El sacramento de la Penitencia confiere la gracia
santificante con que se nos perdonan los pecados mortales y aun los veniales
que confesemos y de que tenemos dolor; conmuta la pena eterna en la temporal, y
de ésta, además, perdona más o menos, según las disposiciones; restituye los
merecimientos de las buenas obras hechas antes de cometer el pecado mortal; da
al alma auxilios oportunos para no recaer en la culpa y devuelve la pez a la
conciencia. Los Padres de la Iglesia presentan este sacramento como "la segunda
tabla (de salvación) después del naufragio que es la pérdida de la gracia"
(Concilio de Trento: DS 1542; cf Tertuliano, De paenitentia 4, 2).
La parte más necesaria del sacramento de la Penitencia es la
contrición, porque sin ella no podemos alcanzar el perdón de los pecados, y con
ella sola, cuando es perfecta, podemos alcanzar el perdón, con tal que juntemos
el deseo, al menos implícito, de confesarnos.
El sacramento de la Penitencia es necesario para salvarse a
todos los que después del Bautismo han cometido algún pecado mortal. Es muy
bueno confesarse a menudo, porque el sacramento de la Penitencia, fuera de
borrar los pecados, da gracias oportunas para evitarlos en adelante. El
sacramento de la Penitencia tiene virtud de perdonar todos los pecados, por
muchos y enormes que sean, con tal que se reciba con las debidas disposiciones.
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