confesiones rutinarias y desesperanza: Una celebración correcta del sacramento de la Penitencia no depende exclusivamente de la manifestación íntegra de nuestros pecados. Quienes nos confesamos con frecuencia, debemos tener en cuenta que existe el peligro de caer en la rutina y en la superficialidad. Los penitentes hemos de procurar con responsabilidad, que nuestra confesión sea un encuentro personal con Jesucristo, quien nos consuela en nuestras debilidades, al mismo tiempo que fortalece nuestra esperanza en el inicio de una vida nueva.

Los penitentes habituales podemos ser tentados también por el cansancio y hasta por la desesperanza, cuando a veces no percibimos un avance en la reforma de nuestra vida moral. Nos puede dar la sensación de que siempre caemos en los mismos pecados y de que estamos encadenados en una espiral de caídas y peticiones de perdón, sin progresos constatables. Sin embargo, la única manera de permanecer fieles a la llamada a la conversión, es continuar fieles en el camino penitencial, “sin perder la paz, pero sin hacer las paces”. Es decir, sin perder la paz interior, por que no avanzamos como sería nuestra deseo; al mismo tiempo que nos resistimos a pactar con nuestro pecado, sin rebajar el ideal de la santidad al que estamos llamados. Decía un autor espiritual que el cristianismo no es tanto de los perfectos, como de aquellos que no se cansan nunca de estar empezando siempre.

Los cristianos que nos acercamos a recibir el perdón en estos días, estamos llamados a ser testigos de la Misericordia de Dios. La alegría del perdón es el mejor testimonio de fe y de esperanza ante nuestros hermanos. De forma similar a como San Agustín escribió un libro autobiográfico con el título de “Confesiones”, en el que cuenta la conversión de su vida pecadora, para proclamar ante el mundo la bondad de Dios; así también nosotros, al “confesar” nuestros pecados, “confesamos” el Amor de Dios.

COMENTARIOS AL AUTOR:

Monseñor Munilla









Autor: P. Raimondo Marchioro | Fuente: Sacerdos.org
Consejos para la confesión
El confesor y algunas particulares categorías de penitentes
Consejos para la confesión
Consejos para la confesión
El objetivo de este artículo es tratar de examinar el correcto comportamiento y la mejor actitud que el confesor debe adoptar con algunas categorías de penitentes. Parece oportuno considerar a dichas categorías por separado, ya que necesitan de un tratamiento particular, por las delicadas circunstancias en las que viven. Son las siguientes:


Los niños y adolescentes

El confesor ha de tratar de acoger a los niños y adolescentes con la sonrisa en los labios y con un comportamiento benévolo para entrar en un clima de confianza.

Ha de usar palabras sencillas y fáciles, accesibles a su edad y si se sirve de algún término difícil, relativo a la confesión o a la verdad de la fe, hay que explicarlo.

Es bueno que ayude a los niños y adolescentes a acusarse de los pecados que acostumbran cometer y, si lo considera oportuno, pregunte si han cometido otro pecado grave o leve.

Hay que ser muy prudente en plantear preguntas en el campo de la pureza: se ha de tocar el tema solamente si se encuentra en lo dicho motivos y, de hacerlo, ha de ser en términos muy genéricos. Para entrar en cosas particulares se debe cerciorar de que el penitente es capaz de comprenderlos y, si lo considera oportuno, se pueden dar las primeras explicaciones sobre el sexo.

Terminar preparando al penitente al dolor y al propósito de enmienda, y exhortarlo a confesarse frecuentemente.


Los divorciados

Entre los casos difíciles de una particular categoría de penitentes se encuentran los divorciados, a los que se añaden los casados sólo civilmente y los que conviven (cf. C.E.C. 1650-1651 y 2386-2391).

En estos casos, el confesor no debe inmediatamente y siempre negar la absolución, sino que antes ha de ponderar con sumo cuidado la situación del individuo, tratando de ser lo más comprensivo posible, aunque siempre en los límites fijados por las enseñanzas de la Iglesia.

Los penitentes que desean vivir en la gracia de Dios y no pueden separarse de la compañera/o por deberes naturales surgidos después de la unión (edad avanzada o enfermedad de uno o sendos, la presencia de hijos necesitados de ayuda y de educación), podrán acercarse a la Santa Comunión si realmente se arrepienten de sus pecados y tienen el firme propósito de evitarlos en el futuro, viviendo con la compañera/el compañero como hermano y hermana.

Si recaen en el pecado, deben volver a confesarse, con las debidas disposiciones de espíritu.

¿Acaso no es éste también el comportamiento con los casados que muy a menudo cumplen el acto conyugal evitando la concepción? Así como es posible dar la absolución a éstos últimos -aunque reincidentes, pero siempre que tengan un verdadero arrepentimiento y un firme propósito, e invitándolos a confesarse de nuevo si siguen pecando- es posible hacerlo con los divorciados:

En la medida de lo posible, el confesor enseñe a estos penitentes el deber y el camino para sanar su situación irregular.

Un/a divorciado/a que convive o que se ha casado por lo civil puede intentar pedir al competente Tribunal Eclesiástico la declaración de nulidad del anterior matrimonio religioso suyo o de ambos. Se trata de tener un poco de buena voluntad y mucha paciencia.

Una persona libre que convive con otra, también libre, puede iniciar los trámites para la celebración del matrimonio religioso. Lo mismo ha de decirse de dos personas libres que se han casado sólo por lo civil.


Los homosexuales

Los homosexuales y todos aquéllos que tienen tendencias hacia anomalías sexuales constituyen una particular categoría de penitentes hacia quienes el confesor tiene que tener respeto, compasión y delicadeza, como para con todos. Al respecto, hay que evitar cualquier forma de injusta discriminación. Muy a menudo esas anomalías no dependen de los individuos, sino de la naturaleza humana recibida en suerte y revelan un fondo patológico especialmente en las formas más graves que conducen a perversiones sexuales. Como todos los demás fieles normales, ellos tienen que llevar la cruz de su concupiscencia, luchar en contra del mal para mantenerse castos y conquistar el Reino de los Cielos (cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, "La solicitud pastoral de las personas homosexuales", 1986; C.E.C 2357-2359).

El confesor debe usar bondad, caridad y comprensión hacia estos penitentes e indicarles los medios ordinarios naturales y sobrenaturales (especialmente la confesión frecuente), para que puedan vencer las tentaciones, evitando de manera particular las ocasiones próximas de pecado). Para la absolución, el confesor de tener en cuenta las reglas generales y pastoralmente los ayudará a profundizar y a vivir más intensamente su vida espiritual, donde encontrarán la fuerza para superar sus dificultades.


Penitentes que no se confiesan desde hace tiempo

Cuando acude a confesarse alguien que no se confiesa desde hace mucho tiempo, ante todo el sacerdote no ha de asombrarse, sino que con caridad y paciencia, empiece a dialogar preguntando el porqué de su decisión a confesarse justamente ese día. De las respuestas logrará entender si el penitente se siente impulsado por una verdadera conversión, o si pretende cumplir con una ceremonia piadosa con ocasión de una circunstancia particular: el matrimonio, la muerte de un ser querido, la primera Comunión o Confirmación del hijo, sus bodas de plata, etc.

Si el Confesor se percata de que el penitente tiene serias intenciones, pregunte si desea empezar la acusación de los pecados o si prefiere que le ayude. Si por el conjunto de la acusación de los pecados el confesor piensa que la confesión no ha sido total y completa, por deber de caridad ha de tratar que se complete planteando las preguntas que considere más oportunas.

Por último, es bueno que ayude al penitente a que se prepare al dolor y al propósito de enmienda, poniendo una penitencia mayor, por el tiempo transcurrido sin acercarse al Sacramento de la Reconciliación como exhortándolo a confesarse más a menudo.

Casos particulares Muy a menudo se acercan al confesionario enfermos psíquicos, personas psicológicamente agotadas, deprimidas, etc. Con estas personas el confesor ha de tener mucha bondad y, sobre todo, tiene que armarse de una santa paciencia, recordando que a veces se acercan a la confesión más para escuchar una palabra de consuelo que para recibir un sacramento. Es difícil establecer el grado de responsabilidad de estos enfermos, y en estos casos es preciso tener presente la relación enfermedad psíquica-pecado: para que haya un verdadero pecado mortal no basta la materia grave, sino que se requiere, sobre todo, la plena advertencia y el deliberado consentimiento, elementos indispensables que, muy a menudo, faltan del todo o están presentes a medias. El confesor preste atención en no ver como endemoniados a ciertos sujetos que en realidad otra cosa no son sino casos patológicos, necesitados de tratamientos psíquicos o psiquiátricos.


Las personas escrupulosas

Con las personas escrupulosas el confesor ha de usar el método de una gran firmeza y tratar de atenerse a lo siguiente:

- el escrupuloso tiene que obedecer sumamente al confesor

- el escrúpulo mayor ha de ser para él el no obedecer al confesor

- en la medida de lo posible, es oportuno que el escrupuloso no se confiese con varios confesores, sino siempre con el mismo, y éste puede ser también su padre espiritual

- el confesor debe dar al escrupuloso unas reglas generales, claras y precisas y sin ambigüedades

- en lo relativo a las confesiones del pasado, que el sacerdote enseñe al escrupuloso la obligación a repetirlas solamente en caso de que el penitente esté seguro, como para poderlo jurar, que en su pasado no ha confesado por vergüenza uno o más pecados graves muy ciertos o si no ha tenido el dolor o el propósito de los pecados graves. Si alimenta unas dudas al respecto, no ha de pensar en absoluto en el pasado. Cuando se va a confesar, tiene que renovar el dolor y el propósito de todos los pecados de la vida y así, si algún pecado no ha sido perdonado directamente, se borraría en ese momento. El confesor dé la absolución sacramental al escrupuloso solamente una vez por semana, de no ser que haya cometido un pecado grave del que se tiene plena certeza. El confesor mantenga con el escrupuloso un comportamiento más bien severo, especialmente cuando no obedece.

El confesor enseñe al escrupuloso que para cometer un pecado mortal se necesitan tres elementos: materia grave, plena advertencia, deliberado consentimiento. Es muy difícil que una persona escrupulosa cometa un pecado mortal, porque muy a menudo falta en él la plena advertencia y el deliberado consentimiento. En efecto falta en él aquel equilibrio psíquico necesario para dar un juicio recto a sus propias acciones y, por consiguiente, no puede haber plena advertencia y deliberado consentimiento necesarios para cometer el pecado mortal. Es preciso recordar que muy a menudo el escrúpulo es una enfermedad psíquica que ha de curarse.


Los consuetudinarios y reincidentes

Los consuetudinarios son las personas que han contraído un hábito en un determinado vicio y durante un período más bien largo, caen varias veces en el mismo pecado, sin que entre las caídas haya un largo intervalo. Los reincidentes son los que han recaído en el mismo pecado, sin alguna enmienda, tras varias confesiones.

El confesor puede absolver siempre a los consuetudinarios como a los reincidentes, con tal de que se dé en ellos la verdadera contrición y el firme propósito de enmienda, aunque prevean otras recaídas en el futuro, ya que por lo general no son pecados de malicia, sino de fragilidad y de debilidad. Hay que tener presente que el dolor y el propósito se desarrollan en la voluntad y no en el intelecto, que no influye en absoluto. En efecto, nadie tendría que irse a confesar, porque todos prevemos que en el futuro vamos a recaer en los mismos pecados o en otros. Esto vale también para los pecados veniales, en los que se cae a menudo, y que se acusan en casi todas las confesiones sacramentales. Ya que no estamos obligados a confesar los pecados veniales, hay que luchar en contra de uno o dos en los que se cae más a menudo: confesar estos pecados, de los que hay que tener verdadero dolor y firme propósito, porque aquel que confiesa a sabiendas y con ligereza sólo faltas leves, sin sentir el verdadero dolor y sin tener el firme propósito de no recaer en ellas, comete un pecado grave de sacrilegio, al invalidar el sacramento. Por consiguiente, el confesor intente ayudar al penitente para que tenga el dolor, y haga el propósito, de por lo menos un pecado venial.

El confesor ha de prestar una atención particular hacia los jóvenes consuetudinarios y reincidentes que se preparan a la vida religiosa y sacerdotal. Los candidatos que resultaran incapaces de observar la castidad religiosa y sacerdotal por la frecuencia de faltas en contra de la misma, o por la fuerte inclinación hacia la sexualidad, o por una excesiva debilidad de la voluntad, pueden ser absueltos solamente si prometen que no aceptarán emitir la profesión religiosa o recibir las órdenes sacerdotales, o por lo menos posponerlos para un cierto período de prueba. En efecto, la incapacidad de observar la castidad es una clara señal de que el candidato no tiene vocación.

Cuanto se ha señalado constituye el pensamiento constante del Magisterio ordinario de la Iglesia, expresado sobre todo en los siguientes documentos:

- S.C. De Sacramentis, Instructio, 27 diciembre 1930

- S.C. De Religiosis, Instructio, 1 diciembre 1931

- Pío XI, Ad Catholici Sacerdotii, 20 diciembre 1935

- Pío XII, Menti Nostrae, 23 septiembre 1950
S.C. Dei religiosi, Istruzione, 2 febrero 1961

- Pablo VI, Sacerdotalis Caelibatus, 24 junio 1967

El padre Marchioro pertenece a la Orden de los Franciscanos Conventuales


Autor: Jorge Enrique Mújica | Fuente: arcol.org
¿Confesarse por internet?
¿Porqué no?
¿Confesarse por internet?
¿Confesarse por internet?
Uno de los diarios digitales más leídos en Iberoamérica es El Universal. Recientemente publicó un texto titulado Las culpas que se sanan vía electrónica
El artículo hacía referencia a la inminente posibilidad de confesar los pecados vía internet, según las declaraciones de un sacerdote, supongo que católico.

No dudo de las buenas intenciones de la autora al ofrecer una exposición de este tipo. El interés que suscita estos artículos suele ser amplia aunque no siempre los hechos coincidan con la realidad.

Algunas precisiones

1. La Iglesia católica tiene siete Sacramentos, a saber: bautismo, confirmación, Eucaristía, confesión (penitencia o reconciliación), matrimonio, orden sacerdotal y unción de los enfermos.

2. El Sacramento de la reconciliación (con sacerdote, penitente y confesionario) es eminentemente católico. Como tal, prácticamente ninguna de las comunidades cristianas (episcopalianos, bautistas, metodistas, evangelistas, pentecostales, anabaptistas, anglicanos, luteranos, calvinistas, etc.) lo tienen. Ni qué decir de las religiones no cristianas.

3. De acuerdo a las normas de la Iglesia católica, la confesión vía internet, y la administración en general de cualquiera de los otros sacramentos, no es posible: “No existen los sacramentos en internet; e incluso las experiencias religiosas posibles ahí, por la gracia de Dios, son insuficientes si están separadas de la interacción en el mundo real con otras personas de fe”, dice el número 9 del documento

La Iglesia e internet, del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, del 28 de febrero de 2002.

4. La finalidad del Sacramento de la Reconciliación no es sentirse bien sino ser perdonado por Dios. Y seguramente que por ser perdonados por Dios uno se siente de maravilla.

El artículo del universal cita algunas iniciativas que la Iglesia Católica sí ha impulsado, por ejemplo el canal oficial del Vaticano en YouTube, la iniciativa
Pope2You o uno de los portales más visitados a nivel mundial, el website institucional del Vaticano (Vatican.va). Ciertamente no son las únicas. Ahí está también la red social católica Xt3.como el directorio multimedial católico
Intermirifica.

Cuando leemos materiales de este tipo conviene aprender a distinguir. No es lo mismo hablar del sacramento de la reconciliación según el concepto católico del mismo, que según la posible concepción tergiversada o mal comprendida de otros grupos religiosos.

Tampoco se puede concluir que los procedimientos (bendiciones de gadgets o aparatos de última línea) por parte de pastores de otras confesiones cristianas sea adjudicable inmediatamente a los sacerdotes católicos.

Desde luego que la Iglesia católica trabaja y seguirá trabajando en internet, pero no para sustituir la riqueza del trato personal real. Internet es un medio, no un fin.


No hay comentarios:

Publicar un comentario