¿Cuál es
la causa del pecado?
Dios ha
creado al hombre a su imagen y semejanza y le ha dado una misión
específica: asegurar su felicidad terrena y eterna a través del
cumplimiento de las leyes que Él mismo le ha dado y con la guía de su
conciencia recta.
Pero,
desde el momento en que Dios creó a un ser libre, se hace posible el
pecado. Para que esto no sucediese, forzosamente Dios tendría que privar al
hombre de su libertad y reducirlo a un estado semejante al animal, en el
que sería incapaz de amar.
Dios nos
da la vida, la inteligencia, la voluntad, la libertad, la conciencia y las
leyes para que cumplamos con nuestra misión.
Dios no
puede ser responsable del mal uso que hagamos de aquello que nos ha dado.
El
pecado es, por lo tanto, una "iniciativa del hombre", es una
negativa a colaborar con el plan de Dios en una circunstancia determinada.
El no
querer colaborar con el plan del Autor generará forzosamente desorden en la
obra de Dios y las consecuencias de este desorden se revertirán contra el
mismo hombre que peca y contra sus semejantes, tal como ya hemos visto.
El
pecado
Es una
falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta. En palabras de San
Agustín, el pecado es “toda palabra, acto o deseo contra la ley de
Dios”, también lo define como “dejar a Dios por preferir las
criaturas”.
La
definición clásica de pecado es: <“la transgresión”: es decir violación
o desobediencia; “voluntaria”: porque se trata no sólo de un acto puramente
material, sino de una acción formal, advertida y consentida; “de la ley
divina”: o sea, de cualquier ley obligatoria, ya que todas reciben su
fuerza de la ley eterna.
El
pecado es, por tanto, la mayor tragedia que puede acontecer al hombre: en
pocos momentos ha negado a Dios y se ha negado también a sí mismo. A causa
de un capricho pasajero. Es una desobediencia voluntaria a la Ley divina.
Es una alteración del orden.
En todo
pecado se ve una rebeldía querida y libre del ser creado contra su Creador.
Al
hablar del pecado hay que señalar que son dos los elementos:
Alejamiento
o aversión a Dios: es su elemento formal, y propiamente hablando, no se da
sino en el pecado mortal, que es el único en el que se realiza en toda su
integridad la noción de pecado.
Cuando
se rompe el precepto divino, el pecador percibe que se separa de Dios, y
sin embargo, realiza la acción pecaminosa. No importa que no tenga la intención
directa de ofender a Dios, pues basta que el pecador sé de cuenta de que su
acción es incompatible con la amistad divina y, a pesar de ello, la realice
voluntariamente, incluso con pena y disgusto de ofender a Dios. En todo
pecado mortal hay una verdadera ofensa a Dios por múltiples razones:
· Porque es el supremo legislador, que tiene el
derecho a imponernos el recto uso de la razón mediante su ley divina, que
el pecador rompe advertida y voluntariamente.
· Porque es el último fin del hombre y éste al
pecar se adhiere a una criatura en la que de algún modo pone su fin.
· Porque es el bien sumo e infinito, que se ve
rechazado por un bien creado y perecedero elegido por el pecador.
· Porque es gobernador, de cuyo supremo dominio
se intenta sustraer el hombre, bienhechor que ve despreciados sus dones
divinos, y juez al que el hombre no teme a pesar de saber que no puede
escapar de Él.
El
pecado y la amistad con Dios son como el agua y el aceite: incompatibles.
No pueden estar ambos en el mismo corazón. Por eso, todo pecado significa
el alejamiento o aversión a Dios, aún cuando el que lo comete no odie a
Dios y ni siquiera pretenda ofenderlo.
La
conversión a las creaturas: cuando el hombre peca, generalmente, más que
querer ofender a Dios, toma por bueno o mejor un bien creado o una persona,
piensa que el pecado es algo que le conviene, le da una felicidad
momentánea, sin darse cuenta que solamente es un bien aparentemente que al
final de cuentas lo llevará al remordimiento y la decepción.
Se puede
decir que es un rechazo de Dios y un mal uso de algo creado. Santo Tomás en
la Suma Teológica dice: “el pecado es una verdadera estupidez”,
cometida contra la recta razón, pues por escoger un bien finito, se pierde
un bien infinito.
Además
el pecado lesiona el bien social, la inclinación al mal que existe desde el
pecado original, que se agrava con los pecados actuales, influyen en la
sociedad. Las injusticias del mundo son producto del pecado del hombre, ya
sean de carácter, político, social. Es lo que conocemos como pecado social,
todo pecado tiene una dimensión social, pues la libertad de todo ser humano
tiene una orientación social.
Reconciliación
y Penitencia, Juan Pablo II, n 16
Todo
pecado lesiona al cuerpo místico de Cristo, por lo tanto, repercute en la
Iglesia.
Juan
Pablo II nos dedía en su exhortación apostólica “que se puede hablar de
la comunión del pecado”, por el que un alma se abaja, abaja consigo a
la Iglesia y en cierto manera a todo el mundo. “No existe pecado alguno,
aún el estrictamente individual, que afecte exclusivamente al que lo
comete”.
Además
de ofender a Dios, el pecado degrada al hombre mismo, pues cambia su
dignidad de “dueño de la creación”, por el de “esclavo de las
criaturas”. El pecado hace perder de vista el fin infinito al que está
llamado y hace poner la voluntad y la inteligencia en cosas caducas y
terrenas
Pero,
¿por qué pecamos aún cuándo conocemos la verdad?
Hay tres
factores que nos hacen muy vulnerables al pecado:
1. El principal es el demonio, que nos presenta realidades
desfiguradas como si fueran algo deseable y bueno, aunque realmente sean
malas.
Es un
espíritu opuesto a Dios, con un objetivo opuesto al de Dios. Si el objetivo
de Dios es el bien, su objetivo es el mal. Actúa en coherencia con su
objetivo y pretende su gloria y no la de Dios.
Provoca
al hombre tentándolo. Es un ser inteligente y, por ello, engaña al hombre
para que se acerque al mal y no al bien.
Debemos
afrontarlo por medio de la santidad, sí él es opuesto a Dios, se aleja de
allí donde está Dios (oración, sacramentos).
Su vida
está dedicada a apartarnos de Dios.
2. Otro factor que nos hace pecar es lo negativo
del mundo y su ambiente: la falta de educación, la ociosidad, los malos
ejemplos, los problemas familiares, las modas, los estereotipos sociales,
etc. Y también sus atractivos: el poder, las riquezas, la situación social,
que son buenos en sí mismos, pero tomados como fin y no como medio, nos
llevan fácilmente al pecado.
3. Por último, está “la carne”: instintos humanos
que no están sometidos a la inteligencia, los vicios o hábitos malos y el
simple egoísmo que nos hace buscar sólo nuestra propia satisfacción.
La
Tentación
La
tentación, es sólo una inclinación y que no hay que confundir con el
pecado, pues en este último se da el paso. No es lo mismo “sentir que
consentir”.
Sentir
es una reacción de los sentimientos ante algo que provoca atracción o
rechazo.
Consentir
es un acto de la voluntad, es una decisión.
No es
pecado sentir. Para que haya pecado tiene que intervenir la voluntad. Sólo
cuando decidimos aceptar la invitación hay pecado.
La
tentación es una sugestión interior, que por causas internas o externas,
incita al hombre a pecar. Actúan engañando al entendimiento con falsas
ilusiones, debilitando a la voluntad, haciéndola floja a base de caer en la
comodidad, la negligencia, etc., instigando los sentidos, principalmente la
imaginación, con pensamientos de sensualidad, de soberbia, de odio, etc.
Por ello
hay que huir de toda ocasión de pecado, es decir las situaciones que
favorecen la aceptación del pecado.
¿Puedo
perder el Cielo por dejarme llevar por el ambiente?
El
ambiente nos puede arrastrar a cometer muchos pecados de pensamiento,
palabra, obra u omisión, pero nuestras conciencias, si están bien formadas,
nos ayudarán a distinguir si nuestros pecados son lo suficientemente graves
como para haber roto la amistad con Dios.
Los
pecados mortales, que rompen la amistad con Dios y nos convierten directa e
inmediatamente en merecedores del infierno, son aquellos que cumplen con
tres condiciones:
1.
Materia grave. Esto se cumple cuando vamos directamente en contra de la ley de
Dios, cuando rompemos con el orden establecido por Él. No es que nos
desviemos, sino que vayamos exactamente en sentido contrario a las
indicaciones que Dios nos da a través de nuestra conciencia y de la ley.
2. Pleno
conocimiento. Sabemos que la materia es grave, sabemos que es una rebeldía contra
Dios y aún así elegimos hacerlo.
3. Pleno
consentimiento. Usamos nuestra libertad y nuestra voluntad para hacerlo. Lo
queremos realizar conscientemente y no porque algo o alguien nos obliga.
Cuando
falta alguna de las condiciones anteriores, entonces se trata de un pecado
venial. No nos hace merecedores del infierno, pero debilita la amistad con
Dios y nos hace más débiles para luchar con las tentaciones del demonio,
del mundo y de la carne.
Un
hombre que se habitúa al pecado venial es muy fácil que se acerque al
pecado mortal.
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Conoce
más acerca de El Pecado
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Lecturas
complementarias:
Gadium et spes n13
Dives in Misericordia n 8
Reconciliatio et Poenitentia
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